Hemos quedado desmantelados
Durante veinte años hemos reproducido el Mito de Sísifo, el famoso dios menor del Olimpo a quien condenaron los demás dioses al castigo de remontar con una piedra muy pesada la cumbre de un cerro, y la que en el tramo final se le resbala, y se deja venir rodando cerro abajo para perder el enorme esfuerzo, y empezar de nuevo; sólo que si a ese castigo condenaron a Sísifo por estafador, a Venezuela la condenaron por ingenua; por haberle entregado el país a un aventurero.
Pareció fácil; porque la opinión pública lo veía en aquellos últimos años de la década de 1990 como un manganzón que tenía la mejor voluntad de todos, y que podía arreglar el mundo sobre todo por su condición de militar, llamado a poner orden en este país, regido por una clase política muy iletrada y codiciosa.
De hecho, a Carlos Andrés Pérez lo logran defenestrar intereses que se habían opuesto al proceso de descentralización estatal que había emprendido; tomando en cuenta que durante el gobierno de Jaime Lusinchi cuando todavía se escogían los gobernadores por la vía del Ejecutivo, a quien le correspondían otorgar los contratos de las obras regionales era a los secretarios regionales de AD sin licitación alguna; lo que, en evidencia, se tradujo en cobro de comisiones; aparte de sobornos; cuando entonces se hablaba de una sociedad de cómplices; lo que se consideraba como una deshonra para nuestra clase política; que, no obstante, no tenía rubor alguno para oponerse a toda clase de cambios hasta terminar defenestrando a Pérez, como decía, y de allí que se viera en Chávez el militar capaz de poner orden en esta situación; a propósito de la permanencia en nuestro inconsciente colectivo de la ideología militarista; quizás por haber sido un pueblo al que lo forjaron militares, además de muy heroicos; incluyendo allí el culto a Bolívar.
Que quizás esto, sume a la otra condena; es decir, por haberle entregado el país a un aventurero; pues como decía atrás se le veía como un manganzón con buena voluntad; fácil de manipular, como lo intuiría un hombre de la talla de Jorge Olavarría o, incluso, su tutor desde los tiempos de la cárcel de Yare, Luis Miquilena; que es donde está el detalle, de que el idiota es vivo por dentro a pesar de su apariencia, y a quienes fue lanzando por la borda durante su trayecto en el poder a la hora de dárselas de más vivos que él.
¿Qué se podía esperar del gobierno de un aventurero? Un hombre, que ya, de hecho, resulta de una gran ordinariez; cuando califica de moribunda a una Constitución que le han puesto por delante para que jure frente a ella; aparte de que entra en contradicción, puesto que se trata de nuestra Carta Magna, a la cual objeta, y, por lo tanto, no está en condiciones de sumirse a su magnanimidad.
He allí el instante en que comienza el proceso de desinstitucionalización de nuestro Estado; porque habría que admitir que se trataba de una Constitución; que requería de una reforma; como ya se había planteado, y cuyo proyecto había estado en el aire durante el gobierno de Rafael Caldera; sólo que también se habían atravesado oscuros intereses partidistas, y la habían frenado, y cuyas consecuencias serán fatales, para estos intereses. El hecho es que no era el momento; con motivo de la presencia en esa juramentación de numerosos jefes de Estado, representaciones diplomáticas, y el pueblo de Venezuela encadenado. No sin razón un amigo me contaba, que cuando celebraban en familia la asunción de Chávez al poder, a él se le vio muy triste y apesadumbrado; fue entonces, cuando la señora le preguntó, la causa de aquella actitud, en medio de tanto euforia, y él y que le respondió:
-Que Chávez dijo que juraba sobre esa moribunda Constitución.
Igual queja tuvo un amigo, chavista recalcitrante; de los que le llevaba a Chávez libros cuando éste estaba en la cárcel de Yare. Fue entonces, cuando más de uno comenzó a lamentarse por el hecho de haber perdido su voto, y a decir que, si lo había puesto en la silla de Miraflores, ahora lo tumbaba; empezando por el propio Miquilena, y uno diría que desde entonces se comenzó a padecer del Mito de Sísifo; llegando días en los cuales uno se acostaba con la noticia de que el hombre había desaparecido, y resultaba que al día siguiente se aparecía diciendo, “que no era que estaba muerto, sino que estaba de parranda”. Incluso, hubo celebraciones el balde; como aquélla de 2007; cuando se le ganó el referéndum para la reforma constitucional; donde planteaba lo de la reelección indefinida que no lo contemplaba la Constitución de 1999; razón por la cual dicen los allegados a estos dos señores en aquellos momentos, que Chávez y que increpó a Miquilena en una oportunidad:
-Hiciste una Constitución a tu manera.
Es decir, que no le había consentido lo de la reelección indefinida; un ansia desmedida de poder que lograría imponer después, por la vía del llamado proceso de Enmienda; impulsado en la creencia de que su liderazgo era una cuestión histórica y trascendente, y de allí su delirio de creerse una reencarnación de Bolívar, además de esa presunción, de decir que él era el único que estaba preparado, para gobernar a Venezuela; mientras muchos de los que caminan por las carreteras de los distintos países de la región, huyéndole al hambre, y al desamparo, en el que nos encontramos, votaban por todos sus caprichos y veleidades, y celebraban en grande, a propósito de los procesos electorales, que se iban dando, y en los que ponía mucha fe el resto de la ciudadanía opositora.
Todo esto lo digo por lo que ha significado la explosión del caso de Humberto Calderón Berti: piedra rodando sobre sí misma, como dice la canción de Tito Rodríguez; partir de nuevo de cero.