La caída de la república de Weimar

Opinión | septiembre 28, 2022 | 6:30 am.

No existe confluencia histórica más tormentosa entre socialismo y liberalismo, izquierda y derecha, militarismo y civilísimo, imperialismo y clase obrera, que los tiempos vividos por la república de Weimar. La Alemania de la postguerra es el Reichstag de las “tres columnas” de poder del siglo XX: liberalismo, socialdemocracia y comunismo. ¿Quién se impuso? Nadie. La derecha etnicista / nacionalista del partido Nazi. ¿Por qué?

Derrota del imperio 

En los últimos meses de la I Guerra Mundial, Alemania se encontraba al borde del colapso militar y económico. Ante la ofensiva final de los Aliados[14/8/1918], el alto mando alemán reconoció lo inútil de seguir la guerra. Querían salvar al ejército más que al régimen.

El 27/09/18 Paul Von Hindenburg y Erich Ludendorff, informan al gobierno imperial de la petición de armisticio acatando los “14 puntos” del presidente de EEUU Woodrow Wilson. La guerra estaba perdida, los militares lo ocultaban y comenzaba un periodo tanto luminoso como oscuro, de una elipticidad fascinante.

En pocos días se organizó un nuevo gobierno parlamentario. El canciller, el príncipe Maximiliano de Baden, liberal y pacifista, negoció la paz. Las tensiones se debatían entre poder imperial y poder de las masas. Entre militares y socialistas. Conservadores y radicales.

Un mélange socialista, cristiana, liberal y anarquista

Noviembre de 1918. Los socialdemócratas tenían mayoría para asumir la dirección y formación del futuro gobierno. Pero [los socialdemócratas] se habían dividido entre marxistas, que rechazan la democracia y eran partidarios por la dictadura del proletariado; los demócratas adeptos del gobierno parlamentario y representativo y los socialistas independientes (USPD), más la Liga Espartaquista, parte de la USPD, que se transformó en un partido revolucionario.

Los socialistas independientes, de corte conservador, perfil etnicista-nacionalista, apelaban a la propiedad privada, pero con reservas al estado de ciertas industrias y al reparto de la tierra entre pequeños agricultores. Rechazan el sindicalismo y las revoluciones de masas. Esta corriente dio origen al partido Nacionalista Obrero Socialista [Nazi-1919]…

Con la caída del régimen imperial, los empresarios, desafiando la planificación central, habían reanudado la producción. Pero la hiperinflación, la deflación y crisis de 1929, mezclada de liberalismo cultural, secularización de la vida urbana y la explosión artística, fue demasiada mixtura en un espacio muy pequeño.

Así se concibe y crece por tres lustros la República de Weimar. Parlamentaria, con matices militares, corporativos, sociales, liberales; de marco imperial, urbano, civilista, productivo, pero sobre una élite feudal, imperial y propietaria. Cinco años de tensa calma y constitucionalidad…Y llega Hitler [1930] con sus dotes de orador, embriagado de nacionalismo, anticomunismo y etnicismo teutón, para liquidar la ecléctica república de Weimar.

El socialismo abortado y el liberalismo redentor

La alternativa al nacionalismo insaciable y el socialismo beligerante era el liberalismo. Pero su líder, Gustav Stresemann, carecía de base social y representación parlamentaria. Ni los socialdemócratas ni el centro católico eran adecuados para la democracia representativa, que la calificaban de plutocrática, privilegiada, elitista. El republicanismo fue tildado de burgués y estatista. Tras la experiencia de la guerra, las masas percibían que la autarquía pro-imperial y militarista, propugnada por la sozialpolitik. La economía iba fatal. Y “los únicos” que ofrecían una idea de cómo afrontarla eran los partidos nacionalistas de extrema derecha. Se abonaba el camino al Nazismo.

Aquí queríamos llegar. Émile Zola, un convencido positivista que estimaba a la razón como uno de los instrumentos para generar el progreso, denunciaba a finales del siglo XIX, las “tres plagas” que impedían la constitución de la forma de gobierno republicana porque mantenían un pensamiento fanático, privilegios corporativos y, sobre todo, erigían a la usura como valor primordial. En su obra “El dinero”, una de las novelas más radicales de Zola, denuncia los maquiavélicos mecanismos de lucro, mismos que envilecen al hombre, siendo el capitalismo -según su decir – “el estiércol en medio del cual surgía la humanidad del mañana”.

La república de Weimar considerada un modelo democrático de avanzada, federal, liberal de forma parlamentaria, presidente elegido de voto directo;  respetuoso de la propiedad privada,  rebosaba por sus cuatro costados el espíritu de concordia y mutuo entendimiento, instauró un Estado nuevo, que se dio al Deutsche Reich, conservando incluso su denominación; enmarcada en la Constitución de Weimar. 181 artículos que le categorizan como una de las cartas magnas más ilustradas, pero no menos contradictorias de la humanidad.

Weimar contaba con un mandato de siete años, dotado de fuerte autoridad y del derecho de disolución del Parlamento, lo que recuerda las atribuciones del antiguo emperador y las limitaciones del parlamentarismo bismarckiano […] Se impuso entonces el nacionalismo populista que nos condujo a la II Guerra Mundial.

Narrativa anti-usura vs. democracia liberal

Reflorece el discurso anti-usura que lo conectan al antisemitismo; anti-codicia, que demoniza el capitalismo feudal y al liberalismo elitesco. Una narrativa demoledora que hasta el día de hoy no se ha logrado neutralizar.

Atrapados en discursos letales e inspiradores de masas, entre ignorancia y miseria, mueren las repúblicas, mueren las democracias, murió Weimar.  De allí libros con títulos como, Cómo mueren las democracias (Steven Levitsky y Daniel Ziblatt), El camino hacia la no libertad (Timothy Snyder), Cómo fallece la democracia (David Runciman) y muchos otros que nos alertan del peligro del neopopulismo participan de este síndrome. Y remerge el verdadero estiércol:  la tiranía.

Es tiempo de una oferta de narrativa humanista que permita comprender el verdadero alcance del liberalismo. Fernando Vallespín nos dice: “No hay democracia sin liberalismo y sin protección social”. Sin una democracia con aspiraciones a la justicia social -como señaló Hermann Heller- ésta acabaría quebrando.

Pero tampoco hay democracia sin consensos. Weimar debe ser evidencia de un pacto social de posguerra imperfecto, que hoy intenta redimir el planeta, pero no acaba de resolver. Y estalla Ucrania, y avanza el Foro de Puebla…

Weimar se convirtió en un símbolo político lastrado, sinónimo de democracia fracasada en una sociedad moderna, consumida por enemigos internos e ineptitud política para celebrar acuerdos. “Cultura Alemana de entreguerras” diría el marxista Erich Bloch, arrastrada por el fanatismo como fórmula perversa para atender desigualdades sociales y minorías relegadas, literalmente amputadas por la guerra.

En Weimar pasó gran parte de su vida el músico Franz Liszt. Y, como si tuviera un imán para atraer a los genios, fue en este mismo lugar donde en el verano del año 1900 falleció F. Nietzsche y vio la luz el movimiento arquitectónico de la Bauhaus.

Pero acabó en las garras del nazismo. De acuerdo. Todo un misterio descifrar como una sociedad capaz de producir tal cantidad de inteligencia, variedad de vanguardias e innovaciones vitales, cae estrepitosamente [dixit VAllespín], como caen los imperios, como caímos nosotros.

@ovierablanco