Biden se desmarca del globalismo y cierra las fronteras a los migrantes venezolanos
Hasta el miércoles pasado el presidente de EEUU, Joe Biden, jugó a ser el Jefe de Estado “demócrata bueno” con los migrantes sudamericanos en general y con los venezolanos en particular y mantuvo la frontera de México abierta a los cada día más populosos grupos de ciudadanos que solos, o con sus familias, buscaban traspasar la raya entre el infierno de sus países y el todavía insinuante “sueño americano”.
No era un acto de piedad cristiana por supuesto, ni muchos menos inscrito en la política de la democracia más poderosa del mundo de no dejar sin abrigo a los luchadores por el estado de derecho acosados por narcodictadores y maleantes de toda laya que, desde hace 22 años, despotizan a algunos países de América del Sur, sino para competir por los votos de los electores hispanos en EEUU, los cuales, desde que los comunistas cubanos se lanzaron a “invadir” a sus vecinos de más allá del Río Grande, se sienten más inclinados a sufragar por los republicanos que por los demócratas.
Ejemplo más apropiado que ninguno el del expresidente antecesor de Biden, Donald Trump, el cual llevó a cabo una política hacia el Sur bifronte, pues, si de una parte, llevó su rechazo al ingreso ilegal de inmigrantes al extremo de proponerle a México construir un muro de contención, por la otra, se declaró en guerra contra las narcodictaduras que iniciadas por Hugo Chávez en Venezuela en 1998, fueron extendiéndose como plaga en la región hasta contar unas cinco (Venezuela, Brasil, Ecuador, Bolivia y Nicaragua) para la fecha en que Trump ganó la presidencia en las elecciones del 2 de noviembre de 2017.
Trump no construyó el muro, ni tampoco pudo desarticular el avance de los narcosocialistas hacia la toma de más gobiernos en países de Sudamérica, pero sí logró constituirse en un líder, en el líder de todos los americanos para salvar al continente de las amenazas viejas y nuevas y aun después de haber perdido las elecciones presidenciales del 2020 con un resultado que, alega, fue fraudulento, ronda como un puma herido pero al acecho por toda la política norteamericana y a solo tres años de regresar al poder.
En este ajedrez, no hay dudas que una pieza importante es el número de votantes hispanos que en la última elección alcanzó a los 38 millones de electores y que, contrariando una tradición que se extendía desde los 70, fue decisivo para que el candidato republicano ganará en un estado de hechura hispánica como Florida.
Texas, Arizona, Georgia, Pensilvania, también vieron sacudidos sus patrones electorales y desde luego obligaron a Biden a revisar y empezar a hacer distintas las políticas para que las amenazas del “puma” Trump fueran de una vez diluidas.
Y en este contexto, nada más oportuno que implementar una agenda para una política de inmigración distinta a la de Trump, que desde hacía cinco años venía presionando en la frontera con caravanas de migrantes que venían de Honduras, El Salvador, Nicaragua (y ahora Venezuela) para llegar a México y en la frontera forzar el ingreso a los EEUU que, como reiteradamente había señalado Trump, “era uno de los grandes problemas que impedía el risorgimento de la otrora Gran Potencia”.
Pero en ayuda de Biden llegó también otro factor que se ha soslayado característicamente, como fue la aprobación entre el 11 y 12 de diciembre del 2018 en Marruecos del “Pacto Mundial para la Inmigración” patrocinado por la ONU, que algunos observadores califican como un esfuerzo humanitario sincero pero mal definido, amorfo, para un problema mundial que, desde la guerras del Medio Oriente, y sobre todo, de la última, la de Siria, se ha constituido en un nudo planetario de igual prioridad que el “Cambio Climático” o la “Propagación de las Pandemias”.
Otros críticos no son tan benévolos ni neutros con el “Pacto…” y lo ven como otro intento del Globalismo que patrocina y financia desde Londres el magnate presidente de la “Open Society”, George Soros, para subvertir los Estados nacionales y las democracias de Occidente, crear un mundo de fronteras abiertas y de culturas, razas, lenguas y religiones mestizadas, porque las oleadas de migrantes sin controles, ni legalidad, presionarían para crear una humanidad difusa, sin valores, moral, ni identidad propias.
En otras palabras que, todo lo que necesitaría para darle la estocada final a la cultura y la civilización occidental, y sin guerras, ni conquistas foráneas, sino en paz y por decisión de estas mayorías que ya serían nacionales y con los derechos que les garantizaría el “Pacto…”
De ahí que, el primer ataque contra el “Pacto…” vino de países que lo acusaron de ser un misil contra la soberanía y la seguridad nacional de los países, ya que les resultaría imposible protegerse en un universo donde cualquier ciudadano, por sentirse inconforme con las condiciones de vida que les ofrecía su país, podría optar por trasladarse a otro que considera con mejores recursos y ofertas para realizar sus aspiraciones.
El ”Pacto”, para demostrarlo, redefine la inmigración como “derecho humano” y la penalización a que se sujetaría cualquier gobierno que no la acepte con estas definiciones y sus consecuencias, ya que en el mundo de los últimos 30 años, por lo menos, nos hemos encontrado con muchas oleadas migratorias que no suceden por razones humanitarias, sino por objetivos políticos, como se ha visto en disímiles casos con la inmigración de algunos países islámicos a la UE.
En otras palabras que, no tiene nada de extraño que de 194 países miembros de la ONU, hubo un “pequeño grupo” que no se adhirió al “Pacto…” y estos fueron, nada más y nada menos, que EEUU, Rusia, China, India, Japón, Austria, Hungría, Polonia, Brasil y Australia.
Pero en lo que toca a EEUU, en 2018, año de la aprobación del “Pacto…” en Marruecos, el presidente era Donald Trump, quien no podía ser más contrario a que su país fuera penetrado desde fuera para luego -y una vez que los recién llegados adquirieran la residencia o la ciudadanía estadounidense-, a través de su pertenencia a partidos políticos antidemocráticos o a mafias del “Crimen Internacional Organizado”, actuaran contra los intereses de la democracia y el Estado Nación norteamericano.
Situación, entorno y contexto muy diferente al que encontró el 21 de enero del 2021 el primer presidente globalista electo en la historia de EEUU, Joe Biden, el cual, con un programa que había sido redactado en Bruselas en la sede del “Grupo Internacional de Conflictos” que responde a los intereses de Soros, el Grupo de Bilderverg, la familia Roschchild, la Rockefeller Fundación, las Big Tech y las Big Pharm, y los fondos Black Rock y Vanguard, empezó cancelando la apertura del oleoducto “Keystone XL” que llevaría petróleo desde Alberta, Canadá a Nebraska reduciendo enormemente la dependencia energética de EEUU, para demostrar que se plegaba a la agenda del “Cambio Climático”, así como a otras “revoluciones”, tales como “el lenguaje inclusivo”, “el abortismo total”, “el empoderamiento de las minorías”, “el feminazismo” y la “ideología de género”.
Y, last but not least, al “Pacto Global para una Inmigración Segura, Ordenada y Regular”, que abrió inmediatamente la frontera con México y empezó a dejar pasar hacia el territorio norteamericano a las famosas caravanas de hondureños, salvadoreños, nicaragüenses y panameños que, desde los tiempos de Trump, venían agrupándose y presionando en la raya para que las autoridades les permitieran traspasarlas.
Es conveniente recordar que, tal como sucedió en El Darién, los venezolanos fueron los últimos en llegar y los que por el número y el símbolo de la crisis que portaban, concluyeron provocando el cierre, pero ya desde antes, desde los tiempos de Obama, era una preocupación de los residentes y las autoridades estadounidenses de comó, como nunca, el Sur se estaba trasladando al Norte.
También debemos agregar que tampoco en tiempos pasados o recientes se habían convertido en un problema político y electoral.
Como si está pasando ahora, cuando la candidatura de Donald Trump para su segunda presidencia está disparada en las encuestas y unas elecciones vitales para Biden y los demócratas, las de medio término, están a 19 días de que se celebren.
En ellas los demócratas podrían perder la mayoría en las dos cámaras y un intento desesperado, por los menos, de salvarse en la Cámara de Representantes, sería cerrando las fronteras, en las que, casualmente, estaban cruzando diariamente millares de venezolanos.
¿Cómo queda entonces Biden con sus aliados globalistas? No nos atrevemos a pronosticarlo, pero una forma muy norteamericana de zanjar distancias es seguir haciendo lo mismo, pero por otros medios.
En otras palabras que, los venezolanos seguirán llegando y entrando. Es cuestión de esperar unos meses.