Los partidos políticos y la democracia
A veces, desafortunadamente, los ciudadanos tienden a olvidar la importancia de las instituciones para la vida civilizada. La barbarie autocrática nos hace volver a recordar, forzosamente y sobre la marcha, lo que en momentos de frivolidad pudimos olvidar y esforzarnos para restituir la democracia, la libertad y la paz social. Uno de nuestros grandes olvidos como sociedad fue el rol de los partidos políticos.
Me temo que, incluso entre personas con cierto grado de instrucción, se desconoce que los partidos políticos son expresiones organizativas de la sociedad civil y que, por tanto, cuando se afirma que existe un supuesto conflicto entre los partidos y la sociedad civil se incurre en, al menos, una grotesca imprecisión.
Los partidos nacen de las inquietudes políticas de un determinado grupo de personas y su vocación, sin más, es lograr alcanzar el poder y mantenerlo. En las sociedades democráticas, existen diversos partidos y estos canalizan su inherente conflicto por el poder a través de la celebración de elecciones periódicas, libres y justas. Es un hecho que la alternativa a regularizar el conflicto político por medio de elecciones es la guerra civil.
Un partido político, dado el escenario de competitividad y conflicto en el que se desenvuelve de manera constante, requiere de sus miembros disciplina. Sin ella, el partido se vería rápidamente superado por un entorno hostil que promovería su división y la fragmentación. Mientras mayor sea la disciplina del partido, mayores son sus posibilidades de éxito tanto en lograr victorias electorales como la de mantener coherencia a la hora de ejercer el gobierno. Aún más, si un partido determinado en cierta coyuntura incentiva la protesta pública, promueve la movilización ciudadana y desarrolla una agenda de agitación popular, es fundamental contar con una disciplina muy rígida.
Los opinadores que desde fuera de estas organizaciones hacen llamados a debatir, a horizontalizar, a descentralizar o democratizar a los partidos son, esencialmente, enemigos de los partidos y de la democracia. No hay medias tintas, los partidos políticos deben ser piramidales y disciplinados si también desean ser exitosos y perdurables.
Los partidos, además, cumplen un rol fundamental para el sistema democrático. Se constituyen en interlocutores entre la sociedad y el Estado. Su vocación electoral les obliga a comprender los distintos intereses parciales expresados por la sociedad a través de los sindicatos, gremios o agrupaciones civiles, para luego ofertar unos objetivos programáticos que sean atractivos para la mayoría. Aunque numéricamente los militantes de los partidos políticos sean algo menos que el 2% de la población adulta en un país, solo puede ganar una elección quien logre la mitad más uno de los votos. El voto de la prostituta vale lo mismo que el de la monja, por tanto, el mensaje del partido debe ser atractivo para ambas ciudadanas. Alguien dirá “pero eso es inmoral”, “pero eso es no tener ideales”, “eso es antiético” y tendría razón.
La verdad es que la lucha por el poder, como bien reconoció Maquiavelo hace cinco siglos, no tiene mucho que ver ni con la fe, ni las buenas costumbres, ni los ideales. Eso no es una crítica, faltaba más, ¡qué bueno que los partidos políticos son así!. De otra manera, ¿Cómo lograríamos que en los sistemas democráticos se tomen decisiones ajustadas a los intereses de la mayoría? ¿Por obra y gracia del espíritu santo?. Ciertamente, muchas veces se incumplen las promesas hechas y la consecuencia lógica para un partido político que no satisfaga al electorado es perder la siguiente elección.
¿Qué ocurre cuando una coalición se hace con el poder de forma exclusiva e impide que la mayoría se exprese en elecciones democráticas? Pues, se destruyen los partidos de oposición, se fragmenta a la sociedad, se limita o anula la libre circulación de ideas y se reprime a cualquier ciudadano descontento con esa situación. Ese es el fin de la democracia porque sin competencia entre partidos y sin interlocución entre la sociedad y el Estado los únicos intereses que importa satisfacer son las apetencias económicas de los miembros de la coalición dominante.
En ese contexto se fortalece y crece, como la mala hierba, el opinador antipartido. Para el o ella, la dictadura comete sus crímenes por culpa de los partidos, se critica a los partidos por su búsqueda del poder, se critica su disciplina, se critica su vocación electoral, se les separa artificiosamente del resto de la sociedad civil y se les arrincona… todo ello solo beneficia a las dictaduras.
De hecho, los partidos políticos modernos surgieron como respuesta al poder de las oligarquías familiares, las corporaciones religiosas y las fuerzas armadas. Si los partidos dejan de existir, claramente los beneficiarios serán las familias poderosas, el clero más cínico y los militares más represivos. Un ciudadano democrático tiene el deber de comprender su realidad y actuar en consecuencia, sino la antipolítica y la dictadura lo devorará.
@rockypolitica