Los cien años de mi padre (1/2)

Opinión | septiembre 30, 2022 | 6:20 am.

Como parte del homenaje por el centenario de la vida de mi querido e inolvidable padre, este 26 de septiembre, la Extensión Universitaria de la Universidad de los Andes en Tovar, fue nombrado Extensión Universitaria Dr. Rafael Gallegos Ortiz. El 28 de septiembre, dicté en la Academia de la Historia del Estado Mérida, una conferencia “El doctor Gallegos Ortiz, visto por su hijo”. Igualmente se realizaron múltiples actividades en las ciudades de Tovar y Mérida, celebrando su centenario. Nos sentimos inmensamente honrados y agradecidos. A continuación, una síntesis de la vida de papá, en dos entregas.                Los cien años de mi padre (1/2)

Este 26 de septiembre de 2022, Rafael Gallegos Ortiz, mi padre, cumpliría cien años inolvidable papá.

Su prolífica existencia, que agregó tanto valor a la vida de tanta gente, debe ser rememorada, para que quede como una referencia en este pueblo tan olvidadizo, donde destacados venezolanos, cuya obra debería ser estudiada y servirnos de guía, como José Rafael Pocaterra, Rómulo Gallegos, Salvador Garmendia, o José León Tapia, entre muchos otros, pasan a la desmemoria colectiva, afirmando nuestra peligrosa condición de un pueblo sin conciencia de sus raíces.

Cien años que hacen recordar la ironía del Maestro Jorge Luis Borges, cuando falleció su madre a los 99 años. Un amigo al darle el pésame le comentó que era lamentable que la señora no hubiera llegado a los cien años con lo poco que le faltó. El maestro replicó:  amigo, que fe tiene usted en las virtudes del sistema decimal.

Tuvo razón Borges; pero así somos y así conmemoramos este centenario.

Mi padre nació en el pueblo de Tovar, estado Mérida, en 1922. Una casa grande, a una cuadra de la Plaza Bolívar. Un Tovar de calles empedradas, de mucha producción agrícola y paso de caravanas de la zona; de profundas convicciones religiosas, curiosas inquietudes culturales, y celebraciones marianas mezcladas con las famosas ferias de Tovar, llenas de bailes, toros y aguardiente. Un pueblo acostumbrado al miedo al gobierno, y al silencio. Había transcurrido la mitad de la dictadura de Juan Vicente Gómez.

Un niño solitario

Mi padre fue el último de siete hermanos. Los mayores, Consuelo, Ana Elena y Belisario, le llevaban alrededor de veinte años. Los intermedios José Ramón y Luís Enrique, más de seis o siete. Él y su hermana Ada, que le llevaba dos años, fueron los toñecos.

Su padre Belisario, de oficio contador y periodista, murió enfermo del cerebro cuando papá era apenas un niño. En su poema “Mi padre”, revelaría su soledad y desconcierto por su ausencia:

… Él está en el cielo, me decían

   desde allí te está mirando

   yo miraba el cielo

   daba vueltas

  Quería verlo para ver si me miraba…

A sus trece años, falleció su madre, Ana Rosa. También le dedicaría un poema: “Así era ella”:

 … fue toda ternura

allá en la gloria estará

repartiéndole a los niños

cuadernos y caramelos

golosinas y dulzura…

… algún día la encontraremos

y nos pagará los besos…

Huérfano, lo enviaron a vivir con su tío Pepe. Solterón que vivía solo en una casa muy grande llena de libros. Era un gran lector. Entre el tío Pepe, otros familiares y su hermano Luís Enrique – quien ya trabajaba como vendedor en una prestigiosa firma – se encargaron con mucho cariño, de que a mi padre no le faltara nada.

En Tovar no había estudios de bachillerato. Así que, al aprobar el sexto grado, el destino de mi padre era trabajar en una finca o en un comercio. Papá me contaba que le aterraba no seguir estudiando, y que iba todos los días a la iglesia a rezarle a la Virgen de Regla para que le concediera el milagro de estudiar bachillerato. Efectivamente se dio el milagro. Sus familiares lograron la logística económica para que continuara sus estudios, que incluían viaje a otra ciudad e internado. Decidieron enviarlo a Pamplona.

Pero el frío, o el ambiente excesivamente conventual de esa ciudad lo decidieron a fugarse. En carnaval se fue a Táriba a donde unos parientes. Las noticias llegaron rápido a Tovar y escandalizaron a sus familiares. Debieron quererlo mucho, porque le dieron una segunda oportunidad. Lo enviaron a Caracas, al Colegio “Los Dos Caminos”, del célebre profesor Julio Bustamante, que quedaba donde hoy está el CC Millenium. El viaje en autobús fue de varios días. Allí, interno, sacó su bachillerato.

Como el colegio era laico, los alumnos que expresaran no ser católicos, quedaban exentos de ir a misa los domingos. Evitando salir en fila a la calle y caminar unas cuantas cuadras hasta la iglesia, lo que tardaba prácticamente toda la mañana.

Un domingo, su tía Amalia – muy católica y rezandera- fue a visitarlo. Al enterarse que los alumnos estaban en misa, ella le dijo al portero que esperaría al regreso de ellos, para ver a su sobrino.

–   Pero si Gallegos está en su habitación – le dijo el portero- usted sabe, que como él es evangélico…

–   ¿Y quién le dijo a usted que ese muchacho es evangélico? – replicó la tía muy molesta.

–   Él mismo, señora… por eso es que no va a misa.

Es de imaginarse el problema con la tía Amalia…

Su hermano Luís Enrique siempre estaba pendiente de él. Hasta le daba ropa casi nueva que iba dejando. El problema surgió cuando mi papá se estiró (medía 1,87 ms.) y los trajes le fueron quedando cortos.

Universidad y política

Al finalizar el bachillerato inició estudios de Derecho en la Universidad Central de Venezuela. Compartía habitación con Domingo Alberto Rangel, su amigo desde las aulas de Tovar. Mi padre pronto se convirtió en uno de los dirigentes de AD en la universidad.

El 18 de octubre de 1945, día de la llamada revolución de octubre, mi padre discurseó por una radio clandestina que se oyó en todo el país. Las lenguas de Tovar regaron, al oírlo, que Rafael Ángel – así le dijeron siempre- era el jefe del golpe. Por supuesto que ni de lejos lo era; pero el rumor dio mucho entretenimiento a las lenguas del pueblo.

Se entregó de lleno a la política, en AD. Cuando estaba en sexto año de Derecho, en 1946, el partido lo mandó a trabajo político en Mérida. Allí, en la Universidad de Los Andes (ULA), finalizó su carrera en 1947. Su promedio en el último año fue de 18,4 puntos. Paralelamente ejerció como director de Cultura de la ULA. Al graduarse, fue contratado como profesor de la Cátedra de Derecho Internacional Público.

Fungió como secretario general de AD en Mérida. En las elecciones de 1947 salió electo por AD como diputado a la Asamblea Legislativa del Estado.

Cárcel y exilio

Poco duró la dicha. El 24 de noviembre de 1948, al caer Don Rómulo Gallegos, mi padre pasó a la resistencia a la dictadura. Ya se había casado con la joven tovareña Olga María Castro Méndez.

En 1949 fue nombrado abogado de la Federación Petrolera. Para la huelga petrolera de 1950 su seudónimo era Dr. José Flores. El seudónimo no lo salvó de la cárcel. Recorrió seis prisiones del país como preso político de la dictadura de Pérez Jiménez. También estuvo un año confinado en Ciudad Bolívar. Allí vivía en la casa de su hermano Luís Enrique, siempre presto a ayudarlo.  Años después papá le dedicaría un libro: “a mi hermano Luís Enrique, que supo suplir la ausencia de mi padre.”

En plena dictadura fuimos naciendo los hijos. Mi hermana Anela la mayor, en Tovar, y yo en Ciudad Bolívar. Posteriormente nacería Maricrís en Caracas. Años de cárceles, persecución… y de nacimientos.

En Caracas, papá montó un bufete. Trabajaba y lo perseguían. Los clientes al saber su condición política, se le desaparecían.

Años después papá me mostró una pared muy alta, en el centro de Caracas, que brincó en una ocasión al ser perseguido por la Seguridad Nacional.

–  No sé cómo hice para rebasar esa pared hijo – me comentó asombrado- tal vez el miedo.

–  Para nada – continuó- al otro lado había un caballo que relinchó y me agarraron.

En 1954, la dictadura montó a toda la familia en un avión. Se iniciaba el exilio. En Curazao, mi papá no se bajó porque lo estaban esperando en la pista esbirros de la Seguridad Nacional. El piloto le insistía que se bajara.

–  No me bajo y si me pasa algo, usted es el responsable. – le dijo al capitán de la nave.

Al final, seguimos hasta Cartagena. Las autoridades no lo dejaron permanecer – eran los años del dictador Rojas Pinilla- adujeron que estaba cerca de la frontera, y arreglaron para que tanteara su estadía en Bogotá. Pero no hubo tiempo. A mamá le pegó el frío, o la altura de Bogotá. Y nos fuimos a Quito. Que si a ver vamos, no hacía ninguna diferencia; pero necesidad obliga.

A los pocos días lo llamaron las autoridades ecuatorianas. “Me van a botar otra vez” – pensó papá. “Qué hago… para donde me voy con tres muchachos casi bebés y sin trabajo”

–  Doctor Gallegos – le dijeron para su sorpresa- el presidente le da la bienvenida a Ecuador.

A mi papá se le abrió el cielo. Resulta que él había conocido en Mérida a un hijo del presidente Velasco Ibarra. Y éste, designios de Dios, se enteró de su llegada, y con su padre el presidente, movió su residencia en Ecuador.  Así, nos instalamos en Quito. Una casa grande, que compartíamos con tres o cuatro familias de exiliados venezolanos.

Para vivir, mis padres contaban con algunos escasos dólares. Mi mamá vendía sus pertenencias – ropa, algunas joyas y otras cosas – en el mercado. Y mi tía Dulce, enviaba giros desde Venezuela. Dinero de ella y lo que podía recoger entre los familiares. Por cierto, la dictadura perseguía y castigaba esas ayudas. A mi querida tía Dulce, casi que le cuesta su puesto en un banco.

“Esperamos con ansia el giro” – le escribió mi papá a mi tía, en una carta que conservo.

Por su parte, mi papá daba conferencias en la universidades de Quito y Guayaquil, con la esperanza de que lo contrataran como profesor.

A los dos años, otra vez la altura y el frío afectaron a mi mamá. Nos mudamos para Guayaquil.  Allí mi papá comenzó a trabajar – a destajo. Participó en la fundación de la revista Vistazo, que todavía existe. Y creó una oficina de publicidad: Veinte-Veinte.

Había mejorado su situación; pero su economía seguía escasa. En noviembre de 1957, una gitana de visita en la oficina le tomó la mano y le dijo: usted está aquí por razones políticas y pronto caerá el gobierno de su país. Él no le creyó. Le pareció casi una burla. Pérez Jiménez estaba más firme que nunca. Más bien pensaba en una oferta de ciudadanía que le hicieron para facilitar su trabajo en Ecuador.

Dos meses después, a la caída de la dictadura, papá no podía sacarse de la cabeza a la gitana.

Los primeros años de democracia

En 1958, papá llegó a Venezuela en un avión de Aeropostal lleno de exiliados.  Cuando el piloto les expresó a esos venezolanos alejados de su patria que acababan de entrar en territorio venezolano, empezaron, emocionadísimos, a cantar el Himno Nacional y una canción que estaba muy de moda: Escríbeme.

El aeropuerto de Maiquetía estaba lleno de familiares. Abrazos, besos, llantos. Todos eran hermanos. Era el espíritu del 23 de enero.

A los días papá, empezó a trabajar en la universidad. Fue juramentado por el Rector Francisco de Venanzi como director de Cultura de la UCV. Allí estuvo seis años. Su obra fue prolífica. En el Aula Magna presentó artistas como Stravinski, Pablo Casals, Yolanda Moreno. También a Pablo Neruda. Igual llevó a la Opera de Pekín, a los Ballet Ruso, Ballet Filipino, Ballet Chino. Además, estimuló grupos de teatro, de danza, de música. También en el Aula Magna presentó figuras como Fidel Castro y Juan José Arévalo. Adicionalmente fue por varios años moderador del programa televisivo de opinión de la universidad, “Venezuela mira su futuro”, que, con mucha audiencia, se transmitía los sábados por Radio Caracas Televisión.

También estuvo un tiempo como encargado de la Secretaría de la UCV.

En 1959 fue comisionado por el presidente electo Rómulo Betancourt para la recepción a Fidel Castro en su visita a Venezuela. Un día le peguntó: comandante, por qué no hace elecciones, usted arrasaría.

–  Basta que salga un diputado y me eche vaina para no poder hacer lo que quiero – fue su respuesta.

Igualmente, mi padre fue secretario ejecutivo del Comité Venezolano Pro Liberación de Santo Domingo. En la universidad había conocido a Juan Bosh y a otros perseguidos dominicanos.

El 14 de junio de 1959, participó, como representante de Rómulo Betancourt en la invasión desde Cuba, para derrocar a Chapita. Betancourt y Castro se unieron con ese objetivo. Como estaba planificado, despegó el primer contingente de patriotas dominicanos en los aviones. Al rato debía salir el segundo. Jamás arrancaron. Parece que a Fidel Castro los norteamericanos lo amenazaron con invadirlo si salía el segundo lote, y el comandante dio marcha atrás. A los muchachos que llegaron a RD, los masacraron.

Por esos días, cayó una lámpara muy pesada en el asiento del escritorio de papá en la Universidad. Él se acaba de parar para recibir una sorpresiva visita de mi hermana Anela y mía. Las investigaciones determinaron que le habían aflojado los tornillos de la lámpara. El culpable confesó que lo hacía por órdenes del gobierno dominicano.

En 1963, mi padre abandonó las filas de AD. Se fue con el grupo de Ramos Giménez, Fue candidato, por AD oposición, a diputado del Congreso por el estado Mérida. No salió.

José Ignacio Cabrujas en un artículo alabó su gestión al frente de la cultura universitaria, y se preguntó: “¿existió realmente el legendario Gallegos Ortiz?”

En 1960 publicó el libro “Historia política de Venezuela, de Cipriano Castro a Pérez Jiménez”. Fue muy exitoso y durante años, referencia para muchos estudiantes. Previamente había publicado un folleto “La universidad y la libertad del pueblo dominicano

Renunció al cargo de director de Cultura en 1964, por divergencias con el rector Bianco. Se dedicó al ejercicio de su profesión y a la política. Fue presidente del VPN (Vanguardia Popular Nacionalista), partido que apoyó a Burelli Rivas en las elecciones de 1968.

En 1965, publicó el libro “Garrote y dólar, lectura para políticos latinoamericanos”. En él narraba las intervenciones norteamericanas en América Latina. Algunos políticos me dijeron que ese fue su libro de cabecera por un tiempo.

Luego, en 1968, saldría a la luz “¿Es farsa la renovación?”, un libro donde sentó, de manera no complaciente, su opinión acerca de la reforma de las universidades, que se avecinaba.

En 1965 se divorció de mi madre Olga Castro Méndez. En 1968 se casó con María de los Ángeles Artahona, una caraqueña que, con mucho amor, lo acompañó durante 37 años hasta el final de sus días.

Continuará…