Reconoce al adulador
Cualquier tarea humana, para que sea exitosa, implica distinguir entre lo verdadero y lo falso. Es decir, para identificar lo bueno, debes conocer las características de lo malo. Igualmente, no podemos tener una cabal noción de la amistad, a menos que tengamos un concepto firme de la falsa amistad o adulación. No podemos ser buenos amigos, o adquirir buenos amigos, a menos que podamos descubrir a los aduladores.
Un amigo es aquel que realmente sabe lo que es bueno para quien comparte su amistad y a partir de allí, de una manera práctica, lo ayuda a tener éxito en lo que emprenda. En contraste, un adulador no sabe, o simula no saber, lo que es bueno para alguien más; su interés simplemente es que su amigo esté contento y satisfecho. Su objetivo es llevarse bien con todos, para obtener los beneficios de asociarse con ellos. Se da cuenta de que puede quedar bien haciendo sentir bien al otro, y para lograr eso, dirá o hará cualquier cosa agradable.
Nunca pretendamos que un adulador tenga conciencia de que es un adulador. La mayoría de la gente no tiene conciencia de sus propios defectos, o como decía mi difunta madre, “Mono, no ve su propio rabo”, y ser un adulador es un defecto. El adulador no tiene que ser ni manipulador ni calculador; ni siquiera tiene que deliberar concienzudamente acerca de cómo alcanzar el efecto que quiere. Más bien, podríamos esperar que, típicamente, la adulación sea su manera habitual de actuar y la ejecuta con toda naturalidad.
No hay duda de que existe la ‘adulación’ –y todos podemos caer en ella ocasionalmente- pero es relativamente rara y fácil de identificar. En algunos casos, la adulación toma formas engañosas y probablemente se haga más común y difícil de identificar. De hecho, se pueden distinguir cuatro tipos de aduladores: el Camaleón, el Tolerante, el Validador y el Patinador.
El Camaleón, tal como el lagarto que lleva ese nombre, cambia su apariencia para confundirse con el entorno. Entre los liberales, es un liberal; con los conservadores, emite opiniones conservadoras. Si es una persona religiosa, no permite que tal hecho aparezca en su trato con no creyentes. En un mismo día, puede cambiar radicalmente lo que dice, sin que le moleste la apariencia de contradicción. Es muy difícil llegar a conocerlo y casi imposible hacer migas con él, porque no se puede determinar qué es lo que realmente piensa. Por su debilidad y falta de confianza en sí mismo, su primer impulso es estar de acuerdo con todo. Por lo tanto, si uno pone en duda que alguna de sus declaraciones realmente refleja su opinión, él mismo dudará y estará de acuerdo en que tal vez no sea así.
El Tolerante pone a la tolerancia como su principio máximo: su objetivo es tolerar a todos, excepto, claro está, al intolerante. Pero “el intolerante” viene a ser aquel que piensa que algunas cosas son objetivamente correctas y otras son objetivamente incorrectas. Esa clase de persona rechazará y desechará, por supuesto, “intolerantemente”, lo que considera incorrecto. Así que, a pesar de que el Tolerante se ve a sí mismo como conforme con todo, en realidad divide al mundo en dos campos y él solamente se lleva bien con los que están en su campo –la gente que, como él, no insistirá en bienes y males objetivos.
El Validador es la tercera especie del adulador moderno. Mientras que el Tolerante toma un principio político y trata de hacerlo universal, el Validador toma una manera privada de actuar y la convierte en el patrón de todas las relaciones. Ante todo, él es un sostenedor, como la madre, que afirma y consuela los sentimientos heridos de su hijo. Él piensa que hace el bien a otros precisamente al sostener cualquier cosa que ellos digan. Su amistad es como el tibio y efusivo abrazo de mamá: sin preguntas, sin acusaciones, sin juicios. Para él, la peor ofensa es ser ‘inquisitivo’ hacia otro; es decir, pensar mal de algo que ese otro haya dicho o hecho.
Pero quizá el adulador más común de nuestro tiempo sea el Patinador. Hasta en el mundo antiguo se reconocía que algunos de los aduladores más efectivos funcionaban sutilmente cambiando el tema. Si a su amigo se le iba a ocurrir un pensamiento desagradable, entonces llama su atención hacia algo positivo. ¿Acaso él se queda con algo humillante que le dijo un enemigo el otro día? Entonces hay que hablarle sobre sus rasgos buenos y las cosas buenas que la gente ha dicho de él recientemente.
El Patinador actual es mucho más que eso. Con cuidado evita temas importantes o ‘pesados’ puesto que ellos acarrean desacuerdo, o auto-recriminación, o juicios. Particularmente, él desea evitar cualquier insinuación de que, la persona con la que habla ha hecho algo malo. En consecuencia, su gran contribución a la amistad, como él la concibe, es cambiar siempre la conversación hacia algo más ligero: las compras en lugar de la justicia; el cine en lugar de la moral; el mantenimiento del carro en lugar del mantenimiento del espíritu; los equipos deportivos en lugar de los asuntos familiares.
Así, pues, vemos que, lejos de ser inusual, el adulador quizá representa el patrón de asociación en la sociedad moderna. Pero ¡ay! Generalmente, nos contentamos con la apariencia de amistad, más que con la amistad misma. Así que, si queremos revivir la práctica de la amistad, lo primero que debemos hacer es reconocer que vivimos envueltos en una red de adulación. Como dijo Sócrates, el primer paso para adquirir conocimiento es saber que no sabemos. El primer paso para adquirir amigos, según parece, es reconocer que, quizá, no tenemos amigos. Y esto solo podremos reconocerlo cuando aprendamos a distinguir entre un amigo y un adulador.
Coordinador Nacional del movimiento Político GENTE