Silenciadores políticos
He escuchado y leído algunos comentarios sobre el silencio reinante de la oposición en torno a los problemas reales y profundos del venezolano. Con obvia razón, esta se ha distanciado de las grandes mayorías que no encuentran intérprete, como se evidencia en casi todas las encuestas del último trimestre. Y, por muy opositoras que fuesen se ha creado la ilusión de que la minoría en el poder goza de una gran aceptación popular.
Salvo las muy honrosas excepciones, la agenda de discusión de la Asamblea Nacional no toca nuestra problemática, y la de 2020 es rutinaria y feliz, como si aquí no pasara nada. Sin embargo, olvidan los comentaristas una condición existencial del régimen y dos circunstancias forzosamente derivadas.
El régimen no propicia ninguna discusión entre sus seguidores, por mucho concejal y diputado nacional y regional que tenga, porque las cámaras deliberativas son incompatibles, precisamente, con la deliberación. Además, las instancias del partido único de gobierno no están hechas para ventilar los problemas públicamente.
Es en las altas esferas del poder donde se deciden todas las cosas y se envían las líneas políticas a cumplir con docilidad. Asimismo, mantiene prendida, permanentemente durante las 24 horas del día, la maquinaria propagandística y publicitaria de Superbigote; sin olvidarnos de la idea de que Venezuela se arregló, la cual es la última creación de los genios de la comunicación política que no tiene, por cierto, escrúpulos.
No hay dirigente político oficial, oficialista y oficioso, por muy cercano que sea (la otra cara del oficialismo), que diga algo sin la previa y rigurosa autorización del régimen, y ventile, libre y espontáneamente, los asuntos más graves e inminentes del país, y mucho menos los que tienen que ver con aquellos de orden estructural, como el modelo rentístico de la economía y la sociedad. Luego, la oposición, perseguida y censurada, debe seguir la pauta, aunque lo curioso es que lo haga voluntariamente.
Dos circunstancias lo comprueban. Por una parte, ya no hay ruedas de prensa de los principales (y casi de ninguno) partido de la oposición los días lunes, como por décadas se realizaba. Desde hace mucho tiempo, ningún periodista tiene ocasión de preguntarle a algún dirigente político ni siquiera la hora, porque ninguna dirección política se reúne habitualmente, habla de los asuntos públicos con libertad o decide colegiadamente las cosas. Todavía hay fablistanes que andan detrás de los dirigentes, así sea parroquial, para que les diga algo del diálogo de México, la suerte de la Asamblea Nacional, entre otros puntos. La oposición tampoco habla; ha sido silenciada.
Y, por la otra, jamás se había visto que los líderes políticos, o jefes de los partidos, por muy reciente que fuese la creación, guarden silencio ante las más diversas noticias de gran o modesto calado. Se puede aseverar que, en los últimos tres años, sean raras las veces que esos jefes políticos hayan dicho algo públicamente. Se comportan igual que el gobierno, colocan algunos tuits de conveniencia y ni siquiera los militantes de ese partido resultan consultados por quienes, dentro o fuera del país, no dicen que “esta boca es mía”.
O, lo que es lo mismo, estamos en la era de los silenciadores políticos. Y, por favor, que no se utilice como pretexto la censura y el bloqueo informativo. No dicen nada y ¡ya está! Lo que se observa es algunos de los aspirantes a candidatos presidenciales que es más de promoción particular que de información real de los problemas que padecemos y vivimos los venezolanos.
Para retomar la confianza y la credibilidad, los partidos y la oposición deben darle vuelta a la página en su manera de actuar y de comunicarse con la gente. De lo contrario seguirá esa gran masa buscando alternativas que le ofrezcan una solución o simulen la búsqueda de ellas. Pareciera que existe un temor de hablar con la verdad. Una gran mayoría del pueblo venezolano ha insistido, resistido y persistido en la creación del camino hacia la libertad. Esa masa mayoritaria ya no desea que le dediquen medias verdades o una conducta de «como vaya viniendo, vamos yendo».
@freddyamarcano