Ley de los tercios
Hace varios días publiqué en mis redes sociales un comentario. A raíz de él, he recibido muchas llamadas y mensajes pidiéndome que amplié un poco más la nota. Para contextualizar el hecho, debo aclarar que el planteamiento se refería a un consejo que me dio un profesor, estando yo en la ruta para asumir la presidencia de Consecomercio. Recuerdo que él me dijo: “Si quieres minimizar el impacto que, sobre tu autoestima, puedan ejercer los comentarios de quienes te adversan, deberás aprender y utilizar la ley de los tercios».
Desconocedor del tema que se me planteaba, reflexioné un instante acerca de él, y al no encontrar una explicación satisfactoria, al igual que quienes me interrogan, en seguida le pedí que profundizara más al respecto.
¡Ah! Pero antes de narrar la explicación que me dio el profesor y amigo, debo resaltar el sentido del humor que nos adorna a los venezolanos. Digo esto porque entre las preguntas recibidas, algunos amigos, tomadores de pelo, me aseguraron que la ley en cuestión debía tratarse de la cantidad de cervezas que deberían tomarse en un tiempo determinado. Ya lo aclaré en mensajes posteriores, pero aprovecho esta coyuntura para ratificarlo: el contenido de la regla no tiene nada que ver con cervezas, entre otras cosas, porque soy abstemio y, por lo tanto, no me es aplicable una fórmula cervecera.
Debo acotar que desconozco quién elaboró la ley, teoría, regla o como se le quiera llamar, de los tercios, o si ella tiene algún soporte científico, desde luego, qué práctico lo tiene; hago esta aclaratoria porque en todos los intentos realizados para obtener literatura al respecto, siempre me he tropezado con que la ley existe, pero referente solo a la fotografía. Así que yo, al igual que mi amigo, se las vendo y ustedes, por favor, recíbanla o cómprenla a beneficio de inventario.
El desarrollo de la ley de los tercios consiste en clasificar a las personas con las que interactuamos, en forma constante o esporádica, en tres grupos, donde cada uno de ellos representa un tercio, es decir, 33,33%. La suma de los tres tercios tendrá como resultado el 100% de la muestra, aproximadamente.
En el primer grupo colocaremos a nuestros seguidores incondicionales, aplicando la máxima que dice: Al buen amigo tuyo, corrígelo en privado y alábalo en público. En el segundo grupo alinearemos a quienes les resultamos irrelevantes o como se dice en el argot popular: lo que digamos o hagamos les resbala. En el tercer y último grupo colocaremos aquellos personajes que nos catalogan como unos monstruos extraídos del averno y aseguran que, nada bueno sale de nuestras entrañas. Seguro estoy de que, ustedes, ya han identificado unos cuantos individuos que encajan en cada una de las categorías.
Dicho lo anterior, adentremos ahora en el ámbito de la aplicación práctica de la ley para que nos surta efectos provechosos o contribuya a disminuirnos incertidumbres: cada vez que digamos algo o ejecutemos una acción no deberá sorprendernos que el primer tercio diga que no hay nadie en el mundo que pueda hacerlo o decirlo mejor que nosotros. El segundo tercio opinará que cualquier persona, él, por ejemplo, pudo haberse expresado o actuado en forma semejante, concluyendo que la acción es inocua. El último tercio, principal foco de nuestra atención y preocupación, argumentará que los hechos, o dichos nuestros, son catastróficos y que hasta un niño o un analfabeto pudo haberlo hecho mejor.
Nos corresponde, entonces, haciendo gala de nuestra inteligencia emocional, identificar cada actuación y ubicar al ejecutante en el tercio correspondiente. Esta acción, que quizá nos parezca intrascendente, podría redundar en el ahorro de muchos dolores de cabeza, ya que dejaremos de envanecernos por los halagos, así como la apatía y el rechazo de las personas perderán su efecto pernicioso.
En tiempos de futuros comicios considero que los aspirantes a ser líderes empresariales o políticos deberían aplicar estrategias similares a las contenidas en la ley de los tercios.
Coordinador Nacional del Movimiento Político GENTE