Vivir
¿Qué sentido tiene la vida? Es esta una de las grandes interrogantes de la humanidad, quizás la más difícil de responder. No hay una respuesta universal. Será la particularidad de cada individuo en el tránsito por la vida quien en definitiva encuentre su respuesta, para algunos será satisfactoria y no así para otros. En definitiva, el sentido de la vida será generado por el propio ser.
Este es el planteamiento que nos presenta el director de cine japonés Akira Kurosawa en su extraordinaria película “vivir” del año 1952, a través del personaje Kanji Watanabe, funcionario público de carrera con treinta años ininterrumpidos de servicio intachables, viudo y con una enfermedad terminal recién diagnosticada en el ocaso de su vida atrapado en la cotidianidad de su trabajo burocrático y su paradójica vida familiar.
Un día en el trabajo descubre que no es feliz y que la vida que ha tenido no le satisface. La siente vacía y sin sentido. Decide entonces tomar sus ahorros celosamente resguardados de su vida para disfrutarlos en diversión y entretenimiento, descubre en esa etapa fugaz nuevas experiencias, pero incapaces de darle un nuevo sentido a su vida.
En esa profunda reflexión y búsqueda descubre que todo lo que ha hecho en su vida ha sido para satisfacer su individualidad, sus acciones aparentemente correctas eran únicamente para sentir superficialmente una felicidad aparente o momentánea pero que realmente no llenaban a plenitud su Ser, era una felicidad a medias que necesitaba complementar con algo más que no había descubierto aún.
Es en ese instante decide volver al trabajo y hacer lo que nunca había hecho en la oficina pública de servicio al ciudadano, dependencia está a la que pertenecía y que además era el supervisor jefe, rompe los protocolos burocráticos e inicia una simplificación en los trámites de tal manera de verdaderamente dar un servicio público a los ciudadanos, en especial a los más necesitados.
Asumió un proyecto vecinal para la construcción de un parque infantil en una comunidad muy pobre, se enfrentó a todo el entramado burocrático al cual pertenecía, inclusive a su propia familia, pero con tenacidad, empeño, constancia y junto al apoyo recibido por los integrantes de la comunidad lograron finalmente la construcción del parque infantil que por años habían solicitado.
Agotado por la labor y la enfermedad que le acompañaban, se sienta en uno de los columpios del parque, con serenidad y plenitud empieza a columpiarse con una sonrisa que le invade el rostro, ha descubierto la felicidad plena, ha descubierto que la vida tiene sentido, Kanji ha vivido y su legado ha quedado por siempre.
@Lombardijose