Tierra de caudillos
Nosotros hemos tenido hombres que han llegado al poder con una infinita sed de perpetuación; empezando por el propio Bolívar, cuya máxima expresión la expuso en su Constitución de Bolivia, y donde contemplaba la idea de una presidencia hereditaria; de modo que el príncipe se fuera formando desde la más remota infancia; ya que, según su juicio, estos países iban a quedar a merced de tiranuelos de todas las razas y colores; la barbarie más absoluta; pensando, por lo demás, en el modelo de monarquía inglesa, y de cuyo sistema de gobierno era admirador.
Lo que no deja de ser verdad; si tomamos en cuenta lo que fue el país, sobre todo, a raíz de la llegada de los Monagas al poder; lo que se conoció como el monagato; pues, a pesar de que Páez provenía del mundo de la barbarie, habiéndose criado como peón de hacienda; mal que bien, permitió una alternancia democrática; a propósito de su caudillismo, con un período gobernado por un civil; como fue el de José María Vargas; aun cuando muy saboteado por la tentación militarista, presente en la conciencia del venezolano.
El propio Juan Vicente González hablaba de una edad de oro de Venezuela, y la que abarcaba de 1830 a 1846; pues a partir de los Monagas, y que llegan al poder gracias a un proceso electoral; que se lleva a cabo en 1846, en efecto, la nueva fisonomía política del país se puebla de tiranuelos; más que actores políticos, malabaristas de la palabra, y cuyos discursos son huecos; sólo que con un lenguaje encendido, que excita a la masas populares; comenzando en aquella época con Antonio Leocadio Guzmán; un agitador profesional de muy brillante inteligencia, sólo que con una pluma muy irresponsable.
He allí lo que son las circunstancias para nosotros los venezolanos: la ética de la irresponsabilidad; el no empeñar las palabras, si no en utilizarlas, como herramientas de una mentira; no olvidemos que el mentir es ignorar el oído del otro; que es ya una negación de la realidad; de acuerdo a las conveniencias presentes; lo que da lugar a las mentiras piadosas o a gestos de demagogia individual; por lo que la promesa de un político, como esa de Chávez de convertir a Venezuela en una potencia, que la decía a cada momento; uno lo toma como un albur: él nos prometió esto, pero no se sabe, si lo va a cumplir o no; tomando en cuenta que muchas de esas promesas carecen de lógica; luego, la mayor parte de ellos son sujetos improvisados.
Incluso, el famoso atentado contra el Congreso de la República, perpetrado durante el gobierno de José Tadeo Monagas, queda en la historia, como un hecho protagonizado por el pueblo; que lleva a cabo esas acciones en defensa de un gobierno legítimo, y que ese Congreso de oligarcas pretende defenestrar; cuando en verdad eran hordas de resentidos sociales, que el gobierno de Monagas había armado; como el actual régimen ha armado a otras hordas, y las que conoce con el nombre de “colectivos”, a los fines de llevar a cabo estos mismos actos de vandalismo contra las instituciones; cuando se ven en apuros de estabilidad política; aparte de que ya con la liberación de Antonio Leocadio Guzmán, quien estaba preso y condenado a muerte, para el momento de la llegada al poder de Monagas; lo que persigue éste es buscar el apoyo del partido Liberal, que lideraba este señor, y así lograr la fe del pueblo llano; donde este señor tenía una gran influencia, se repite, a causa de su verbo incendiario.
Sin embargo, su hijo, Antonio Guzmán Blanco. “el ilustre americano”, como se hacía llamar, quizás ha sido el caudillo más aparatoso de todos; en el sentido, incluso, de mandarse a esculpir estatuas en vida; que hizo erigir en los lugares más emblemáticos de Caracas: frente al Capitolio, su obra cumbre desde el punto de vista arquitectónico; aun cuando no ha dejado de ser calificada por alguno que otro, de un modelo arquitectónico de mal gusto, y la que el medio caraqueño la conocía como “el saludante”; la otra estatua en el parque El Calvario, y a la que ese medio conocía como la del “manganzón”.
Por supuesto, decretó la instrucción pública obligatoria en Venezuela; pero sin una infraestructura escolar; que era su propósito demagógico que le sacaba en cara Cecilio Acosta, y que no lo hubiera hecho, si no fuera venezolano. Pero el gesto del “saludante” venía a constituir el símbolo de su triunfo como gobernante, que incorporaba el país a la llamada cultura del progreso; muy compenetrado incluso con la Francia del llamado bonapartismo, a partir de la construcción de obras monumentales, como acueductos, ferrocarriles; además de ser un guerrero consumado y poeta.
En lo que Pérez Jiménez se le igualó; a pesar de que éste si no anduvo con demagogias en lo que respecta a la materia educativa; pues a la hora de cerrar universidades, las cerró; pero su cesarismo, basado en el principio imperial, lo llevó también a creer, que gobernar era construir obras faraónicas; que quedaran como impronta en el inconsciente colectivo del pueblo, y lo que lo logró; pues el venezolano, en ese sentido, no deja de calificar su obra de gobierno, como la mejor que hemos tenido en Venezuela; no obstante, obsérvese, que estos han sido caudillos edificantes; como lo fue también Juan Vicente Gómez; que no Cipriano Castro; pues éste tenía la misma mentalidad de Chávez, en el entendido de pensar que la patria es un botín, y que el poder es para el goce y el placer.
Aun cuando, Chávez no dejó de ser tan aparatoso como Guzmán Blanco, y de allí la multiplicación de su imagen por todas partes; junto a esa simbiosis suya y del Libertador, que ha venido a resultar el Bolívar mulato, en la desfiguración, que ha hecho el chavismo de su efigie; en cada oficina del sector público; además, por supuesto, del retrato oficial de Nicolás Maduro como presidente de la República.