Tiempo de charlatanes
El domingo, como casi todos los días, me levanté a las 6 de la mañana. Para no perder el impulso que traigo desde hace unos cuantos años, me monté en la balanza de bioimpedancia para registrar las variaciones semanales de mi peso. Previamente, había preparado mi primer café del día.
Posteriormente, extendí una colchoneta en el piso y durante los siguientes 30 minutos me dediqué a realizar estiramientos de buena parte del cuerpo. Esta actividad diaria me permite mantener controladas dos hernias lumbares que me acompañan desde hace muchos años.
Antes de sentarme a redactar mi artículo semanal salí al balcón a contemplar la soledad de la calle; ante la ausencia de peatones y vehículos, levanté la mirada para otear el horizonte por los lados de Petare. Unas nubes negras me llevaron a pronosticar que, pronto, llegaría la lluvia, algo no muy extraño en estos días, fenómeno que me mantiene alejado de otra de mis prácticas domingueras: subir al Ávila.
En este nublado amanecer, con el pensamiento sereno, reflexiono sobre que, las épocas de crisis son el escenario ideal para que todo un conjunto de hombres y mujeres de distinta naturaleza aprovechen para vender sus ideas particulares, muchas de ellas sin fundamento de ningún tipo, pero que, por su peculiaridad gustan a las masas. Esta circunstancia puede deberse a que la gente tiende a ser más susceptible y crédula ante situaciones de incertidumbre y miedo. De esa forma vemos como los profetas que constantemente anuncian la llegada de un salvador o de una nueva era se hacen cada vez más presentes ante la expansión mundial de las epidemias. Asimismo, quienes llevan décadas prometiendo el arribo de un cambio político tienen mayor eco en momentos como estos.
Algunas ideologías como el comunismo o los autócratas, por ejemplo, siempre han tenido un mensaje salvador, la promesa de un edén donde todos serán prósperos y felices. Pero como ya expresaba Friedrich Hayek, en La fatal arrogancia, los errores del socialismo, es un defecto de académicos e individuos incapaces nunca aceptar sus equivocaciones. Los falsos profetas y charlatanes que buscan el poder, siempre han existido, el problema es que ahora, gracias al progreso tecnológico y a la globalización, logran que sus ideas lleguen a un público más susceptible de asimilar sus predicciones.
Cuando el apóstol Pablo visitó Atenas, fue atentamente escuchado por representantes de dos escuelas enfrentadas que se odiaban a muerte y ninguna quería ceder en lo que pensaban: los epicúreos y los estoicos. Los primeros defendían el placer y la corrupción. Ellos se conformaban con su discurso de siempre: bla, bla, bla. Cuando Pablo les habló de Cristo, respondieron con mucha prepotencia que no estaban interesados en el destino del hombre.
Los estoicos, por el contrario, creían en las virtudes del hombre. Consideraban que, así como había un orden en la naturaleza, también el hombre debía observar una conducta ordenada. De allí que el término castellano “estoico” haya llegado a significar “fortaleza en la adversidad”. Pablo les habló a los dos grupos de la conducta que debía gobernar la vida del hombre y la cual, muchos, creemos que todo político debe observar, a fin de lograr adecentar una sociedad carcomida por los principios de los epicúreos.
Nicolás Maquiavelo, por su parte, presentó la idea que la política exige a quienes en ella desean participar la renuncia de valores morales y éticos, pues estos representan un obstáculo para conseguir el éxito. El filósofo florentino aseguraba esto porque, según él, la mayoría de los seres humanos, y especialmente los políticos, son movidos por ambiciones personales, de tal manera que no dudan en pasar por encima de cualquier principio ético con tal de lograr sus propósitos.
Si todos aceptáramos como válida la tesis de Maquiavelo, difícilmente alguien lograría éxito político siguiendo fielmente las normas de justicia, honestidad y sinceridad. La demagogia cobra importancia dentro de la política en la medida en que facilita acceder al poder y conservarlo. Esta forma política representa un engaño premeditado, viola las normas de sinceridad y espontaneidad, sin embargo, esto pareciera importarles muy poco a quienes solo buscan utilizarla como un instrumento de poder.
Estoy seguro, y es parte de mi apuesta política, que cuando la gente se recupere de su “embrutecimiento político”, las tretas de los charlatanes dejarán de funcionar.
Una verdad universal, no escrita, pero bastante difundida, propugna que, los dictadores requieren la ayuda de los gobernados, sin la cual no podrían disponer de las fuentes de poder, ni conservarlas. Para corroborar esto, Nicolás Maquiavelo escribió: “… el que tiene a todo el pueblo por su enemigo, nunca puede estar seguro, y mientras mayor sea su ignorancia política, más débil se irá volviendo su régimen”. Claro, en tiempos del florentino no existía la tecnología para controlar las decisiones, ni las elecciones.
Coordinador Nacional del Movimiento Político GENTE