El primer paso
Lo dije en sesión solemne del Congreso Nacional. Caracas amaneció de pie el 19 de abril de 1810. Son las ocho de la mañana y está reunido el Cabildo extraordinario en la Casa Consistorial. El Cuerpo Municipal sólo debía sesionar si era convocado previamente por el Capitán General. Allí estaba reunido. Sin permiso. Era el primer paso de una revolución que se iniciaba, y la revolución no pide permiso.
Que venga Don Vicente Emparam a atender el llamado a sesión que le hacían los cabildantes. No. No respondais así, señor Capitán General, al reclamo del Alcalde José de las Lamozas y de Martín Tovar Ponte, de un gobierno representativo del pueblo venezolano porque casi toda España había caído en poder de los franceses. No digáis que en la península sí hay Gobierno legítimo y que éste está representado por el Consejo de Regencia. No, señor Capitán General, no prometáis, so pretexto de asistir a las ceremonias religiosas de Jueves Santo, tratar para más tarde lo que constituye un apremio nacional.
No vais a volver, sino que serás traído, señor Capitán General. Ese Francisco Antonio Salias que ahora a las puertas de la Catedral os llama a Cabildo no es un joven revolucionario que habla para molestaros. Su voz es la voz de los que minutos después van a definir solemnemente destino propio en el mundo. Y los diputados del pueblo, Juan Germán Roscio y José Félix Sosa, que os acompañan en el regreso, ¡no os asustéis!, solo vienen a vuestro lado para conduciros a la continuación del diálogo interrumpido.
¿Qué se forme una Junta de Gobierno presidida por Vos, señor Capitán General, y que la Real Audiencia y los demas tribunales continúen al frente de sus cargos? No, Excelencia. La Real Audiencia ordenó inútilmente tocar a generala y trató de apelar a la fuerza armada para resistir las decisiones del Ayuntamiento y ¡ved cómo ahora un piquete de granaderos de bayoneta calada en mano la conduce a la Sala Capitular!
Vuestra causa está perdida, señor Capitán General.
Escuchad al canónigo José Cortés de Madariaga, Diputado del Clero, que está pidiendo al Cabildo vuestra deposición como Capitán General y la creación de un Gobierno independiente.
No hay inconveniente. Podéis apelar a la voluntad del pueblo reunido en la plaza. Escuchad, ya hasta vuestro balcón sube como un trueno la exlamación de la ciudad.
“¡No! ¡No lo queremos!”.
“No lo queremos”, señor Capitán General, porque ahora el Cabildo va a asumir la autoridad suprema.
“No lo queremos”, señor Capitán General, porque ahora vamos a formar un nuevo Gobierno, la Junta Suprema de Caracas, ya que así lo manda la voluntad popular que encarnamos.
“No lo queremos”, señor Capitán General, porque ahora vamos a decidir sobre libertad de comercio, pagos de tributos, impuestos de alcabalas y derechos de exportación, que antes eran materia de la competencia de la Corona.
“No lo queremos”, señor Capitán General, porque vamos de inmediato a convocar al pueblo a elecciones para que elija al primer Congreso Constituyente de Venezuela.
Después del 19 de abril de 1810, Simón Bolívar pronunció el 3 de julio de 1811 su famoso discurso en la Sociedad Patriótica en el que pidió que “pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad suramericana: vacilar es perdernos”. Dos días después, el primer Congreso Constituyente de Venezuela declaró formalmente la independencia absoluta el 5 de julio de 1811, que se rubricó luego victoriosamente en el campo de la guerra.