Subiendo y bajando el cerro
Uno de los gratos recuerdos de nuestra juventud es haber subido (y bajado) un cerro situado casi en el centro de la península de Paraguaná y de nombre Santa Ana, al igual que un pueblo que reposa en su falda.
En 1972 el cerro fue declarado monumento natural y es zona protegida. Su superficie son unas 2.000 hectáreas y en realidad son tres picachos de nombres Moruy, Buena Vista y Santa Ana. Este último es el que le da nombre al conjunto y es el de mayor altura con 830 metros.
Aunque hay varias opciones para subir al cerro la más utilizada es partiendo desde el pueblo de Moruy, que también se encuentra en su falda. Desde allí se puede caminar por una trocha bastante definida hasta la propia punta en un par de horas.
Como muchos conocen Paraguaná es una Península en el norte de Venezuela que tiene una extensión de 3400 Kilómetros cuadrados y salvo por el cerro Santa Ana es bastante plana. Lleve muy poco por lo que su vegetación es de monte espinoso tropical formada principalmente por cactus, cujíes y matorrales resistentes a la sequía.
De manera que el inicio de la subida al cerro Santa Ana parte, con mucho calor, desde un paisaje seco y de tunas que irá cambiando a medida que se avanza. Hace miles de años toda la península estaba sumergida en el mar de manera que se pueden encontrar almejas petrificadas durante el camino. Ya a unos 400 metros de altura se empieza a apreciar notoriamente un cambio en la temperatura y en el tipo de vegetación y que en la parte más alta del cerro llegará a convertirse en un bosque húmedo con frondosos árboles de hasta 15 metros de altura, musgos, líquenes y plantas y flores de muchos tipos que lo hacen parecer un jardín estupendo.
El subir el cerro es relativamente fácil salvo en un corto tramo donde el camino se empina bastante, pero hay (o había) una cadena para agarrarse y facilitar la escalada. Y digo lo de “había” pues con esta pelazón que vive el país no me extrañaría que algún chatarrero ya se hubiese llevado la cadena.
Al llegar a la punta del cerro la vista es hermosa y panorámica y si hay poca bruma se ve toda la península y hasta las islas cercanas de Aruba y Curazao. Es allí donde ocurre la magia de que, a pesar de estar en uno de los sitios más áridos y calurosos de Venezuela, también hay un pequeño punto lleno de humedad y frescura.
La bajada puede ser también divertida pues hay árboles con lianas así que se puede jugar a Tarzán por un rato, pero, por otra parte, el camino tiene muchas piedras sueltas así que no se puede ir bajando a mejor velocidad que subiendo y hay que hacerlo despacio y con buen cuidado.
Traigo este recuerdo a cuento pues pareciera que este asunto de estar entre las espinas y el calor para luego estar fresco y entre grandes árboles para, de nuevo, volver al calor pasa en innumerables ocasiones.
La más conocida es la de los precios del petróleo que sube y baja con frecuencia dejando usualmente mal parados a todos los expertos pronosticadores. Y es que como en muchísimas otras cosas de la economía esto también tiene que ver con el caprichoso comportamiento humano que, en general, es impredecible. De manera que basta que dos países del golfo pérsico se disgusten para que los precios suban o algún país empiece a producir algo más porque necesita dinero para que los precios bajen.
La historia reciente de Venezuela es algo parecido. A comienzos de siglo XX éramos un país muy pobre, lleno de enfermedades, una economía de subsistencia y un sistema de gobierno dictatorial. Pero con la ayuda de la explotación petrolera las cosas empezaron a cambiar y pasamos a ser, en muy poco tiempo, un país próspero, con grandes ciudades, con aspiraciones de primer mundo y con un gobierno democrático. Habíamos subido a la punta del cerro.
Monseñor Roberto Lückert decía que su padre, un alemán venido a Venezuela a principios del siglo pasado y que pudo ver el cambio que ocurría, contaba que lo que en Alemania se hizo en 500 años lo había hecho Venezuela en solo 50.
Pero no esperábamos que íbamos a bajar tan pronto de la punta del cerro y hemos vuelto, en pocos años, a ser un país paupérrimo, lleno de problemas mayores y ni siquiera con una economía de subsistencia lo que ha obligado a millones de compatriotas a tener que irse de su tierra a otros países y, como guinda, con un gobierno dictatorial comunista.
Afortunadamente hay muchos empeñados en volver a subir el cerro y para esto lo primero que hay que hacer es cambiar este régimen mandón por un gobierno decente y democrático. No hay duda que el régimen se está desgastando aceleradamente y una fractura interna es predecible. Esto nos va a llevar a una salida negociada que incluya unas elecciones limpias las cuales se ganarán con facilidad pues el rechazo a la situación actual es inmenso.
Hay que seguir haciendo, hay que seguir empujando esta piedra en el camino que nos impide subir la cuesta de nuevo, pero lo vamos a hacer y construiremos un país mucho mejor que el que tuvimos.
Viva Venezuela.