De Cristina, socialismo y tiranicidios
En medio de una guerra mundial como esta que ahora se libra entre tiranías y democracias, ocurren eventos aparentemente intrascendentes que a la postre alcanzan graves consecuencias.
Hace pocos días tuvo lugar un presunto intento de homicidio en contra de la vicepresidenta y ex Presidente de la República Argentina Cristina Fernández, viuda de Kirchner. La aparente víctima en cuestión continúa bajo investigación penal en razón de un posible manejo irregular de fondos públicos en su tratativa como gobernante de aquella República.
Es el caso que esta también expresidente, cuya pasantía por el poder brindó más penas que glorias, tiempo antes del presunto intento de homicidio contaba con un repudio popular pocas veces visto por aquellas tierras, todo en razón de los variados elementos de convicción que día tras día la señalan como responsable de múltiples delitos de naturaleza administrativa.
Si bien es cierto que la gestión gubernativa de la precitada no puede ser calificada como buen ejemplo para nadie con sensatez, no lo es menos su carácter democrático al tiempo presente, más allá de su condición plenamente socialista. Sin embargo resulta innegable que en la Argentina de por estos días cobró fuerza un sentimiento popular proclive a cobrar con la vida de la exmandataria el perjuicio nacional atribuido a toda la clase gobernante.
Estos desaciertos siempre tan populares solo tienen lugar en sociedades cuyas instituciones adolecen de una credibilidad suficiente como para ser merecedoras de la confianza del soberano, especialmente la administración de justicia.
Llama la atención que lo antedicho tenga lugar en medio de una sociedad democrática, muy a pesar de los embates del socialismo cuyos gobiernos siguen diezmando al pueblo argentino en cotas inimaginables.
Por ello vale puntualizar que la muerte dada a un tirano, si bien libra coyunturalmente a la sociedad de un mal intolerable per se, exime al interfecto del legítimo castigo que corresponde fijar a los tribunales de justicia. Pero algo más grave aún: El tiranicidio no es garantía de restauración democrática, y puede incluso llegar a constituirse en justificación falaz para la perpetuidad de un sistema político opresor. Oración y trabajo.