Miami, la capital antiglobalista que atrae inmigrantes de Sur y Norteamérica
Chile, Argentina y ahora Colombia son los países Suramericanos que encabezan la nueva estampida de inmigrantes hacia los Estados Unidos.
Los comportamientos de los últimos meses, sin embargo, -si bien conservan las mismas razones que llevaron a los venezolanos a casi despoblar su país al extremo de colocarse segundo tras de Siria en la más grande despoblación del mundo moderno (nueve millones de nacionales)- se diferencian en cuanto a las clases clases sociales que toman ahora el camino del olvido y la nostalgia y el status de vida que aspiran procurarse en la patria del capitalismo, la democracia y la economía competitiva.
Ni que decir tiene que la nueva ola migratoria está encabezada por colombianos, que desde hace cuatro meses -y en cuanto las encuestas dieron como probable ganador en las elecciones presidenciales a Gustavo Petro- desplazaron a los primeros de aquellos días, a los chilenos, que a su vez habían mandado al segundo a los venezolanos.
Sin embargo, es poco probable que los colombianos pasen dos o tres semanas liderando el ranking de recién llegados, según se agiganta la crisis argentina, al parecer condenada a una hiperinflación tipo chavista o madurista (grave o más grave).
Pero pase lo que pase con la crisis argentina, que se aplaque o incendie la pradera, están prevenidos al bate (como se dice en el béisbol) los brasileños, con sus elecciones presidenciales para el próximo dos de octubre y en las cuales, el izquierdista, socialista y fundador de “El Foro de Sao Paulo”, Lula da Silva, supera al presidente y candidato conservador que aspira a la reelección, Jair Bolsonaro, por 15 puntos que se creen imposibles de igualar o superar, por lo que se presume que el tercer presidente del “Socialismo del Siglo XXI” en ascender al poder durante esta año estaría a la vuelta de la esquina.
Y aquí si tendríamos una tercera ola inmigratoria cercana al Apocalipsis, porque partiría del segundo país más poblado del continente y el primero de Suramérica, convirtiendo al resto de transpoblaciones precedentes en cosa de niños.
De modo que, la tan temida conquista de los países del patio trasero por la codicia del imperialismo yanqui, se estaría llevando a cabo de forma pacífica y sin disparar un tiro, y por decisión de los candidatos a ser conquistados, quienes, decepcionados porque la invasión o colonización angloamericana nunca se ejecutó, pues han decidido realizarla por su propio esfuerzo y voluntad.
Y aquí cabría resaltar un detalle que no es de poca monta y oportunidad y es que la inmigración o transpoblación de Sudamérica hacia el Norte, no se está sucediendo a los Estados Unidos, sino al Estado de Florida, y a su ciudad más importante, Miami, que desde hace ya muchas décadas se conoce como la ciudad capital del subcontinente iberoamericano.
Entre otras cosas, porque comparte una geografía y un clima igual, o muy parecidos, al de nuestros países, se habla tanto o más español que inglés, se come más arepa y tortilla que hamburguesa o hot dogs y la salsa y otros ritmos latinos hace ya tiempo que desplazaron al blue y al rock and roll.
Pero ahora concurren otras identidades que son de insoslayable trascendencia y oportunidad no subrayar, como son el alineamiento de la mayoría de los inmigrantes que vienen de Suramérica con la democracia liberal y capitalista que, a su vez, coincide con las políticas que las autoridades de Florida, y en particular, el gobernador, Ron DeSantis, practican como militantes del Partido Republicano y de su ala más radical, la que lidera, Donald Trump.
A este respecto, nada más justo que destacar el rol fuera de la tradición conocida y sufrida, de acercamiento y empatía del gobernador DeSantis con la comunidad hispánica, a cuyos miembros -y en particular a los que huyen de las dictaduras marxistas y de los populismos globalistas-, ofrece toda clase de apoyos, coberturas y respaldos, de modo que se sientan en el Estado nacional de Florida, como en sus propios países.
Una Miami que también guarda y hace sentir los valores de la civilización occidental y cristiana, donde se respeta la familia natural, la pareja heterosexual y la salvaguarda en colegios y high school de practicas que alejan a los niños de aberraciones no compatibles con su salud física, mental y moral.
Todo lo cual ha convertido a Florida y a Miami en un imán de inmensa atracción para estadounidenses antiglobalistas, sean demócratas o republicanos, que huyen de Estados donde reinan los partidarios del abortismo, de la ideología de género, el feminazismo y el ateismo.
En otras palabras que, no solo una inmigración del Sur fluye hacia Florida y Miami, sino también una del Norte y es de nativos norteamericanos que con sus familias están dejando zonas, regiones y ciudades donde vivieron toda su vida para granjearse otra zona de seguridad y confort.
Según registra, “Association Realtor”, una revista especializada en el tema, los norteamericanos que están comprando en este momento propiedades, casas y apartamentos en Miami, vienen de Washington, Texas, Virginia, Georgia, California, Nueva York, Carolina del Norte, Illinois, Ohio y Michigan, justamente las capitales y ciudades que más se vieron envueltos en los disturbios “progres” del año pasado y cuyos electores votaron mayoritariamente por los candidatos a gobernadores del Partido Demócrata.
“Miami se ha transformado como pocas ciudades lo han hecho” escribe, Juan Carlos Tobón, CEO de “Tobon Gruop”, empresa especializada en la industria de Bienes Raíces en Florida. “Pasó de ser una ciudad turística y puerta de entrada de América Latina, a una verdadera ciudad global. Se está convirtiendo en el mayor hub financiero de Estados Unidos. Atrae grandes inversiones por sus bajos impuestos, tiene buena conectividad aérea y marítima, y el sector inmobiliario de la ciudad ha experimentado durante 10 años consecutivos apreciación del valor”.
Es también, se podría agregar, el refugio de una América dividida de Sur a Norte por una ideología, el globalismo, nacida en UE, pero que tiene como blanco fundamental a los Estados Unidos de Norteamérica, que es el buque insignia de la cultura occidental y cristiana, el centro de la democracia, el capitalismo y el estado de derechos mundiales y sin cuya caída es imposible que las huestes de George Soros y Klaus Schwab, avancen en ninguna dirección.
Ya una mayoría de estados norteamericanos cayó bajo su patrocinio en las últimas elecciones presidenciales y el globalista, Joe Biden, tomó su dirección, ya repúblicas democráticas latinoamericanas caen más y más bajo su influencia y el objetivo es que el continente donde nació la democracia y la libertad sea en pocos años el propulsor del “Nuevo Orden Mundial”.
Y adiós democracia, adiós libertad, adiós estados de derecho, adios derechos humanos y elecciones para que cada país elija sus gobiernos, porque surgirá un mundo sin fronteras y un único gobierno global que podría ser la ONU o cualquier otro que decidan los siete o diez amos del planeta que residen, precisamente, en Norteamérica.