Enterremos al país populista…
Del imperio a la nación
El venezolano padece de un síndrome de externalidad común en Latinoamérica: “háganmelo”. Una actitud que es contraria a la cultura de países caucásicos, nórdicos…donde “sufren” de lo contrario: “Lo hago yo” [internalidad]. Las razones de nuestra vocación al endoso, al resuélvemelo, al traspaso de compromiso o la delegación del esfuerzo, son seminales, antropológicas, históricas, culturales. Sin duda la hispanidad nos dio civilidad, lengua, buenas costumbres, fe y tradición. Pero…
De [España] heredamos la carga de sumisión, imposición y resistencia de la corona. Una gabela que marcó la península desde su recuperación final [de manos de la ocupación Mora/1492], por los Reyes Católicos. Después de 8 siglos de dominio árabe [750-1492], se acentúa por Europa toda, el reparto de dinastías nobles de prosapia Francesa. Entre parientes, amantes y amigos, se adjudicaron el dominio desde Inglaterra a Holanda, Noruega y Dinamarca, de Francia a España y Portugal, colonias incluidas.
Este manifiesto de “desviación de plasma originario y huella perenne”; de autocracia, imperialismo y amos del valle-al decir de Herrera Luque-nos condujo a un proceso de colonización, espejo de cortantes aversiones. Un careo incesante de poder. El Rey era el pueblo, el estado, la vida. No pretendo remover resentimientos. Una época que por apasionante, produjo hombres y épicas fascinantes […] Pero quedó un semillero de tempestades por 5 siglos, que aún se manifiestan en la tenaz sumisión al estado.
La icónica guerra de Sucesión Española convertida en un conflicto internacional en terreno hispano, exacerbó los ímpetus de posesión del viejo continente. Quiero destacar la Batalla de Almenar [1710]. España, dividida entre la dinastía Aragón y la Borbona, sembró en esa batalla-donde fue derrotado el ejército Borbón de Felipe V, Rey de España-un reflujo que aún trasciende.
La prolongación de un conflicto de castas [Aragón vs. Borbónica] vía Cataluña, prólogo de sangrientas disputas entre los imperios de Inglaterra, Austria, Francia y Holanda y epílogo de la guerra civil, constituyeron el mayor capítulo de conjuras, traiciones, despojos, desprendimientos y fracturas históricas, que más trascendieron a sus colonias en América. Siglos más tarde, ese afán de ser “los elegidos de Dios” permanece. Y el resentimiento de “no serlo”, es decir, el miedo a ser miserable, también. Un código de desquite y carencias que llevamos en la alforja.
No en las venas abiertas de la Latinoamérica reciente. No en el buen salvaje al buen revolucionario, como etiqueta de una colonización “verduga” de bota marquesina. La historia es más compleja, más sensible, más desgarradora y difícil de desatar…en la frágil espiritualidad humana. Es superar el miedo más profundo a perder el poder, la tierra, el estado. O el miedo a ser abusado por él [poder]. Miedo que sobrevive por siglos donde el mando sea autárquico, tribal, republicano o comunal, es un fantasma que mina el ideal de nación.
Es el miedo profundo a ser desobedecido, abandonado, traicionado. Es dejar de ser el Marqués de la Paz, El Duque de Melilla o los reyes de la baraja, o a ser ignorado, relegado y abandonado en la miseria. Es el miedo a perder o ganar la libertad. O peor. El miedo a perder interés a luchar por ella. Un espanto lúgubre, un pasado tórrido que edifica un presente endeble, donde el Estado es amo y señor de la memoria […] Es la génesis noble y capadora a la vez, de la colonización que, a diferencia de la conquista, supuso un proceso de transculturización traumático. América lo sufrió todo. Colonización y conquista que es civilización pero también guerra. Y en ese acumulado de pasión e imposición, el Estado lo justifica todo.
La fascinación por los hombres a caballo
La fascinación de GARCÍA MÁRQUEZ por los hombres de poder, aclararía Enrique Krause, “es también la fascinación de los hombres de poder por García Márquez”. Esta simbiosis confirma la hipótesis que, en América, los hombres a caballo son el estado a caballo. Una fascinación que impide fascinarse a sí mismo.
La colonización ha sido sin duda un proceso enriquecedor. Pero también alienante. De ella la lengua, las costumbres, la fe, los buenos modales. Pero también el vasallaje, el privilegio, el negocio de manos del Estado-Rey-Presidente. En ese momento la nación es lirismo, es retórica, es justificación. El estado-central, se lo lleva todo. Y nos fascina…
Pero la humanidad ha evolucionado. Un occidente, resiliente, resistente e ilustrado por la revolución francesa y antes, por el pensamiento clásico y estoico ateniense, abrió el camino a la democracia, la igualdad, la fraternidad y la libertad. Aún el Estado intenta colocarle amarres. Pero es tiempo de entenderlo [el estado], como un reducto administrativo y republicano donde la ley lo habilita como simple mediador y buen oficiante entre el ciudadano y sus derechos fundamentales. Un reto histórico no resuelto en LATAM.
Desde México a Argentina no nos hemos sacudido ese complejo de abyección y sumisión al poder del estado. El poder de los que se autoproclaman jefes supremos del control y del reparto, a cuenta de ungir como los nuevos “elegidos de Dios”. Peligrosa auto fascinación, que los convierte en aprendices de dictadores.
La tragedia venezolana…No somos suizos
Una hambruna inédita parece abrir un boquete a nuestra sumisión al Estado. El venezolano, hastiado y desplazado, aprendió que su destino ni le pertenece ni lo garantiza el Estado. Hemos comprendido que, saliendo a la calle a buscarnos la vida, un negocio; sea un taller, una charla digital, de influencer, entrenador vía FaceTime, pregonero o heladero, paga más que ser empleado público. Ya no es háganme. Es, lo hago yo. El cambio de mentalidad aún tiene sus carlancas en los tobillos. El anclaje a la fuerza del estado no cesa, pero rompemos cadenas. Estamos a las puertas de un parteaguas entre el paradigma rentista, populista, socialista y clientelar y la oferta liberal, que podría llevarnos a un rebote país inédito y floreciente. Un cambio de mentalidad aunado a un nuevo modelo de poder liberal, propietario, corporativo, competitivo, capitalista sin complejos, que acompañado del orden de la ley, convertiría a Venezuela en menos de un lustro en un milagro económico y social.
Las tendencias de la voluntad y preferencia de voto hacia una oferta política liberal, empresaria, proveedora de educación, tecnología y oportunidades, es significativa en los sondeos. Basta de paternalismo, cajas CLAPS, militarismo y misiones. El venezolano que ha caminado América Latina de norte a sur, sabe que el esfuerzo propio es la receta para surgir y prosperar. Estamos dejando de ser dependientes del Estado. Ponemos en remojo las sombras de los cuatro reyes de la baraja, [que ya suman más de diez]. De un continente que debe despertar a otra fascinación: el hombre libre y creador, sin miedos…
Venezuela está cambiando. Está en búsqueda de una nueva independencia, una nueva soberanía, que es la del individuo pensante, inteligente y emprendedor, emancipado de externalidad, del Estado-Dios. Ahora, Dios soy yo…Es la renuncia a cualquier miedo o privilegio, por amor. Y el amor a sí mismo, que es la edificación de nuestra autoestima grupal.
Ese es un Milagro Venezolano. Esa es nuestra batalla de Almenar. Ganar y replegar a “Linares” a quien se creía elegido, a quien se pensaba todo poderoso, la reencarnación de Rodrigo Diaz de Vivar. La nueva Venezuela, será la educada, la industriosa, la laboriosa. La que quiere volver, subir santa marías, reconstruir y progresar en la nueva nación. La liberal y federal, la que quedó postrada en 27 constituciones como letra muerta. Es hora de enterrar el país populista…y volver a casa, en paz.
@ovierablanco