¡Despartidicemos la democracia!
No es un absurdo y en algunas naciones la democracia se ha despartidizado. Sí bien es cierto, los partidos políticos cumplen un papel fundamental en las democracias, su labor no es exclusiva y puede ser replicada tanto por organizaciones sociales, así como por individualidades. Dependiendo del marco jurídico de cada nación, el escenario interno varía.
Tampoco es un fenómeno nuevo, en la última etapa de la democracia venezolana, en 1992, el tradicional bipartidismo claudicó ante un partido nuevo (Convergencia) liderado por Rafael Caldera. En la actualidad, Bukele en El Salvador, con su alianza multi diversa, dio al traste con la hegemonía de los partidos Arena y FMLN. Boric en Chile y Petro en Colombia derrotaron a los partidos que se repartían casi exclusivamente el poder político en sus respectivas naciones ¡Ojo! No nos enfocamos en el resultado de sus gestiones aún prematuras, sino al fenómeno antipartido.
Sí bien es cierto, para hacer frente a una elección es indispensable la estructura nacional, regional y local, esta puede erguirse desde varias fórmulas alternas a los partidos, a través de movimientos, organizaciones, alianzas, plataformas de diversa índole, etc.
Cuando inferimos “despartidizar la democracia” hacemos énfasis a que los partidos ya no pueden continuar siendo el epicentro del sistema, menos aún cuando la hegemonía la ejercen uno o dos partidos. Así como un gobernante largo tiempo en el poder ser pervierte ineludiblemente, lo mismo ocurre con los liderazgos partidistas, se transforman en pequeños caudillos que replican sus prácticas antidemocráticas cuando llegan al poder.
Esa “despartidización” (que está ocurriendo) tiene varios orígenes, entre las cuales podemos mencionar el desgaste de los partidos ante la ausencia de respuestas/acciones que satisfagan las demandas sociales. El dinamismo social donde las plataformas comunicacionales, de la mano de la ciencia y la tecnología, permite hoy que “muchos lleguen a muchos”, así como la obsolescencia de las ideologías.
Ante esta realidad, los liderazgos tradicionales intentan opacar a los emergentes, el control que aun poseen sobre las estructuras del Estado truncan la evolución de la política, retardando así los cambios que naturalmente deben suscitarse.
Lo mejor que puede ocurrirle a una democracia es la constante actualización de su política, en sus sistemas de gobierno, interacción/presión social y en sus organizaciones partidistas. Mientras más alejada esté una nación de las ideologías políticas y más cerca esté de su realidad, le irá mejor.
Los partidos políticos de hoy debe comprender que mientras más ligados a su pasado estén están condenados a desaparecer por nuevas estructuras dinámicas y eficientes, donde la retórica y la “historia partidista” van siendo desplazadas por acciones concretas y la cercanía con el mundo cambiante de hoy.
El liderazgo político ya no está ligado a la “sangre azul partidista”, en cualquier rincón del país puede surgir un líder, desde cualquier sector, incluso, desde cualquier evento sobrevenido. El desarrollo de la comunicación igualó a los ciudadanos en sus libertades políticas, facilita la proyección de sus talentos, de sus virtudes, así como de sus cualidades negativas.
La democracia del siglo xxi dejó en el pasado (afortunadamente) a la democracia (y los partidos) del siglo xx, la política es hoy para quienes tengan sentido de la oportunidad, como siempre, pero también para quienes sepan utilizar las herramientas evolutivas de la especie humana en beneficio de los demás. Entre cielo y Facebook no hay nada oculto.
@leandrotango