El rey sin zapatos…
Es un quejido profundo que trae consigo lamentos. Una historia escrita con gotas de sacrificio. El genio que frotó la lámpara se hizo un ser tan preponderante, que reservó su puesto en la historia, siendo el rey del deporte de mayor trascendencia en el planeta. El balón que hace días quedó extasiado con la magia de Lionel Messi, se vuelve dolor ante la muerte del más grande de todos: Edson Arantes do Nascimiento (Pelé).
Nacido en una pequeña ciudad del estado de Minas Gerais, de nombre Tres Corazones. Su padre Dondinho, le colocó el nombre de Edison, en homenaje al inventor de la bombilla Thomas Alva Edison. Justamente en el año de nacimiento del astro, concretamente en 1940, llegaba la energía eléctrica al poblado. Aquel acontecimiento llenó de regocijo a la laboriosa comunidad. Ellos solo tenían conocimiento de este recurso cuando viajaban a Belo Horizonte. En la jefatura civil la secretaria de turno no supo escribir el nombre. Quedó registrado entonces como Edson. No sin antes advertir que este niño sería un triunfador, vaya que no se equivocó la despistada funcionaria. Su padre le inculcó el amor por el futbol desde pequeño. Jugaba en terrenos baldíos cerca de su casa. Una vivienda de dos habitaciones hecha de ladrillos recuperados y yeso lavado y con un tejado que tenía múltiples goteras. Como Dondinho no contaba con dinero para comprarle zapatos, le indicaba que para fortalecer sus piernas, lo ideal era hacerlo sin calzado, paradójicamente trabajaba en una zapatería. La pobreza era de tal magnitud que solo alcanzaba para comer. Su almuerzo muchas veces fue una rodaja de pan con plátano sancochado. La cena era encomendarse a Dios para tener otra rodaja.
La pelota se convirtió en una válvula de escape, la misma era una esférica hecha de trapo, en algunas oportunidades tomaron las medias rotas de Dondinho, para armar el improvisado balón. Para darle consistencia le colocaban una piedra en el medio. Existir significaba: una manera de distraer el hambre con gambetas y goles, la necesidad que reinaba en la humilde cocina, era el apetito que lo impulsaba a buscar con ansias el arco rival. Hambre de gloria, en el imperio de la penuria extrema.
Buscando mejores condiciones de vida se marcharon al sur de Sao Paulo. El trabajo escaseaba en todos lados, allá se experimentaba otra realidad. El equipo Bauru se interesa en el garoto Pelé, quien mostraba unas condiciones bárbaras. Muchos ojeadores de equipos importantes iban al campo de juego a disfrutar de aquella perla negra arrancada de los estómagos vacíos. Su madre Celeste estaba furiosa: no quería más futbolista en la familia. La dura experiencia de su esposo, quien fue un verdadero fenómeno, pero que una grave lesión, le impidió jugar profesionalmente le causaba honda desazón. Sufrió el dolor de Dondinho, su frustración que lo llevó a refugiarse momentáneamente en el alcohol, y más cuando en unos juegos estadales pudo jugar con la selección de Brasil, sustituyendo a Vicente Feola, quien dirigiría a su hijo en Suecia 58. Su hermano murió de veinticinco años. Regresaba de un partido de futbol cuando comenzó a sentirse mal. Por esas razones Celeste creía que el balompié había traído pesares a la familia. Para su adorado hijo quería otra cosa. Soñaba con verlo recibirse de médico. En las noches le hablaba de lo orgullosa que se sentiría viéndolo curar enfermos, con una impecable bata blanca, como el doctor Humberiho Carlao, quien lo trajo al mundo el 23 de octubre de 1940. Pelé sonreía mientras fantaseaba con goles. El niño se escapaba de la escuela para jugar en las calles. En las tardes remendaba zapatos para llevar algo a la casa. Era su forma de neutralizar a Celeste. Quien convino en dejarlo practicar siempre y cuando pusiera empeño en los estudios.
En su aniversario quince: Celeste le regaló una bata de médico, comprada en un remate de ropa usada en el mercado principal de Sao Paulo. El consentidor Dondinho le trajo sus primeros zapatos de futbol. Después del pequeño pastel, Pelé se puso la bata para complacer a Celeste. Guardándola para siempre en un armario. Los zapatos en cambio: irían a enamorar al balón en los inicios de un príncipe en busca de su corona. Comenzaba el romance con la red.
La voz quebrada de Roberto Marinho, era el símbolo del dolor de millones de brasileños. Su narración se fue apagando en la medida que el resultado se hizo adverso. La pequeña Uruguay había derrotado al gigante Brasil- dos por uno- en un Maracaná que fue un funeral colectivo. Aquel 16 de junio de 1950 la desgracia futbolística tocaba las puertas de una nación envuelta en copiosas lágrimas. Dondinho lloraba cuando Mario Filho trataba de llevar tranquilidad a través de las ondas hertzianas de Radio Globo. En el minuto 34 del segundo tiempo se articuló otro ataque uruguayo donde Obdulio Varela lanzó un pase hacia Alcides Edgardo Ghiggia, que entregó el balón a Julio Pérez, quien se la devolvió en corto a Ghiggia, que superó al defensa brasileño Bigode, y fingió, como en el primer gol, lanzar un centro ante el portero local Moacir Barbosa. Barbosa cometió el error que marcaría el resto de su vida: Aquel impensado resultado trajo una hecatombe en Brasil. Pelé al ver a su padre llorar le prometió ganarle el campeonato. Hecho que ocurriría ocho años después cuando los amazónicos conquistaban su primer título en Suecia 58. Su espectacular presentación dejó atónito al planeta. El útero del fútbol llevaba en sus entrañas a quien sería su rey.
En Chile 62 las patadas de los rivales fueron moliendo a Pelé. Era tan grande su nivel que los rivales solo tenían la pierna fuerte como antídoto. El buen Amarildo lo sustituyó. “Yo era el remplazo para el irremplazable, que era Pelé” llegó a decir a quien le correspondió tomar el puesto del más grande. Brasil ganaba su segunda corona consecutiva. Segundo título para el astro con el sello de tres corazones.
México 70 es el clímax de la emoción. Los aztecas recibían la cita mundialista con el pedigrí de haber organizado dos años antes los juegos olímpicos. Brasil mostraba una selección de ensueño. El fracaso de Inglaterra 66, era un trago amargo que buscaban endulzar en tierras americanas. Los sudamericanos eran una aplanadora que trituraba rivales. Los vencía con la magia de una oncena que dirigía la grandeza de Pelé. En la final Italia sufrió los embates de aquel terremoto que dejó cuantiosas víctimas, en el corazón de un equipo derrotado, por la mejor selección de la historia. Pelé era alzado en hombros en el estadio Azteca. Un sombrero de charro fue a parar sobre la corona de un monarca épico. El genio de Pelé derramaba todo el perfume de la magia de las esencias. Un hombre hecho tricampeón mundial, la bandera brasileña emergió en el rostro exultante del granítico futbolista. La historia esculpía su nombre, un prodigio sencillamente inmortal.
El rey Pelé fue seleccionado como el campeón del siglo XX. Logró vencer al ciclista belga Eddy Merck, así como al velocista Jesse Owen. Fue una escogencia de los treinta periódicos de mayor importancia del mundo. En 1976 una encuesta hecha por una cadena multinacional indicaba que Pelé era el personaje más popular del planeta. Inclusive por encima del papa Pablo VI y el boxeador Muhammad Alí.
Edson Arantes do Nascimiento fue recibido por cinco papas. Por más cien mandatarios del mundo. Fue representante de la Unesco para la paz mundial. Dos gigantes universales de calzados deportivos se peleaban por obtener sus derechos. Cada una le regaló una gran cantidad zapatos, que entregó en Tres Corazones, mientras salió a la calle a jugar descalzo, como cuando el hambre arañaba las tripas.
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