La tentación totalitaria
En El ocaso de la democracia o la seducción del autoritarismo Anne Appelbaum señala que, “dadas las condiciones adecuadas, cualquier sociedad puede dar la espalda a la democracia”. Destaca de Hannah Arendt, la primera filósofa política en estudiar el totalitarismo en sus muchas facetas, la descripción que hace de la personalidad autoritaria (Los orígenes del totalitarismo, Madrid, Alianza, 2006). Se trata de un individuo radicalmente solitario sin vínculos sociales ni familiares ni amistosos, cuyo sentido en el mundo y su ubicación se reducen a su filiación a un partido o su pertenencia a un movimiento.
Theodor Adorno, exilado de la Alemania nazi a los Estados Unidos, fundador de la llamada “Escuela de Frankfurt”, que reunió a los representantes de la “Teoría crítica de la sociedad”, profundizó en el tema.
Influido por Freud buscó el origen de la personalidad autoritaria en la más temprana infancia, en el maltrato infantil, o tal vez en una homosexualidad reprimida. Implica la tendencia hacia el irrespeto o violación a los derechos de los demás, una intolerancia represiva, una necesidad profunda de admiración y excesiva atención, egocentrismo, conducta arrogante y manipuladora, falta de empatía hacia el prójimo, carencia de límites morales para distinguir el bien del mal y obsesión por el control y el poder, rasgos característicos de la estructura de personalidad narcisista.
En la República de Platón, ya el filósofo había advertido del peligro de las palabras falsas y jactanciosas de los demagogos en la democracia genuina o Politeia, para abrir paso a las tiranías.
También los fundadores de la democracia estadounidense crearon instituciones para contrarrestar el riesgo de los políticos corruptos para los gobiernos republicanos. El colegio electoral, aunque hoy su sentido se haya desvirtuado, fue creado en la Convención Constitucional de 1787 para garantizar que un líder que tuviera lo que Alexander Hamilton denominaba “dotes para las bajas intrigas y las pequeñas artes de la popularidad” nunca pudiera convertirse en presidente de Estados Unidos (Alexander Hamilton, John Jay y James Madison, The Federalist Papers, Nº 68).
Hoy parece multiplicarse la tentación totalitaria. ¿Cuáles son las condiciones adecuadas para que este fenómeno se produzca? Aunque no tenemos ahora espacio suficiente para desarrollar a fondo la cuestión, quisiera esbozar algunas notas que nos avisan acerca del peligro que significa para la democracia. Esta, por su naturaleza frágil, basada en la búsqueda de consenso, el pluralismo, la diversidad, el debate racional, la voluntad de negociación y la construcción de acuerdos, es libertaria y exige procedimientos que garanticen una participación efectiva en los asuntos públicos y las decisiones que a todos nos afectan.
La predisposición autoritaria está, en cambio, a favor de la homogeneidad y el orden, siguiendo la expresión de la economista conductual Karen Stenner, que cita Appelbaum. Atrae a las personas que no toleran la complejidad. Es antipluralista; desconfía de la gente con ideas distintas y no resiste ni discusión ni debates. Y, en conclusión, para Stenner, no se trata de una postura política. En palabras de Appelbaum, “es una actitud mental, no un conjunto de ideas”. Por eso, la lucha decisiva no es ideológica o política. Para actuar en defensa de la democracia y su declive, es preciso un cambio de mentalidades, una batalla educativa y cultural.