Geografía del hambre
En 1972, el Club de Roma, think tank de científicos, economistas y políticos de más de 50 países, publicó un informe encomendado al Massachussets Institute of Technology, titulado Los límites del crecimiento.
Allí advertía que, de mantenerse el incremento vigente de la población mundial y de la producción de alimentos, se alcanzaría el límite absoluto de crecimiento en la tierra durante los próximos 100 años. La población mundial de aquel año era de 3,9 millardos. Recientemente nos hemos enterado que ya somos 8 millardos sobre el planeta.
Hubo cierta controversia sobre aquel informe, algunos lo catalogaron de catastrófico, malthusiano, se adujo que no tomaba en cuenta que los avances tecnológicos permitirían el abastecimiento suficiente de alimentos. Ciertamente, la tecnología ha facilitado una creciente productividad agropecuaria. Como ejemplo, EEUU, con menos de 2% de su población activa dedicada al campo, se autoalimenta y podría abastecer a buena parte del planeta.
Pero no todas las regiones tienen acceso a esa tecnología. Cabe agregar que también confluyen otros factores como conflictos bélicos y el cambio climático. Ese conjunto de causas, agravado por la pandemia de Covid-19, ha incidido para que el Programa Mundial de Alimentos de ONU haya declarado a 2022 como “Un año de hambre sin precedentes”, en el que 828 millones de seres se acuestan con hambre todas las noches.
Un hambre que crece en países de alta tasa de natalidad, africanos y asiáticos. También en la antes promisoria Latinoamérica, donde el corredor centroamericano, Haití y hasta un país que fue próspero como Venezuela, alimentan las corrientes de millones de migrantes en pos de seguridad alimentaria.
Como variante de aquel vaticinio del Club de Roma hace 50 años, más que del crecimiento poblacional global del planeta, hoy podemos hablar de una geografía del hambre que, aunque localizada en las regiones más pobres, es también un problema global que afecta e incumbe al planeta entero.