Gracias a la vida
Así se llama una conocida y muy bella canción de Violeta Parra. ¡Gracias a la vida! Dios mediante, el próximo domingo 18 de octubre cumpliré ochenta años. Es tiempo adecuado para decir ¡gracias a la vida!
Gracias a Dios por haberme invitado al maravilloso banquete de la vida.
Gracias por haber nacido en esta “tierra de gracia” que es Venezuela y en este tiempo tan cargado de cambios, de sueños, de esperanzas y también de angustias y de preocupaciones.
Gracias por los padres que me diste y por la familia en la que crecí. Por mis cinco hermanos y por los maestros que me enseñaron tantas cosas buenas.
Gracias por haberme ayudado a graduarme de abogado y por haber podido hacer estudios de postgrado en el exterior: en Holanda y en Estados Unidos.
Gracias por haberme concedido una vida sencilla y austera. Sin ningún lujo y sin ninguna carencia. Con lo necesario para una existencia feliz y siempre ilusionado por un futuro mejor.
Gracias por María Isabel, la maravillosa mujer con la que me casé. Ella me dio seis hijos estupendos.
Gracias por tantas y tan maravillosas oportunidades de viajar por diferentes países del mundo y conocer tanta gente interesante. Gracias por haber podido recorrer intensamente toda la geografía venezolana. Disfruté de sus paisajes en Oriente, en las montañas andinas, en el Zulia, en los llanos, en Guayana, en Centro Occidente y en sus maravillosas y extensas playas. Conocí la geografía física de Venezuela, pero sobre todo, conocí la geografía humana de este país tan extraordinario. Hice muchos amigos y amigas en toda la extensión de nuestro territorio. Amistades que conservo como un preciado tesoro en mi corazón y en mi memoria.
Gracias por los libros, por la música, por las obras de teatro, por la cultura en todas sus manifestaciones.
Gracias por haber sembrado en mi ánimo una vocación de servicio público a la que pude ser fiel a lo largo de los años y a través de muy diferentes circunstancias. Gracias por la ración de deber que sembraste en mi conciencia y por la voluntad que me concediste para cumplir a cabalidad mis obligaciones.
Gracias por mi fe religiosa. Gracias por hacerme cristiano. Por hacerme creer en todo lo bueno y todo lo ejemplar que hay en la vida de Jesús. Gracias por este anhelo de fraternidad que he sentido latir en mi corazón durante todos estos años.
Gracias Señor por todo.
Seguiremos acumulando motivos para el agradecimiento y seguiremos conversando.
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