¿Es irreparable la suerte de una generación?
Los amaneceres, a veces, pueden ser crueles. Abrir los ojos y en lugar de ser invadidos por recuerdos agradables, memorias amables, torturarnos pensando en los daños que se infligen segundo a segundo a nuestro país, con la plena conciencia de aquellos asuntos que podríamos calificar de irreparables.
Mi lista comienza por la desnutrición que sufren vastos sectores de la población, especialmente los que comienzan a crecer, en los inicios del proceso de poner en marcha sus potencialidades para lograr lo que mas deseen en la vida, los menores de 6 años carentes de acceso a la leche su alimento esencial e insustituible. Soy madre y no puedo imaginar como hubiese sido tener mis hijos en esa edad sin la leche indispensable para alimentarlos.
La desnutrición infantil, después de muchos años de haber sido considerada como un problema superado, vuelve a azotarnos con una inclemencia que se deriva de imponer su condición extrema al crear daños irreparables. Los alimentos que nuestros niños no consumieron, las proteínas que no tuvieron a su alcance, aquellas responsables del desarrollo de sus potencialidades neuro motoras, generan una condena, una pérdida de la posibilidad de crecer a plenitud, el poder llegar a ser pioneros en campos como la ciencia, el deporte, el arte o simplemente ser personas normales.
Su destino esta fatalmente disminuido y esto ha ocurrido frente a nuestros ojos. En cierta manera, aunque nos neguemos a aceptarlo, hemos sido cómplices del robo del futuro de una generación de venezolanos.
Según Susana Raffalli el retardo de crecimiento en los niños venezolanos aumentó de 11 % a 35 % en el año 2021. Mientras él déficit de producción de leche se ubica en 48%, situación que afecta al 80% de la población en situación de pobreza.
La segunda gran estafa ha ocurrido en el campo educativo. Los niños desertan de las escuelas por hambre. El Estado niega recursos para que funcionen, no existen las redes de comedores escolares, los planes de alimentación escolar no cubren a los más pobres.
El daño educativo es extenso, incluye la imposibilidad de aprender oficios y la crisis total de las universidades a las cuales se les niegan los recursos para su funcionamiento. El hambre de los maestros, los profesores universitarios que después de haber entregado su vida a la docencia languidecen en la miseria sin alimentos y sin cobertura a sus problemas de salud. El abandono de las edificaciones escolares, antes un orgullo del país, ahora ruinas, sin servicios sanitarios y sin materiales pedagógicos para educar. Un cumulo de daños que agudiza el robo del futuro a todos aquellos que perdieron la oportunidad de aprender en su momento.
El salario mínimo de los profesores universitarios en países como Panamá, Ecuador y Costa Rica supera los 1.000 dólares por mes; mientras en Venezuela es alrededor de 7 dólares. Según Encovi “sólo la mitad de la población escolar en Venezuela asiste regularmente a clase. Ese 50% de niños que falta regularmente a clases, 28% lo hace por falta de agua en sus hogares, 15% por falta de electricidad, 22% por falta de comida, 13% por falta de comida en las escuelas y 17% por falta de transporte público”
El tercer gran daño, casi irreparable, es la suerte de los menores de 20 años en los sectores más pobres, en los barrios y en las comunidades rurales. Una población que ha crecido en medio de la injusticia, la represión injustificada, mala alimentación, con familias deshaciéndose o huyendo en búsqueda de medios para sobrevivir. Viendo de cerca como el mal se concentra y surgen iniciativas perversas desde las cárceles como el Tren de Aragua, liderada por individuos que nunca optaron entre el bien y el mal, no tuvieron la oportunidad de decidir entre destruir o construir. Personas que desde sus prisiones dirigen una internacional del crimen que avergüenza a los venezolanos y que nos genera repulsión mundial.
Se trata de una generación que ha crecido en un tiempo traumático, sin comida, sin educación, con hogares en crisis, enfrentando la mentira de medidas perversas como “La Chamba Juvenil” un programa del régimen que es un engaño ideado para que los jóvenes crean que educarse no es su prioridad y que pueden gastar su tiempo sin aprender, alejados de la posibilidad de capacitarse mientras en sus bolsillo resuenen algunos cobres que les cubra sus necesidades más elementales: diversión, ropa, celulares y francachelas.
Esta generación, tenemos que reconocer, ha vivido en medio del trauma, no saben lo que es el respeto al otro y la responsabilidad individual como compromiso existencial con el futuro.
Los amaneceres pueden ser tortuosos si nuestra mente es ocupada por estos pensamientos que nos castigan, es como enfrentar a un sediento y no poder darle agua, o un enfermo que agoniza y no poder suministrarle medicinas, ni alivio.
Sin embargo, estamos conscientes que no hay nada más poderoso que la voluntad humana de cambiar, construir otros caminos, esa es la gran oportunidad y deber que tenemos enfrente.
Podemos creer que encontramos algunos remedios temporales. Auto engañarnos pensando que las soluciones empiezan a brotar, pero son simples calmantes ante el dolor. Sabemos que tenemos que ver con claridad, encontrar las respuestas, las reales soluciones y luchar por ellas con valentía.
No podemos aceptar un ”Xi Jinping” que se erige como dictador absoluto en China, dueño de la vida de la gente de ese país, como algo irremediable. Nuestras angustias sí tienen salidas, pero hay que esforzarse en hallar el camino. No surgirá de la nada sino del arma más poderosa del universo, nuestro base religiosa espiritual que nos otorga una voluntad de poder y conciencia de nuestra responsabilidad individual, base de nuestra dimensión moral.
Basta de peleítas egoístas. Todos somos víctimas y cómplices, aun sin querer. Luchemos unidos, hay que crear la plataforma desde la cual comenzar a enfrentar “lo irreparable” para que surja lo aspirado, imaginado y posible…