La Copa en entredicho
Catar, pequeño país y marginal en la tradición del balompié pero con envidiables excedentes monetarios, acoge este año la Copa Mundial de Fútbol. Una distinción presuntamente ganada mediando el juego nada decoroso del soborno.
Historia esta bien conocida por la FIFA. El evento le ha servido a este emirato petrolero, gobernado férreamente desde 1971 por la familia Al-Thani, para armar una batería propagandística de supuesta grandeza. La promoción de la Copa ha sido una vitrina de exhibición teñida de nuevorriquismo: doscientos mil millones de dólares volcados en fastuosas infraestructuras, más para ser admiradas y envidiadas por el mundo entero, que para cubrir necesidades reales de sus habitantes. Por supuesto, el país está en su derecho.
Similar a la experiencia de otras grandes construcciones en emiratos del Golfo Pérsico, léase Dubái, la explotación de trabajadores en Catar, venidos de naciones pobres para las obras de la Copa, ha dejado una dolorosa cuota de sangre. Se estima unos 6.500 obreros migrantes de Bangladesh, Nepal o Sri Lanka, fallecidos bajo condiciones inclementes de trabajo y sometidos a la Kafala, un régimen semi esclavista de explotación.
Durante la Copa, los asistentes estarán sujetos a las severas normas de la Sharia, la dictatorial carta magna del emirato, restrictiva de los derechos de la mujer, la homosexualidad, el alcohol o la libertad de expresión.
También hay serias restricciones para los propios jugadores. Para asegurar observancia y utilizando una sutil modalidad de soborno, el régimen ha invitado, con todos los gastos generosamente cubiertos, a barras de aficionados de todos los países participantes, a condición de hacer eco a la propaganda oficial y servir de guardianes (o espías) de la conducta y la “moralidad” de los asistentes a los juegos.
El dilema para los amantes del fútbol será sumarnos al rechazo o concentrarnos en la grama de los estadios, escenario real de esta fiesta que ansiamos disfrutar cada cuatro años.