Sobre el narcisismo político
«¡No creo ninguna cosa tan corrosiva como la alabanza! Deleita al paladar, pero corrompe las entrañas» Simón Bolívar
El término narcisismo fue ampliamente utilizado por los psicoanalistas para describir a aquellas personas que parecían estar enamoradas de sí mismas o, como vulgarmente se dice, “estar encantadas de haberse conocido”.
Sin entrar en los aspectos patológicos descritos en la literatura psiquiátrica, las investigaciones más recientes han considerado que las dos facetas que se integran en el narcisismo son la búsqueda de admiración y la rivalidad. Ambas sirven para mantener una imagen positiva de uno mismo.
De acuerdo al mencionado esquema, las personas con rasgos pronunciados de narcisismo tienen una especial habilidad para detectar en qué situaciones pueden o no darse “autobomba”. En el primer caso, la persona se lanza, de manera inmisericorde, a la autopromoción, a exhibir sus logros, a intentar seducir al auditorio. En el caso de que el ambiente no sea el más favorable para hablar de sus múltiples éxitos, puede que intente ridiculizar o ningunear a alguno de sus cercanos
Ambos comportamientos podrían provocar reacciones que, o bien generan admiración, o, en caso contrario, rechazo, lo que desencadenaría de nuevo uno u otro proceso.
En los últimos años se han desarrollado dos interesantes líneas de investigación que relacionan la política con el narcisismo. De un lado, resultaba importante conocer si los líderes políticos eran, o son, cada vez más o menos narcisistas; y de otro, averiguar si precisamente los rasgos narcisistas son los que favorecen que las personas que los poseen se involucren en política.
Para resolver la primera cuestión, Watts y sus colaboradores llevaron a cabo un estudio que pretendía conocer el grado de narcisismo de los 42 últimos presidentes de EE.UU., finalizando en George W. Bush. Los autores concluyeron que en la historia presidencial norteamericana se observaba un incremento del grado de narcisismo y que sus líderes tenían rasgos de narcisismo más elevados que la media americana.
La parte positiva del estudio refería que los presidentes más narcisos se mostraron más activos a la hora de poner en marcha sus agendas políticas o de afrontar las crisis, así como por su capacidad de persuasión. Mientras que la negativa se evidenciaba por el elevado número de impugnaciones que recibieron en el Congreso y por los comportamientos poco éticos.
La segunda cuestión ha sido abordada recientemente, en otro estudio en el que los investigadores analizan las entrevistas de 5.230 ciudadanos procedentes de Dinamarca y de EE.UU. A los entrevistados se les solicitaba que informaran con qué frecuencia habían participado en cada una de las siguientes acciones: firmar peticiones, boicotear o comprar productos por razones políticas, participar en manifestaciones, asistir a reuniones políticas, contactar con líderes, hacer donaciones sociales, contactar con los medios de comunicación y participar en foros políticos.
Los autores hallaron correlaciones positivas entre las puntuaciones en narcisismo y la participación política, tanto en los ciudadanos daneses como en los norteamericanos. Sin embargo, no encontraron ninguna asociación entre el grado de narcisismo y su participación en las votaciones, posiblemente por la elevada participación que hubo ese año en las elecciones danesas (88%).
Otros hallazgos interesantes del estudio fueron que los sujetos con puntuaciones elevadas en búsqueda de autoridad, capacidad de liderazgo percibida y sentimientos de superioridad participaban frecuentemente en actividades políticas. Para los autores esta asociación tenía bastante sentido: si una persona cree que tiene las cualidades de líder, participar en la actividad política podría ser una forma de ejercer ese sentido de “superioridad moral”.
Los resultados de los trabajos señalados indican que los políticos narcisistas pueden obtener resultados positivos, como sería el caso de Alejandro Magno, y también negativos, como el de Benito Mussolini. Los líderes con acusados rasgos narcisistas suelen ser locuaces, valorados por la facilidad con la que se desenvuelven en las relaciones sociales y por la capacidad para alcanzar la fama, a pesar del acreditado escaso talento. Son muy hábiles en vender sus ideas como innovadoras, incluso sin serlo.
Por el contrario, el lado oscuro de estos líderes se caracteriza por su exceso de confianza a la hora de tomar decisiones, su capacidad para el engaño y por sus dificultades para aprender de sus errores. Todos ellos anteponen sus deseos a las necesidades de las organizaciones que dirigen y la ausencia de ética en la actividad política se convierte en norma.
En situaciones sociales complejas, como las de las crisis económicas, la gente tiende a interpretar las señales que reflejan autoconfianza en sí mismo como indicios de capacidad. La seguridad que trasmiten los “vendedores de humo” puede convencer a muchas personas de que él o ella son los que mejor pueden liderar un país en crisis. La otra cara de la moneda es que esa sobreexpresión de autoconfianza se encuentra especialmente entre los líderes narcisistas.
Dejamos al albedrío de nuestros amables lectores, calificar de acuerdo al análisis al que hacemos referencia en este artículo el comportamiento y acción del inquilino de Miraflores, Nicolás Maduro Moros.
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