La fuerza de la palabra
Juan 1:1 En el principio ya existía el Verbo (la Palabra), y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios.
La Biblia menciona la palabra como algo divino que proviene de Dios, dándole un carácter sagrado y poderoso porque desciende de un ser superior que crea al mundo pronunciando una palabra y que se la otorga al hombre como un don. La palabra es inmanente al ser humano, es la expresión del sentimiento, de la razón, del deseo, de los sucesos, en fin, es el lazo que une o desune a los hombres.
Por su parte Sigmund Freud dijo “Las palabras tienen un poder mágico. Pueden traer la mayor felicidad o la desesperación más profunda”.
La mayor herramienta de un político es su palabra, con ella convence a los pueblos para que sean sus seguidores y la utiliza para difundir su ideología, sus promesas y su compromiso con quienes lo apoyan.
La palabra está asociada a la verdad y al compromiso. Cuando uno dice “te doy mi palabra” es una especie de juramento a cumplir con lo prometido y que lo dicho es verdadero. Sin embargo, en estos tiempos de desconfianza, la creencia en la palabra ha perdido cierta validez.
La palabra debe expresar verdades. Según Platón la verdad se traduce en el bien, por lo que el hombre debe buscar la verdad en su vida. De allí que la verdad es un valor vinculado a la honestidad, la sinceridad y la franqueza y se considera además una base fundamental para la vida en comunidad y que permea todos los ámbitos de la vida humana. Sócrates la identifica con el bien moral y con hacer lo correcto. Como observamos los antiguos filósofos vinculan la palabra y la verdad de su contenido a los valores que rigen éticamente las acciones de los hombres.
Hoy día, está de moda hablar de la posverdad y sus implicaciones en las esferas políticas, sociales y económicas, relacionándola con los valores éticos, a la convivencia social, a la educación, entre otros aspectos, en la búsqueda de una ruta de valores y de respeto, porque se refiere al uso ético de la información, a las maniobras de la propaganda política y a la manipulación mediática. Sin embargo, este término no recoge nada nuevo, siempre ha existido, pero sentimos que en este momento está exacerbado por el uso de las redes sociales, ante la proliferación de plataformas, canales y medios digitales, donde pululan las noticias falsas que confunden a los seguidores y crean matrices de opinión basadas en informaciones espurias.
Pero volvamos a la verdad de la palabra dicha o escrita. Ella demanda que existan evidencias o hechos que demuestren lo que se sostiene. Tanto en la justicia, como en lo científico o en el ejercicio del periodismo. ¿Pero quién dice la verdad ante tantas versiones sobre un mismo tema?
Cuando la información provenía de un medio de comunicación, ya fuera periódico, radio o TV, de acuerdo a su prestigio, el consumidor de la información deducía la veracidad de la misma. Ahora pareciera que a algunas personas no les importa la fuente de donde provenga la información y dan como un hecho lo que les llega a través de las redes y hacen juicios de valor que los convierte en inquisidores.
En los países democráticos existe, como un valor muy importante, la libertad de expresión y en Venezuela su Constitución lo contempla en el Artículo 57 que establece “toda persona tiene derecho a expresar libremente sus pensamientos, ideas u opiniones de viva voz, por escrito o por cualquier otra forma de expresión y utilizar cualquier medio de comunicación y difusión, sin que se establezca censura. Quien ejerza este derecho, debe asumir la responsabilidad de lo expresado”. Y el Artículo 58 expresa que la comunicación es libre y plural.
La carta magna le otorga valor a la palabra, y al ciudadano el derecho de expresarla y el deber de responsabilizarse por lo que dice. Sin embargo, los regímenes autocráticos le temen al poder de la palabra, por esa razón coartan la posibilidad de que llegue a una mayor cantidad de personas, restringen a la audiencia la posibilidad de estar al tanto del acontecer nacional e internacional y de formarse criterios a través de la opinión de otros. Desean un rebaño que solo escuche la palabra de quien lo conduce y lo obedezca fielmente, es lo que se ha llamado “el pensamiento único”.
En el caso venezolano lo hemos visto con el cierre de medios impresos, al negárseles el papel para imprimir o a través de la judicialización de la opinión, el cierre de televisoras y de emisoras de radio.
Al inicio de este artículo decimos que la mayor herramienta de un político es la palabra, por lo que no es casual el cierre en lo que va de año de 92 emisoras de radio a nivel nacional, cuando está a la vuelta de la esquina una elección primaria del candidato de las fuerzas democráticas y luego una campaña electoral para las elecciones presidenciales.
En tal sentido, tal como lo expresó el régimen en el año 2006, se creó una homogenización de medios para evitar la pluralidad del pensamiento, la comunicación amplia y el debate de ideas, tal como se observa en las sociedades democráticas. Al no existir periódicos, televisoras y emisoras de radios libres, la población es objeto de una sola visión informativa o propagandística, que por supuesto no responde a la realidad de los hechos.
En el caso venezolano, los ciudadanos se informan a través de la consulta de medios del extranjero o través de portales que sobreviven a la censura. Y para informarse en esos portales, se ven en la necesidad de activar ciertos mecanismos como las aplicaciones llamadas VPN, dado que el régimen también censura o bloquea a los portales en internet. Actualmente el 72% de la población tiene acceso a internet, más solo el 58% usa las redes sociales y la más usada es Facebook, cuyo uso es más social que informativo. Otro aspecto a considerar es la baja calidad del servicio de internet y que Venezuela es uno de los países con más baja conectividad en el mundo.
Para la celebración de unas elecciones presidenciales en 2024 en Venezuela a la oposición le corresponderá utilizar la agudeza y el ingenio para superar el cerco que impide no solo comunicar sus ideas, sino también la movilización hacia distintas partes del país. Para nadie es ficción que el actual régimen restringe y confina todas las libertades públicas, porque su naturaleza es distinta a la de los 30 millones de venezolanos que gritan, exigen y piden libertad en toda la extensión de la palabra.