¿Dónde quedó la autonomía universitaria?
Para nada sorprende que los actuales gobernantes, militares y militaristas sin formación política ni educación civilista, la hayan tomado ahora con la Universidad autónoma. Desde el momento en que concibieron al país como un cuartel a la usanza fascista, la autonomía universitaria no estaba (ni está) en las cuentas del proyecto político de gobierno. Ni siquiera, según la Constitución de 1999 pues apenas la contempla a manera de “saludo a la bandera”.
Habida cuenta, tenía que evitarse toda posibilidad de confrontación que reivindicara la democracia por cuanto lo contrario iría en perjuicio del autoritarismo que finalmente se implantó. Aunque lo de democracia “participativa y protagónica”, fue sólo un elemento discursivo apuntado por la intención de exponer un preámbulo que, sin coherencia entre tantas palabras vacías, servía para infundir esperanzas sólo de nombre o a nivel de papel.
Justamente, en función de lo arriba referido, no es extraño inferir el carácter demagógico del artículo 109 del texto constitucional cuando alude que “el Estado reconocerá la autonomía universitaria como principio y jerarquía (…)”.
La noción de autonomía expresada encubre razones que hoy, quienes fungen como altos funcionarios del régimen político, se sirven de dicha consideración para convalidar la emboscada que estratégicamente han dirigido contra las universidades autónomas nacionales como en efecto sigue observándose dado los recientes acontecimientos vividos en perjuicio de la autonomía universitaria.
Si se revisa lo que la Constitución de la República Bolivariana refiere por “autonomía universitaria”, no es difícil advertir cuestiones como estas, por ejemplo:
1) Es vista como “jerarquía” lo cual refleja el sentido estructuralmente rígido que oculta, con la idea de facilitar argumentos políticos que tienden a incitar vías de conflicto entre actores universitarios.
2) Este concepto inorgánicamente estructurado, plantea una concepción vertical que induce una praxis universitaria cerrada y disociada de valores democráticos.
3) Según dicha declaración, poca razón tiene el hecho de comprometer egresados en el ámbito de la autonomía cuando la Universidad se entiende como “una comunidad de intereses espirituales que reúne a profesores y estudiantes en la tarea de buscar la verdad y de afianzar los valores trascendentales del hombre” (Del artículo 1º de la Ley de Universidades)
4) Tal concepción luce ambigua al supeditarse al “control y vigilancia” de normativa ajena a ella.
Entonces, después de reconocer tanta inconsistencia e incongruencia que cualquiera puede advertir, queda preguntarse sin mucho optimismo: ¿Dónde y para qué quedó la autonomía universitaria? O apegado a la brevedad: ¿dónde quedó la autonomía universitaria?