La guerra entre López y Borges o el fin de dos ambiciones políticas
Debe darse por descontado que dos figuras ubicadas desde hace 25 años en la primera línea de la oposición venezolana, Leopoldo López, presidente y fundador de Voluntad Popular, y Julio Borges, Coordinador Nacional y fundador de “Primero Justicia”, acaban de hacerse el harakiri en sus roles roles y responsabilidades que hasta hoy ocuparon en el llamado ”Interinato”.
Han pasado a convertirse en ciudadanos comunes y corrientes que deberán dar cuentas a la militancia de las organizaciones que fundaron de su actuación en los últimos años y quizá hasta a la justicia ordinaria.
Para medir la relevancia de tan espinoso expediente habría que recordar que tanto Borges, como López, se constituyeron, desde que emergieron en la política nacional por allá a mediados de los 90, en el símbolo de la nueva generación que venía a sustituir a la vieja, a la adeco-copeyana y a la que anunciaba Chávez, que ya se adivinaba como una versión extrema del sociopopulismo que amenazaba con desaparecer.
Y las expectativas no resultaron falsas, porque en los primeros años de los enfrentamientos entre chavistas, adecos y copeyanos (1999-2004) el país se fijó en estos dos jóvenes y la organizaron que fundaron, “Primero Justicia”, que rápidamente tomó la calle y empezó a colocar dirigentes en las instituciones que empezaba a fundar y controlar el chavismo.
En estos tramos iniciales, se les unió un tercer pasajero, Henrique Capriles, quien venía de ser electo diputado en una lista copeyana del 97 y repuntaba como una ficha joven pero experimentada que podía, perfectamente, ser un candidato a la presidencia si las turbulencias de aquellos años lo permitían.
Capriles también resultó para Borges una ficha de enorme eficacia cuando Leopoldo López abandonó la organización por desentendimientos que nunca se aclararon y luego de una breve pasantía en el partido “Un Nuevo Tiempo” (UNT) de Manuel Rosales (exgobernador del Zulia de origen adeco que jugó a ser independiente y hasta prochavista cuando el “comandante eterno” tomó el poder en 1998 para luego regresar a la oposición a raíz del golpe del 11 de abril del 2002), en el 2009 fundó su propia organización, “Voluntad Popular”, que rápidamente pasó a convertirse en una de las organizaciones de oposición más importantes del país..
Un lanzamiento al estrellato no lo encontraría, sin embargo, sino en el 2014, cuando aliándose con “Vente Venezuela” de María Corina Machado y “Alianza Un Bravo Pueblo”, del entonces Alcalde Metropolitano de Caracas, Antonio Ledezma, creó el movimiento que se llamó “La Salida”, el cual llamó al país a desprenderse de la política electorera de la MUD, incapaz, incluso, de torcerle el brazo al gobierno que ya presidía Nicolás Maduro, después de ser derrotado en las elecciones presidenciales del 13 de abril del 2013 por el candidato opositor, Henrique Capriles e incitaba a los venezolanos a tomar las calles y no abandonarlas hasta que la dictadura reconociera que la democracia había reconquistado el poder y sus enemigos debían pasar a la oposición.
Fue la explosión de una nueva crisis política nacional, iniciada el 12 de febrero del 2014, con las principales ciudades del país sacudidas por enormes manifestaciones, que fue condenada por la MUD y, sorpresivamente, por el candidato Capriles y que arrojó un saldo de 40 muertos, 600 heridos y 2000 ciudadanos detenidos o acorralados por la represión.
Pero entre las bajas también estuvo la de Leopoldo López, el cual se entregó a un comando que dirigía Diosdado Cabello, quien lo convenció de que el gobierno lo que estaba era protegiéndolo pues manejaba información de que la MUD y muy en especial, Julio Borges, Henrique Capriles y Henry Ramos habían dado órdenes de secuestrarlo o liquidarlo.
Fracasó entonces “La Salida”, la calle fue sustituida por un diálogo donde la MUD, que había condenado las manifestaciones, representó a la oposición y Maduro, a la cabeza del gobierno, pudo sentir que salía fortalecido frente a unos contrincantes divididos, que se contradecían y jugaban más a los intereses de grupos que a los de una Venezuela que ya crujía frente a una dictadura que había decidido replicar el modelo cubano.
Así continuó la confrontación dictadura-oposición por cinco años más, pasando por las elecciones legislativas del 6 de diciembre del 2015 que le dieron a la oposición la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional y le permitía enfrentar y hasta destituir a un presidente que violaba la Constitución, la política de los diálogos para convencer a la dictadura que entregara el poder por la vía electoral y pacífica y una última confrontación de calle, la de los meses de abril a agosto del 2017, que culminó cuando la MUD, liderada por Henry Ramos y con “Voluntad Popular” incorporada a sus filas, aceptó retirarse de las calles para participar en unas elecciones regionales controladas por el CNE de Maduro y donde fueron lógicamente barridos de las calles y la mayoría de las instituciones del poder estatal y nacional.
Pero la oposición mantuvo el control del Poder Legislativo, de la Asamblea Nacional y esta volvió a jugar un rol estelar, en capacidad de enfrentar y derrotar la dictadura, cuando en el nombramiento de su nueva directiva, el 6 de enero de 2019, resultó electo el diputado Juan Guiadó, de “Voluntad Popular”, quien, no solamente asumió la presidencia de la AN, sino que declaró que se ponía al frente de un programa de transición que debía convocar a unas elecciones libres y restaurar la democracia.
No hay que insistir en que esta iniciativa que debió ser la consecuencia de las elecciones legislativas del 6 de enero del 2015 cuando la oposición ganó con mayoría absoluta la Asamblea Nacional y se convertía en el único poder legítimo del país puesto que Maduro había sido electo con un fraude, volvió a sacudir las calles de Venezuela que se vieron de nuevo abarrotadas de ciudadanos que respaldaban a Guaidó, recibió un apoyo abrumador de la comunidad internacional, así como de instituciones multilaterales como la UE, la OEA y el “Grupo de Río”.
Pero lo más importante fue que tras las consignas de 1) Cese a la usurpación, Gobierno de Transición y 3) Elecciones libres, la iniciativa de Guaidó fue derivando hacia la constitución de un gobierno del poder legislativo que se planteaba con el respaldo de la Comunidad Internacional y de las mayorías venezolanas, no derrocar a Maduro pero sí obligarlo a contarse en unas elecciones pero con un CNE libre e independiente que dijera en un conteo de votos sin interferencia ni del gobierno ni de la oposición, quién era el presidente legítimo de Venezuela.
Y de ahí y mientras se esperaba cuál sería la respuesta de Maduro, surgió “el gobierno interino de Guaidó”, o “Interinato”, que creó la aparición novedosa de una forma inédita de hacerle oposición a un dictadura marxista que jugaba a ser “democrática”, como fue obligarlo a convivir con un gobierno paralelo, contra el cual no podía arremeter mientras sus objetivos se mantuvieran en el marco de la Constitución y sin recurrir a la violencia.
En ese curso, el “Interinato” logró el reconocimiento de 60 países, (empezando por el de EEUU), abrió embajadas -previa expulsión de las representaciones del dictador-en capitales e instituciones extranjeras y recibió el manejo de los activos propiedad de Venezuela en el exterior que hasta entonces controlaba Maduro.
Entre tanto, “el poder” que tomaba Guaidó pero que realmente controlaba Leopoldo López, el Presidente de “Voluntad Popular”, empezó hacer estragos en una “oposición” que también era “gobierno”, la fue alejando de su objetivo central que era derrotar a Maduro, se embarcó en políticas aventureras como fue la intentona golpista del 30 de abril del 2019 -y que prácticamente fue provocada por infiltrados maduristas y solo logró que López escapara de la prisión que sufría desde el 2014-, pero sobre todo, empezó a ser un gobierno de un solo partido y un solo jefe y en la practica una dictadura paralela que se agregaba a la oficial que ya sufría la oposición y el país.
Pero quizá lo peor de la experiencia del “Interinato” fue constituir una burocracia partidista en el exterior, manejando, no solo los “activos” que originalmente se le habían asignado, sino los que llegaban de multilaterales y ONG para atender emergencias como la estampida migratoria que rápidamente se cifró en cinco millones de venezolanos rodando por el mundo, así como para instrumentar políticas que, con las sanciones, obligaran a ceder al dictador.
Maduro, por el contrario, no cedió, sino que enfrentado a esta oposición que ya no era tal porque también era gobierno y contaba con una burocracia instalada en el exterior que era propicia a los pactos y negociaciones, esperó que estallaran los conflictos entre quienes manejan recursos a su haber y entender y los arriman hacia donde más les convenían.
Los jefes del Interinato eran, en efecto, Leopoldo López, que se había instalado con su familia en Madrid, y Julio Borges, que fungía de Ministro de Relaciones Exteriores en Bogotá, mientras el trabajo de campo lo hacía el presidente Juan Guaidó, quien si residía en Caracas, arriesgaba el pellejo y hasta donde sabemos no manejaba “las nóminas”.
En otras palabras que, otra pelea (quizá la última) entre estos dos jóvenes de las clases altas de Caracas, que emergieron a mediados de los 90 con la idea de suceder a la vieja clase política venezolana (el chavismo incluido), que por momentos parecieron lograrlo y en este momento se arañan, pero no por ideas ni ideologías sino por el vil metal que ya sabemos es un ingrediente que no permite que la dignidad, la moral y la honestidad coexistan en la política, en cualquier política.