La resiliencia y la superación del trauma social venezolano
Hay momentos, instantes en la vida, en los cuales es muy difícil no ser cursi, no hundirse en lamentaciones y presagios agoreros. Viene al caso esta reflexión cuando nos ocupamos del futuro del 80% de los niños venezolanos.
Además de la consternación que representa saber a ciencia cierta que una proporción de esta frágil población sufre de desnutrición y de atraso severo en su desarrollo, en un país que hasta hace poco se jactaba de su riqueza petrolera, significa que inexorablemente sus potencialidades humanas han sido frenadas con crueldad y que no existe posibilidad alguna de compensar la carencia de nutrientes que limitan su desarrollo físico.
Nuestro amigo Andrés Guevara, compartiendo la misma angustia en el ámbito educativo, señala: “1 de cada 3 venezolanos es parte de la llamada «población escolar». Sin embargo, 31% de esta población no va a la escuela formalmente. Según la UCAB, más de 3 millones de venezolanos no han pisado jamás un centro educativo. “Nuestro reto es grande para cambiar esta realidad”, no solo desnutridos sino también des- escolarizados, sin saber cuál condición es peor.
Una realidad que en los últimos 20 años ha estado marcada por la violencia, la pobreza, el hambre, la mentira populista al tratar de acallar la protesta con bolsas de comida en mal estado y la peor de todas, la desintegración de los hogares por la separación de sus miembros que abandonan el hogar en búsqueda de medios para sobrevivir y apoyar a los familiares que dejan atrás. Una situación que excede a más del 20% de nuestra población.
Indudablemente estos elementos definen un periodo traumático en la vida de la nueva generación, marcada por la incertidumbre, miedo, angustia, inseguridad y abandono, sentimientos presentes en cualquier niño y adolescente de nuestros sectores populares, medios y pare de contar.
Frente a este panorama surgen algunas respuestas que debemos aprender y poner en práctica con prontitud. Nos viene de países que viven mejor. Plantean la metodología de la Resiliencia definida como la capacidad de iniciar un desarrollo nuevo y distinto después de haber vivido una temporada traumática.
Esta posibilidad depende del esfuerzo de los individuos, sus familias y de un entorno cultural que imperiosamente debe apuntalar principios distintos a la represión, el miedo, la soledad y la carencia de instituciones centradas en el bienestar anímico, espiritual de las familias y de sus miembros.
La Resiliencia está estrechamente vinculada al sentimiento de seguridad que alberga el individuo al saber que su familia existe, que sus miembros colaboran entre sí para lograr objetivos frente a un exterior que puede dejar de ser hostil y propicie el apego al hogar, la comunidad, vecindad, la amistad, que practique deportes, valore el arte en su cotidianidad y todas aquellas manifestaciones y experiencias que llenaban nuestras vidas hasta hace pocas décadas.
Las tareas son inmensas. Se trata de devolver a nuestros niños el placer de aprender, después de haber visto de cerca sus escuelas y sus maestros en un naufragio de pobreza y abandono. Conocer el fallo de un injusto Tribunal Supremo de justicia que condena a los educadores y las Universidades por defender la existencia de la educación. ¿de qué lado está la justicia, a quién protege? O, la dificultad para apreciar las buenas conductas cuando saben o conocen el cuestionado y perverso éxito de una organización dedicada al crimen, el robo, el secuestro como el Tren de Aragua. Cuando se exhibe la corrupción con los dineros públicos por funcionarios del régimen, sin pudor y hasta ahora sin castigos.
Frente a esta adversidad hay que fortalecer el apego a la familia, a los padres, los maestros, vecinos, crear lazos, conocerse y lograr que estos sentimientos se conviertan en fortalezas para edificar su futuro, cimentar seguridad y confianza en las personas que les rodean como un valor imponderable. Tal como señala Andrés, la tarea es gigante. La meta es inculcar el sentido de paz y convivencia, aunque seamos distintos, vacunar a una generación para que desheche la violencia como manera de cubrir sus ambiciones y necesidades.
Hay que comenzar por reconocer la enorme vulnerabilidad que arropa a la mayoría de nuestros niños y adolescentes, lo cual nos enfrenta a una compleja situación, que obliga a acumular fuerzas, energías frente a la tentación de las salidas fáciles, el dinero sucio del tráfico de drogas, la narco-dependencia, la violencia contra las personas y sus bienes.
Hemos vivido durante más de dos décadas en medio de la impunidad contra el crimen en todas sus facetas, la mentira como un escudo de conductas deshonestas de los que gobiernan, el irrespeto total a la vida e integridad de las otras personas, sus bienes, capacidades y su dignidad. Un ejemplo evidente: la existencia de un programa de TV conducido por un dirigente del régimen empuñando un garrote o mazo amenazante, me pregunto ¿A quién agredirá? A las familias, los maestros, los trabajadores, los médicos, las enfermeras, a los niños, los jóvenes. Quizás la respuesta sea, a todos nosotros, los que no compartimos, ni somos dominados por el odio.
Estos problemas son tan importantes como la estrategia necesaria para recuperar la economía, el plan de construcción de obras físicas y las políticas públicas en todos los campos, no es esoterismo. Se trata de recuperar el futuro de una nueva generación con base en la responsabilidad con los otros, la convivencia entre distintos, respetando nuestras diferencias, un camino para recuperar el dominio de la ley, el Estado de Derecho y la posibilidad siempre anhelada de desarrollar al máximo nuestras potencialidades como únicos entes en el planeta tierra con la capacidad de cambiarnos a nosotros mismos y con ello lograr una mejoría permanente de nuestra condición moral de seres humanos.
No basta encontrar de nuevo el camino para crecer económicamente si no está impregnado por la aspiración de convivir en una sociedad de libres e iguales aun siendo distintos. Manos a la obra sobre este trascendental tema desde hoy, no hay que esperar, las familias, las organizaciones civiles, los maestros, los religiosos, los estudiosos tienen el testigo en sus manos.
Veamos, una vez más, el film de Roberto Benigni “La vida es bella”.