El Darién o el infierno que espera a los pobres que huyen del socialismo
El Darién, el pavoroso “Tapón de Darién”, ha terminado despertando el interés de mi teclado y con recuerdos de lecturas, repaso de documentales que vi hace algunos años, relatos de aventureros que se acercaron a sus follajes, y sobre todo, chequeando y confrontando el material que sobre su “siniestralidad” rueda desde hace algunos meses, he ensayado sumarme a la truppe de opinadores que, por los menos, en América y Europa, derraman ideas y noticias sobre el tema.
No es tarea fácil, pues sus tentáculos pueden extenderse a países tan lejanos como Bangladés, Sri Lanka, Somalia, Yemen y Pakistán y el interés por ingresar a sus cenagosas fauces va, desde ejecutar misiones para el narcotráfico nacional e internacional, hasta huir simplemente de la pobreza de los países de origen, pasando por la urgencia de escapar de la persecusión de dictaduras socialistas que, al hambre y la miseria, unen la horca y el cuchillo para desterrar a sus ciudadanos de sus bienes y propiedades.
Por eso, más que un drama o tragedia nacional o continental, “El Darién”, es un holocausto global, definitivamente diseñado y controlado desde los altos mandos del “Crimen Internacional Organizado” y que, tanto como las cifras de un gigantesco negocio que se tasa en billones de dólares, lo activan también intereses políticos, como pueden ser los que se mueven tras la aprobación del “Pacto Mundial para la Inmigración Segura”, patrocinado por la ONU y celebrado en Marruecos el 11 y 12 de diciembre del 2018 y cuyo objetivo fundamental es movilizar poblaciones de unas, a otras regiones del planeta, a fin de fusionarlas, mestizarlas, colorearlas y llegar al Grial de la humanidad de un solo color y una sola piel.
Por eso, el destino final de las caravanas que desde aproximadamente 10 años cruzan “El Darién”, son los EEUU de Norteamérica, país del que puede decirse es el último estado nacional con todos los rigores del mundo occidental, fóbico a mestizar su población blanca caucásica con razas de otros tintes, una producción de riqueza en capacidad de sostener el impacto que significa la asimilación de inmigrantes llegados a mejorar sus niveles de vida y un poderío militar que todavía puede enfrentar y derrotar la desestabilización que promueve el “Foro de Davos” y el “Nuevo Orden Mundial”.
De ahí también, que el primer dato o señalamiento histórico que tengo que dar a los lectores de estas líneas sobre “El Darién”, es que no fue descubierto por inmigrantes venezolanos, ni convertidos por éstos en sus usuarios de primera generación, sino que, antes de que tuvieran noticias de sus posibilidades como vía de escape de la dictadura madurista, ya asiáticos, africanos, sudamericanos y caribeños lo habían atravesado o dejado su salud o vida en él.
Investigadores con mucho más tiempo y vocación que yo sobre los asuntos de “El Darién”, datan el 2004 como la fecha en que inmigrantes llegados de India -y en especial de Bangladés y Pakistán-, aparecieron por primera vez en el Golfo de Urabá en Colombia tratando de viajar a la intricada selva y al 2010 -año del pavoroso terremoto de Haití-, como hito que comienza acercar a caribeños, y a centro y sudamericanos buscando una salida hacia el Norte.
En este orden, habría que destacar que la inmigración de los haitianos punteó hasta hace poco las caravanas que, por ejemplo, el año pasado, alcanzaron los 130.000 viajeros, seguidos por cubanos, brasileiros, peruanos, ecuatorianos -y ahora chilenos- y que una presencia importante de venezolanos no vino a tomar visibilidad sino en los últimos tres años.
El año pasado, por ejemplo, ya los nacionales se habían colocado en el primer lugar con 4516 viajeros, y ya para los primeros meses de este año, el pronóstico era que se podía duplicar.
En cuanto al total de cifras de muertos desde que se abrió “El Darién”, es evidente que se ha hecho imposible precisarlas, pero las autoridades panameñas siguiendo algunas pistas de los últimos años, estiman que podrían situarse en un promedio de 1000 o 2000 anuales.
Más específicas pueden ser las cifras de los inmigrantes afectados por dolencias postraumáticas y afecciones de distintos signos y de mujeres violadas y maltratadas en plena selva por los llamados “Coyotes” y delincuentes de la narcoguerrilla y la trata de blancas que se cuentan de a miles.
“Horrores” que recuerdan “El Corazón de las Tinieblas” de Conrad o el film “12 Años de Esclavitud” de Steve McQueen, que no se explica por qué no prendieron las alarmas de ACNUR, la OEA, HRW y tantas ONG globales que, presuntamente, le hacen seguimiento al maltrato y a la trata de inmigrantes, y no realizaron durante años la más mínima denuncia ni mención de lo que sin duda alguna es otro holacausto realizado a plena luz del día y sin que llame la atención de gobiernos y multilaterales.
En el caso de “El Darién”, principalmente de los gobiernos de Colombia y Panamá, las dos administraciones democráticas donde ocurren violaciones diarias y constantes de los Derechos Humanos de tal número de seres humanos y a los cuales simplemente se les “permisa” para que crucen de un país a otro y continúen su viaje hacia una más humana forma de vida, pero que también, sino es reglada y formalizada, puede devenir en atropellos, abusos, torturas y, no pocas veces, la muerte.
Pero este no es el único -y ni siquiera el más asombroso horror- de los tantos que se tropieza uno cuando se acerca a echarle una mirada al “Darién”, sino que habría que contabilizar el hecho de que en los sucesos que se van descifrando cuando se siguen los pasos de una pareja de bangladeses que están en la población de Necoclí, Antioquía, Colombia, esperando cruzar el golfo de Urabá para desembarcar en Caparganá, el primer pueblo panameño y ya en el Tapón, se descubre que no hay nada casual, espontáneo, improvisado, sino que fueron contactados por una organización en Daca, la cual les vendió la propuesta del viaje por 6.000 dólares, y durante tres meses, los tiene más cerca de la meta: a 6 mil kms de la raya de México a EEUU, y de ahí 7000 para llegar al destino definitivo: Nueva York.
Y ya estamos frente “El Darién” y el territorio de dos países que dejaron estos pueblos fronterizos en manos de la guerrilla de las FARC, y después, cuando la organización fundada por “Tiro Fijo” se pacificó, a unas tales Defensas Gaitanistas, a grupos del Cártel del Golfo y a unos cuerpos de civiles, “Los Coyotes”, que son los que se encargan más o menos de darle alguna guía a los inmigrantes que tardarán entre ocho o diez días para cruzar la intrincada selva.
Y ahora a persignarse y seguir a estos grupos de hombres, mujeres y niños que con morrales, machetes, menjurgues de aceite de culebra para contrarrestarse alguna picadura, botellones de agua y provisión de comida, van paso a paso por trochas, vados, quebradas, selva tupida, aullidos de monos de los manglares, cantos de aves asustadas y un silencio de hojas, ventoleras o respiraciones forzadas que hacen pensar que una vigilancia rigurosa se ejerce alrededor y tras los viajeros.
Por que de eso se trata “El Darién”, de un territorio donde no se divisa ninguna autoridad oficial, pero si paramilitares, mafiosos, guerrilleros, coyotes, que no pierden de vista y trazan el hilo que no deja escapar a estos esclavos del hambre, la exclusión y la represión política que deben entregar hasta el último centavo de sus ahorros.
De vez en cuando aparecen grupos reporteriles de televisión, cableras o caneles de Youtube, oyen los relatos de los que avanzan o que se quedan, ven los restos de cadáveres o esqueletos, o de tumbas medio abiertas, pero sigue la marcha y la lluvia, los ríos que se cruzan con riesgos de familias enteras e imágenes que ni Conrad, ni Kafka, ni Vargas Llosa hubieran podido calar en profundidad.
Y al final, aparece el sol, la luz, la llegada al pueblito de Bajo Frío, que unido a los de San Vicente y Lajas, son los primeros donde autoridades panameñas revisan los documentos y la salud de los sobrevivientes, mientras se preparan a tomar autobuses que les reservan otro mes de recorrido y le permiten conocer las fronteras, autoridades y territorios de países como Nicaragua, Honduras, El Salvador, Guatemala, México y el adorado cruce de EEUU, que viene por el Río Bravo o el llamado muro que penetran sin problemas.
“Esto no es sino una invasión” me dice un experto en inteligencia que me pide no mencionar su identidad “y en la que están involucrados países, gobiernos, trust económicos y partidos políticos y que en lo que va del gobierno de Biden puede llegar a los cuatro millones de inmigrantes”.
Y pasa a leerme la portada de un medio donde cuentan que el gobernador republicano de Florida, Ron DeSantis, envió dos aviones fletados de inmigrantes colombianos y venezolanos a la lujosa isla de “Martha’s Vineyard” en el estado de Massachusetts, cuyo gobernador es demócrata y así sale a la luz pública este choque entre estados y gobernadores de los dos partidos sobre el tema de la inmigración.
En realidad una situación política que obliga a pensar que cambios cuyos sentido no nos atrevemos a moldear están sucediendo en el mundo, que EEUU es víctima de una conspiración desde dentro y desde fuera y que titulares que en las peores pesadillas no nos atrevimos a deletrear pueden aparecer cualquier noche en el noticiero de “Time Square”.
“Durante mucho tiempo” declaró recientemente un inmigrante venezolano en un canal de televisión de Miami “se dijo que EEUU iba a invadir la América Latina y ahora son los latinoamericanos los que estamos invadiendo los EEUU”.