Perpetuidad y poder
Son muchos los años acumulados en el poder por la misma gente. Y, como sabemos, eso de que el poder corrompe es verdad. Quiérase o no, se entiende como la dinámica pervertida que tiene un barniz de institucionalidad que dice escudarla, y, por debajo, en su centro, la realidad es la del capricho, del robo del erario público, del nepotismo, por no mencionar la estafa moral y despiadada que viven a diario quienes un día creyeron en ellos.
Muy bien cumplió la premisa Juan Vicente Gómez, con sus 27 años de gobierno, pues, luego de su muerte, se destapó la olla y hubo que confiscarle, en lo que se pudo, los bienes a la familia inmediata que enriqueció hasta la saciedad; sin embargo, una rama, la más avispada, guardó sus realitos fuera del país y se marchó porque Eleazar López Contreras no iba a aceptar que se le montaran encima, comenzando por Eustoquio Gómez.
Otro ejemplo, Victorino Márquez Bustillos quien ejerció la presidencia de la República de mentiritas; despachaba en Miraflores para el fastidioso trabajo de reconocer y acreditar a los embajadores, pero todos los ministros iban a Maracay a rendirle cuentas al brujo de La Mulera.
Es la misma gente la que ha estado en el poder en el siglo XXI venezolano. Nicolás Maduro heredó su puesto a pesar de otros que internamente lo adversaron y lo adversan, pero siguen vivitos y coleando porque tienen sus buenas cuotas de poder. De eso se ocupó Hugo Chávez al garantizarse por todas las vías la reelección indefinida, o sea, infinita. Porque hay un hecho electoral, una farsa comicial en todo esto. En su astucia, obligó a los opositores que veía, que olfateó que pasarían de la adulancia al rechazo más atrevido, a prolongarse frente a las universidades y a los colegios profesionales. No les permitió hacer las elecciones a su debido tiempo y se han eternizado en los cargos directivos, a excepción de uno o dos colegios, el resto, como ejemplo del deterioro que acarrea la eternización en el poder, está en la más completa ruina económica y todos en el descrédito gremial más asombroso.
Sin darnos cuenta somos los herederos de ese legado caudillista y perpetuo de cargos; nos cuesta soltar el coroto como decimos, coloquialmente. Y más aún, en esta época que han escaseado por la misma coyuntura política. Ha costado mucho el cambio y la renovación.
Sin embargo, no podemos culpar, solamente, a los que ejercen el cargo. La responsabilidad es de dos vías. También la tienen esas nuevas generaciones que están más pendientes de su supervivencia y sus logros personales que del ejercicio del mismo para una buena labor, y así ser valorados de manera distinta.
Todo esto es parte del mismo desmoronamiento de la institucionalidad. Es necesario siempre mantener débiles las bases, para lograr un mejor control de la misma y así terminar de debilitar el andamiaje institucional construido y madurado a lo largo de los 40 años de historia democrática, bajo el supuesto ideológico de que los males que alberga la sociedad se deben, precisamente, a las eventuales fallas en ese andamiaje, y no del mal manejo que los gobernantes han realizado en los últimos años. Siempre culpando a los demás de mis propios errores, y así evitando los cambios que tan necesarios son.
El buen manejo del poder, así como la importancia del ejercicio del mismo y el trabajo consciente de los actores involucrados, para evitar que se eternicen en los cargos, debería ser una de las tareas primordiales para retomar la institucionalidad. Si hemos insistido, resistido y persistido ha sido para legar un país donde la institucionalidad sea verdadera. Educar a los ciudadanos para crear, ejercer y mantener una institucionalidad que haga uso efectivo y estratégico del poder que se trasladará a las nuevas generaciones, de modo que obtengamos los mayores beneficios en la construcción de la nueva democracia.
@freddyamarcano