Petro o el narcosocialismo ecologista y global hace su entrada
Es duro decirlo y quizá anticolombiano y antivenezolano afirmarlo, pero con Gustavo Petro nace un nuevo vástago de la ubérrima cepa “grancolombiana”, de aquella que nos enseñó Hugo Chávez nació y creció para poblar la América del Sur de profetas, caudillos y salvadores que llevarían la justicia, la paz y la igualdad a la región, al continente y ¿porqué no? al planeta.
Porque el recién electo presidente por un 45 por ciento de electores colombianos -al igual que su mentor e inspirador, el petrodictador Chávez-, no recibió la comanduría que el miércoles lo llevó a la Asamblea General de la ONU a pronunciar su primer discurso, para conformarse con admitir que no recibió una misión sino un trabajo y que el mismo se reduce a tratar de ayudar a 40 millones de ciudadanos a salir de la pobreza, a darles una mano para que mejoren sus salarios, su educación y su salud y no por diez, veinte o cuarenta años, sino por unos cortos cuatro que es lo que dura el período presidencial en el vecino y hermano país.
Pero Petro en la ONU (y en su primer discurso) no le habló a los neogranadinos, ni a los sudamericanos sino al mundo, al planeta, al cosmo, al universo, a los 7500 millones de seres humanos y adláteres que (pensó) podían estar aprovechando la oportunidad de sus vidas.
De ahí que, en aquellos 20 minutos que pudo durar su alocución, Petro no habló sino de “verdades”, “certezas”, “rotundidades”, “dogmas”, “tesis” y “doctrinas” confirmados por la teoría y la práctica, la intuición y el laboratorio y, ante los cuales, no cabe sino actuar con la velocidad y el afán que dicta la agonía de quien grita que “no hay dudas de que estamos ante un nuevo fin de los tiempos”.
¿Cuánto tiempo, cursos y recursos, grados y posgrados, asesorías y asistencia a Universidades e Instituciones especializadas en el tema había sustraído a sus actividades políticas para llegar a tan alarmantes y escandalosas conclusiones? No lo dijo. ¿Y cuáles sus experiencias luchando entre lodazales, olas de mosquitos, rugidos de tigres y el acecho de indígenas, contrabandistas y narcoguerrilleros que no aceptan la violación de sus territorios? Tampoco.
Solo conocemos por la iluminación de este profeta que la especie humana no está a milenios, ni siglos de la extinción, sino de unos escasos 70 o 50 años, porque los efectos del cambio climático corren con tal velocidad, están tan a la vuelta de la esquina, que ya, y con toda propiedad, se podría parafrasear al difunto astrofísico inglés, Stephen Hawking, cuando se lamentó poco antes de dar su último aliento, “que la humanidad hubiese perdido tanto tiempo al no continuar la búsqueda de otro hogar en el Cosmos”.
Y por ahí se largó Don Gustavo, que todo sabemos no domina una sola de las llamadas ciencias de la futurologia, digamos algo así como la ingeniería ambiental que le hace seguimiento al comportamiento del clima y el crecimiento poblacional, sino con lo único que Dios lo trajo al mundo, que es la voz de un político y guerrillero graduado en economía que, por cierto, se trata de una de las combinaciones de saberes más peligrosas a la hora de perderse en equivocaciones y pronósticos ricos en imaginación y pobres en cifras.
Pero nada que parara aquella ave de mal agüero, que dejara entrever en un solo párrafo que lo del “Cambio Climático” es una teoría que divide a muchos especialistas en las universidades más calificadas del mundo y que lo más acertado es afirmar que si hay pruebas que aseguren que un “Cambio Climático Planetario” está en marcha, también las hay para sostener que son las mismas de siempre solo que infladas por las aparición de las redes y la Internet.
Para el profeta Petro, al contrario, está aquí, frente a nuestros ojos y arañándonos las espaldas y es una verdadera pérdida de tiempo no estar ahora en la Amazonía, en la Cordillera de los Andes y los Himalayas, en vez de estar en Nueva York diciendo y oyendo discursos y viéndose los ómbligos.
“Es necesario actuar, y actuar ya, porque nos queda poco tiempo y atacar las causas, verlas de frente, identificarlas y precisarlas y convertirnos en un ejército de soldados de la luz que derroten la oscuridad” parece que dijo o sugirió decir en algún momento.
Y las causas no son otros ni otras que la oprobiosa hambre y sed de dinero que infesta al capital, a los capitales, que años tras años invaden nuestra selva amazónica, destruyen su riqueza y diversidad y donde antes había agua, ahora hay sequedad, donde antes había pájaros y colores ahora hay llanto y sombras, donde antes había vida y paz, ahora hay muerte y guerra.
Y ya en este deslizamiento de su barroca y ampulosa perorata nos revela Petro el descubrimiento de unos nuevos jinetes del Apocalipsis, que no son otros que el petróleo, el carbón y la coca, los luciferes que despiertan la codicia de los que no entienden que la civilización no puede alimentarse con la destrucción y recorren la Amazonía para extraer de, un lado, estos fósiles que tanta contaminación trasmiten a la atmósfera, y para procurarse, del otro, la hoja sagrada de los Incas cuyo consumo los ha esclavizados y zoologizados.
“Porque con el petróleo y el carbón prenden sus industrias contaminantes y movilizan los ejércitos con los que se dirigen a desatar guerras como las que ahora se hace en Ucrania y antes en Irak, Afganistán y Siria”
Pero con la coca, se puede deducir del esoterismo pietrista, los enviados del mal tienen una relación ambigua, porque, de un lado, la requieren para satisfacer la adicción que les genera el ocio, y del otro, persiguen, apresan y matan a sus cultivadores porque son ellos los que quieren controlar el negocio.
Aquí si podría uno atreverse a corregirle al “Iluminado de Ciénaga de Oro” que en la Amazonía no se consiguen yacimientos de petróleo y carbón y mucho menos se cultiva coca, por lo que resulta claro que, para combinar una inquietud común al planeta cómo es proteger su más grande pulmón vegetal, la Amazonía, con su interés particular y pecuniario de que el cultivo de la coca crezca y se convierta en uno de los pilares de la economía, Petro construye una fábula política que con razón no cuenta con cifras, estadísticas, ni hechos reales.
En cuanto a las guerras que presuntamente se han librado por el petróleo y el carbón en el siglo pasado y el actual, habría que recordarle al recién electo presidente colombiano que la guerra de Irak (que no fueron una sino tres) se hicieron para contener a uno de los dictadores más feroces de la historia, Saddam Hussein (1937-2006), que oprimió a su pueblo durante 24 años (1979-2003), invadió y mantuvo una guerra de 8 años contra Irán (1980-88), otra por la ocupación de su vecino Kuwait en 1990, y apoyó a grupos terroristas nacionales y extranjeros que persiguieron chiitas, kurdos y sobre todo, para ejecutar atentados suicidas contra Israel.
Sobre Afganistán, Petro debería recordar que se hizo imprescindible invadirlo porque desde los 90 fue tomado por una banda de fundamentalistas islámicos, los Talibanes, que inspirados por un asesino en serie internacional, Osama Bin Laden, no solo le impusieron a los afganos una tiranía donde las mujeres fueron reducidas a esclavas, sino crearon una organización internacional para el terror, Al Qaeda, que se responsabilizó del asesinato de 3000 norteamericanos en el atentando del la “Torres Gemelas” de Nueva York el 11 de septiembre del 2001.
Siria es más reciente y su guerra no tuvo nada que ver con el petróleo, el carbón y la coca, sino con un intento de un grupo de demócratas sirios de exportar la “Primavera Árabe” que se había iniciado el 17 de diciembre del 2010 en Túnez, y derrocar la dictadura de la familia Assad que ya llevaba 40 años en el poder, dando lugar a un proceso donde intervinieron los ayatolas de Irán, el recién creado Estado Islámico, Erdogán de Turquía, un poco la Otán y al final Barack Obama, que no hizo nada pudiendo haberlo hecho todo para evitar que continuara en el poder el tirano, Bashar al Assad, que aun reina, pero entre escombros.
De modo que, la única de las guerras que menciona Petro que sí tuvo lugar y en la cual, no solo fue testigo sino soldado, es la guerra entre los carteles de la droga, las Farc y el Estado colombiano, que se inició a comienzos de los 80, sí produjo muertos que pudieron acercarse al millón, cientos de miles de desaparecidos, secuestrados, heridos y perseguidos y aun hoy es un gran problema político, social y humano que tiene y debe centrar los esfuerzos de cualquier presidente que se proponga recuperar y echar adelante a Colombia.
Petro, al contrario, proclamó en la ONU que la “guerra contra las drogas está perdida”, que continuarla es luchar contra un mal menor porque solo produce unos pocos muertos por sobredosis y que la consigna es, entonces, una reconciliación con los cocaleros, proteger sus cultivos y de hecho convertirlos en el eje de una Colombia ecológica, racional, socialista e incorporada a las nuevas corrientes mundiales del progreso y el desarrollo.
Petro pudo haber terminado aquí y haberlo dicho todo, pero los silencios dicen mucho y en este caso no dejaron dudas que estamos ante un militante de “La agenda 30-30”, del Nuevo Orden Mundial y del Globalismo que proclaman una vuelta a la tierra y al decrecimiento económico, en la cual, la legalización de los cultivos de la sagrada hoja de la coca conduzcan a la legalización de la cocaína, y por esa vía, unos cuantos trust y fondos capitalistas mundiales pasen a dominar un mercado de 400.000 millones de dólares anuales para así continuar, no solo controlando la ONU sino a los demócratas como Trump, Bolsonaro y Álvaro Uribe que se les opongan.