La retórica y la idiotez
Muchos conocen que la retórica la formalizó Aristóteles como la ciencia del discurso, de manera de tener un método coherente para influir, principalmente vía verbal, en la creencia de los otros. Se usa en muchos ambientes como la publicidad, la educación, el derecho y por supuesto en la política.
Los primeros pininos conocidos de la retórica tienen que ver con un pleito por tierras en Siracusa en donde se hizo evidente la fuerza que tenía el hablar bien para recuperar las propiedades. De manera que su origen es más judicial que político o literario. Pero pronto se convirtió en un poderoso instrumento y la oratoria vino a ser como todo un arte para los griegos y luego para los romanos. Su pase a la escritura también sucedió y, en efecto, la retórica escrita tiene hoy, también, un inmenso poder.
Casi todos los líderes políticos son buenos en el uso de la retórica y en especial en construir frases que emocionan, aunque sean poco concretas en su significado. Por ejemplo “Queremos una Venezuela de iguales” “Vamos a ser una nación líder” “Aquí no hay lugar para los indecisos” “La gran Venezuela nos espera” “La unidad es el camino” “El cielo es el límite” “Este partido es la esperanza del pueblo” “Ahora el petróleo es nuestro” y miles de tonterías e imprecisiones de este estilo.
En nuestro criterio el sobreuso de la retórica podría ser el real causante del agotamiento de credibilidad de los ciudadanos en sus líderes políticos. Casi podríamos asegurar que cada vez que un paisano escucha al líder político hablar, en su interior ya está diciendo en diversas formas un “sí Luis” demostrando, así, un bajísimo grado de credibilidad.
El disminuir el nivel de retórica y convertirlo en un discurso sobre algo concreto y comprensible, podría ser la clave del éxito de un nuevo estilo de líder. Que tal si en vez de decirle a un grupo de vecinos en Naguanagua: “Traeremos el progreso a esta región”, que en esencia no dice un carajo, el nuevo líder dice: “Les prometo por mi madre que vamos a construir, aquí, en Naguanagua, con la principal participación de la empresa privada, la más grande fábrica de zapatos de Suramérica” “y allí habrá empleo para muchos y todo el municipio tendrá una gran prosperidad”.
Esto no es fácil pues requiere de mucho trabajo de planificación, pero los ciudadanos de hoy están hartos de escuchar promesas huecas y quieren cosas que se entiendan. Hay que recordar que con todos sus altibajos los electores actuales son mucho más exigentes que los del tiempo del inicio de la democracia en los años 50 del siglo pasado.
Si así son las cosas la oposición al régimen de Maduro y su combo lleva las de ganar. Maduro solo puede mantenerse en una retórica primitiva e imprecisa pues no tiene, realmente, nada que ofrecer y muy poco que mostrar como logro. Además, si desvía los fondos de la corrupción y del narcotráfico en beneficio del pueblo, los bribones de su clan lo sacan a patadas del poder.
La oposición tiene una enorme oportunidad para vencer en la retórica a Maduro y sus rufianes. Ellos no pueden prometer casi nada y, realmente, ya casi nadie les cree. La oposición, sin embargo, tiene la opción de olvidar las frases cohete que emocionan, pero no aterrizan en ningún sitio y cambiarlas por acciones y proyectos concretos para cada comunidad. Que los líderes de oposición hablen y se les entienda, que prometan cosas concretas y verdaderas.
La gran ventaja de la oposición a Maduro es que puede caminar junto al empresario privado con alegría y no con el temor que les causa el régimen rojo. De esta manera se pueden acordar emprendimientos privados de desarrollo en cada región y que, en decenas de miles, al darse en forma simultánea, ayudarían a la pronta recuperación de Venezuela.
El discurso de Maduro, Diosdado y de los otros pillos dictadorzuelos se agotó. Solo les queda para tener algún respaldo a los empleados públicos amenazados constantemente y a los que también amenazan con quitarles la limosna de alguna misión.
La oposición tiene la ruta libre. Si se cambia el nivel de retórica y se convierte en promesas concretas, el pueblo no dudará en acompañar a sus reales amigos. Hay primero, por supuesto, que estructurarse bien para ganar las elecciones. Hay que repartir el poder entre todos los partidos políticos de oposición de manera que después de una primaria todo el mundo reciba algo proporcional al número de votos que obtenga.
El candidato de la oposición, electo con mucho entusiasmo por todos, junto a una campaña de concreciones no retóricas, nos llevará a una campaña en donde todos los partidos tendrán algo que hacer como gobierno para salvar a Venezuela. No es tan difícil y sobre todo las promesas concretas asegurarían la enérgica reacción del pueblo ante la posible idiotez de Maduro de no querer entregar el poder.
Pa allá vamos. Vamos a ganar.