Lula y el globalismo enfrentan a Bolsonaro y la democracia en Brasil
Aunque las ideas que hoy se disputan a nivel mundial la conformación de un nuevo orden internacional (ideología de género, matrimonio de parejas homosexuales, lenguaje inclusivo, fin del Estado nacional) no han estado presente en el debate político electoral que hoy culmina en Brasil, no hay dudas que ya gane Lula da Silva o Bolsonaro, irrumpirán en una sociedad conservadora y reacia a discutir otros temas que no sean los que imperan desde que el mundo se dividió en capitalistas y socialistas, derechistas e izquierdistas, revolucionarios y conservadores.
Yo diría que, salvo el debate sobre la protección de la Amazonía que es tradicional en un país responsable de lo que suceda en el 60 por ciento del pulmón vegetal del planeta (y es uno de los caballos de batalla de los que abogan por el cambio climático), la agenda de la campaña electoral se ha reducido a los disensos de siempre, con énfasis en las denuncias de los problemas de corrupción, la pobreza crítica y la reducción de las desigualdades que para algunos expertos lucen escandalosas.
Pero para sorpresa de quienes clasifican los resultados de la contienda electoral que se resuelve hoy como la tercera más importante después de las elecciones presidenciales colombianas que se celebraron hace un mes y las de medio término que tendrán lugar dentro de dos días en EEUU, estas elecciones brasileñas han estado particularmente tranquilas y sin ningún atisbo de que una ruptura cataclísmica espere a la vuelta de la esquina.
Y la causa de ello radica en que, a pesar de la polarización que acerca en no más de cinco puntos la distancia entre Lula y Bolsonaro, el gobierno del llamado ultraderechista ha sido sorprendentemente exitoso, sobre todo en temas como la economía, la violencia social y la desaparición de los casos de corrupción que tantos dolores de cabeza le dieron a los predecesores del exmilitar, Lula da Silva y Dilma Rousseff.
Para dar algunos datos: la inflación ha caído a cifras por debajo de las EEUU y la EU por primera vez en la historia (3 por ciento), el empleo alcanza unos 100 millones de trabadores formales y ha desaparecido la disparidad de la moneda nacional con el dólar que tradicionalmente fue un cuello de botella para las exportaciones.
Y hablando de exportaciones, la productividad creciente en los rubros tradicionales y no tradicionales (café, carne, soya, granos, lácteos, etc), con clientes como China y la India punteando la demanda y esfuerzos por mejorar la educación y la infraestructura que son pasos que ya están calculados para el caso de un nuevo período de Bolsonaro.
Debe recalcarse también que si el país ya alcanza el segundo lugar después de EEUU entre los consumidores de cocaína, los carteles ya no gobiernan en las favelas ni en las calles de las principales ciudades como Sao Paulo, los enfrentamiento entre narcos y la fuerza pública de los tiempos de Fernandiño son cada día más raros y algunos resultados positivos son destacables si se toma en cuenta la amplia frontera entre Brasil y el primer productor mundial de cocaína, Colombia.
De modo que, solo por los déficits sociales, pensiones, mejores salarios para los trabajadores, atención a los pobreza crítica, impuestos a los empresarios y regulaciones para los que abusan de la débil protección laboral, pueden los socialistas mantener un apoyo que -no puede negarse- impresiona y no sería una sorpresa si les da la victoria electoral, pero sin escatimarle méritos al ultraderechista y constituirlo en el artífice de una nueva realidad social.
Esa nueva realidad es que por primera vez ha surgido una derecha en Brasil, con enorme impacto en la clase media y sectores ligados a la tecnocracia, las finanzas y las nuevas tecnologías y disparada a hacerse sentir y no permitir que de nuevo la izquierda vuelva a lucir como la dueña y heredera del país.
Y el líder de esta nueva clase es Jair Bolsonaro, quien, de paso, de salir perdedor sería para ocupar la jefatura de la democracia liberal en Sudamérica, muy golpeada por el desplazamiento del “Centro Democrático” que capitanea Álvaro Uribe del poder en Colombia, y pasando a formar parte del exclusivo club que se conocen como los populistas de ultraderecha y en el cual lo esperan Donald Trump, Santiago Abascal, Víctor Orbán y Giorgia Meloni.
Expectativas que también subyacen en la extrema polarización que hierve en las elecciones brasileñas que se resuelven hoy, porque no es solo un candidato el que gana o pierde sino una visión del país anclada en lo más profundo del alma brasileña y de la cual se habla y discute desde que nació el Brasil independiente hace 200 años y es expresión de su composición multirracial, multicultural, multireligiosa y multinacional.
“La palabra principal en esta campaña es rechazo “ ha señalado Thiago de Aragao, Director de Estrategia de “Arko Adivice”, la más importante consultora política del país. “Estas elecciones son una demostración de cómo los votantes de un país polarizado se unifican en torno a lo que odian, en lugar de entorno a lo que aman”.
Y lo que odian principalmente es el militarismo, el autoritarismo, el despotismo, el racismo, tan veladamente tratado por sociólogos como Gilberto Freyre, pero sin duda uno de los grandes problemas brasileños si tomamos en cuentas las profundas grietas que separa a blancos y negros, según estudios de reciente data como los de Florestan Fernandes y Oracy Nogueira que barren con el mito de la “esclavitud afectuosa” de Freyre.
Pero que ha sido mejor tratado y manejado por los “blancos” de la izquierda como Lula y Rousseff, los cuales, desde el poder, no hablaron nunca de “racismo” pero si llevaron a cabo “programas sociales” que intentaron reducir la pobreza y mejorar leyes laborales que adviertamente los perjudicaban.
Pero que Bolsonaro no define como razones que inclinen al electorado “preto” y pardo para votar en su contra y más bien ve en los intereses de la corrompida clase política que aun se mantiene en el poder de donde podrían dispararse los cañones que destrocen las posibilidades de sus segundo periodo electoral.
Estos peligros los ve principalmente desde las encuestadoras, compradas, manipuladas y unidireccionadas desde los grandes capitales de la corrupción, unidos ahora a los inmensos recursos del globalismo que trabajan unidos a los herederos de Odebreccht y ya empezaron vaticinando que, según sus números, Lula ganaría la segunda vuelta con una amplia ventaja.
El otro peligro lo ve Bolsonaro en el sistema electoral brasileño, automatizado con máquinas electrónicas suministradas por la misma empresa que le instaló la plataforma del voto “no manual” a Chávez y a los EEUU y que, tanto Trump, como la oposición democrática venezolana, juzgan como responsables del entronizamiento de la dictadura de Chávez y Maduro y de la cuestionada victoria de Joe Biden.
De hecho, Bolsonaro ha mantenido en repetidas ocasiones que de perder “no reconocerá el resultado”, lo que ha provocado que representantes de la élite militar del país haya sostenido, por lo menos en dos oportunidades, reuniones con el presidente del Supremo Tribunal Federal, Alexander de Moraes (considerado por analistas políticos brasileños como el anti-Bolsonaro por excelencia) y al parecer los militares han salido satisfechos con las garantías dadas por las autoridades electorales y le han manifestado al país que no respaldarán “ninguna impugnación” de los resultados.
En cuanto al debate en sí (ya lo dijimos) se ha mantenido fuera de los temas que el globalismo ha introducido para la agenda del “Nuevo Orden Mundial” y el “Gran Reseteo” y en una de las comparecencias de los candidatos en televisión, cuando Bolsonaro acusó a Lula de proyectar “sexualizar a los niños y legalizar las drogas” este le respondió:
“Por favor… Piense que usted tiene una niña de 10 años viendo esto. ¡Sea responsable!”