Tiempos de solidaridad y amor
“El amor comienza en casa, y no es tanto cuánto hacemos, sino cuánto amor ponemos en las cosas que hacemos” María Teresa de Calcuta
La mal llamada revolución (es más bien involución) trajo la polarización, la extrema división y en medio de esa inédita situación, se exacerbaron odios nunca vistos en la sociedad e incluso en el seno de muchas familias. No nos llamemos a engaños: estamos y estaremos viviendo por algún tiempo esa desgarrador y terrorífico escenario de división en el país. La ola de odio es impresionante. Es preocupante.
El amor es todo lo contrario al odio. El perdón es un gesto para los valientes. El cobarde no tiene el coraje se asumirlo y mucho menos desprenderse de su petrificado orgullo. Estamos pasando, en medio de esta espantosa crisis económica, una dolorosa ausencia de valores. A veces pareciera imponerse el sálvese quien pueda. La solidaridad se torna huidiza y los actos de grandeza desaparecen en los océanos del odio. Inaudito.
Estamos entendidos que los actos de grandeza suponen algún tipo de renuncia, por ejemplo, al orgullo, a la satisfacción personal de algún deseo, al sentimiento de autosuficiencia, a las ansias de poder. En la contracara de su dar y darse cae, abatido, el orgullo o la egolatría o algún interés pasajero y hasta mezquino, pero esos gestos de grandeza, aunque muchos no lo crean, proporcionan muchos beneficios al alma, al espíritu y la tranquilidad de conciencia. Practíquenlos y verán.
Estás reflexiones las hago en medio del dolor y luto que me ha ocasionado la pandemia. He perdido familiares y amigos muy cercanos; otros que ha sido víctimas del contagio se recuperan, pero le quedan secuelas y afecciones que no sabemos cuándo ni cómo las superarán totalmente. El virus cuando no mata, deja padecimientos y patologías, por los momentos, sin posibilidad de curarse totalmente. La cuestión es de terror.
Empero, más terrorífico, tenebroso y peligroso para nuestro regreso a la normalidad y la vida en sociedad, es la impetuosa ola de odio, que algunos personajes anidan en sus corazones. Es una onda de gran amplitud, la cual como en un mar picado, no pueden detener y desatan al ver contagiados a quien consideran adversarios, enemigos e incluso, con el sentimiento más perverso, odian por razones religiosas, políticas, económicas, familiares o porque sencillamente, «no les caen bien» o escucharon alguna vez, que el tipo esto o aquello, que no fue de su gusto ¡Por favor! No seamos insensatos.
El Gral. Eleazar López Contreras, una vez que asumió la Presidencia de la República luego de la larga y cruenta dictadura del Gral. Juan Vicente Gómez, en su disposición y empeño por detener los odios que se desataron, recomendaba a los venezolanos «calma y cordura». Hoy más que nunca cobra vigencia ese sabio consejo. Y sí, se les hace difícil o imposible dar alguna muestra de apoyo, solidaridad y una pizca de amor a los contagiados con el peligroso virus, no salten de alegría y anuncien muertes sin producirse. Amor contra el odio. Calma y cordura.
En el juego de la vida / nada nos vale la suerte / porque al fin de la partida / gana el albur de la muerte, dice la melodía popularizada por el inquieto anacobero Daniel Santos. Y, no olviden «el odio es como ingerir veneno, pensando que se adelantará la muerte del otro». No os equivoquéis. Vamos a detener la ola de odio porque, de continuar, al final arrasará con todos. A cuidarnos, vivir y dejar el destino en manos de Dios. Amaos los unos a los otros.
Dios, la Virgen del Valle, José Gregorio Hernández, cuiden, protejan y metan sus manos milagrosas para devolver la salud a todos los contagiados con el virus y, especialmente a mis amigos de la ciudad. Verlos de nuevo en la batalla de la vida, es mi mayor deseo. Vamos, pues, a rezar por todos y desear sus prontas recuperaciones. Es tiempo de amor y solidaridad.
El virus es invisible y silencioso. El supremo creador nos cuide a todos, incluso, a los que desean mal a otros.
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