Desesperanza
La desesperanza ronda por el país; en foros, artículos de prensa y encuentros entre ciudadanos; ronda como mal, como política, como motivo de preocupación de analistas diversos y de la propia población. Imposible, entonces, no sucumbir a la necesidad de tratar el tema, pero al menos no caeré en la tentación de comentarlo como un tratado psicológico, baste con verlo en su connotación política.
En algunas ocasiones la palabra aparece sola −o alguno de sus seudónimos, como indefensión−, sin mayores calificativos, pero otras veces se escucha tras de ella el vocablo: “inducida” o “aprendida”, para crear así una frase terrible, que muchos asimilan a la acción del gobierno, a la estrategia que desarrolla el gobierno bien tejida –en un “juego crónico … de sembrar desesperanza”, como viene diciendo Ángel Oropeza hace varios meses y reitera la semana pasada en: Aprendiendo cómo se derrota al gobierno, (El Nacional, agosto 18, 2022); y se asimila a la reacción pasiva o autodestructiva, del pueblo, de la oposición, frente a esa acción del gobierno.
Algunos simplemente la dan por sentado, como si se tratara de una condición del “alma venezolana”, del “modo” de ser venezolano, o instalada como una fatalidad que solo desaparecerá cuando desparezca el régimen, todo él, por arte de magia, por “arte de un birlibirloque”, pues por lo general −salvo afirmar la enfermedad− los que así piensan, nada proponen para aliviarla.
El gobierno, permanentemente, ha desarrollado una estrategia de intimidación, para eternizarse en el poder; el mensaje es: “nada vayas a hacer, porque es inútil, somos demasiado poderosos… y si haces algo, sufrirás consecuencias: violencia, persecución, cárcel, exilio… o muerte”; y sobran los ejemplos para demostrar que eso es así. Al igual que la intimidación, la de exacerbar la “desesperanza” es también una deliberada estrategia del gobierno. El mensaje, al final, siempre es el mismo: “no vale la pena hacer nada… no se puede contra el régimen… vinieron a quedarse para siempre… no perdamos el tiempo”.
Fue así desde el principio del régimen −desde los albores del siglo XXI, con los prolegómenos de la “Lista Tascón”−, cuando Hugo Chávez Frías arremetía fieramente contra los procesos electorales y desprestigiaba el voto: “Nosotros sabemos cómo votas… no importa por quien votes, de todas maneras, nosotros vamos a ganar…Además, todos los políticos opositores son unos corruptos y sus partidos también”.
De allí pasaron a organizar elecciones fraudulentas, abusando del poder, utilizando los recursos del Estado, cambiando circuitos electorales, modificando fechas de elecciones, inhabilitando candidatos y partidos, alterando el registro electoral, impidiendo el voto a los venezolanos en el exterior, desconociendo resultados. Al gobierno, que controla con mano de hierro a un porcentaje de los votantes, hoy no menor al 15%, que cuenta con recursos para movilizarlos y desarrollar el clientelismo, siempre le ha convenido que la oposición se abstenga. Todo abona contra el voto y a favor de la “desesperanza”.
Pero ahora, tras la pandemia, todos estamos más familiarizados con los virus y entonces podemos decir que la propagación de la “desesperanza” por el gobierno es como la propagación de un virus, que va cambiando, mutando, que se hace resistente.
Aparecen nuevas modalidades, sin haber desaparecido las anteriores; así hoy estamos bajo los ataques y efectos de una nueva “cepa”, la cepa del “país que se arregló… del país que está cambiando…” y nos alientan a “estar atentos a los cambios que lleva adelante el gobierno…”; en efecto hay cambios y todo nos lo presentan como novedades y avances: unos bodegones por aquí, unos edificios lujosos por allá, costosos espectáculos públicos, dólares circulando, estanterías más llenas de productos, cambios en legislación, más tráfico en las vías, más gente en la calle, restaurantes y en los automercados, algunos de los migrantes que regresan y −ante una economía prácticamente muerta− hay un pequeño crecimiento que se ventila a los cuatro vientos.
Cómo no alegrarse de cualquier pequeña mejoría, como no celebrarla, hay que hacerlo, todo lo que mejore alguna condición de vida de los venezolanos, pero denunciando que no es suficiente que unos pocos, muy pocos, tengan acceso a ella, la situación del país sigue más o menos igual para el 80% o más de los venezolanos y no me perderé en describir que persisten los males que todos conocemos.
Lo que queremos es que todos los venezolanos tengan la oportunidad de mejorar y eso solo es posible con un cambio político a fondo, con un cambio de sistema, saliendo de este régimen de oprobio. Si no es así, si eso no ocurre, abonamos a su estrategia, al mensaje que apunta al mismo resultado final, solo que ahora es más sutil, más sofisticado −en el original sentido de la palabra−, falso; el mensaje ha variado muy poco: “para que hacer nada, es inútil… además, el país ya está cambiando… hay que adaptarse al cambio”
A éste se nos suma otro mal y es que −con las consecuencias de la pandemia que no cede, la guerra en Ucrania, una posible recesión mundial, las amenazas de China a Taiwán, el tormento ambiental y del clima que siguen, y muchas preocupaciones más−, al mundo parece que tampoco le importa ya tanto la tragedia venezolana, al menos no como hace dos o tres años; los países nos dicen: tenemos otros problemas graves que atender.
En el pasado los mensajes mudaban, pero en esencia eran: “Fíjate como cambiamos las fechas de votación, las condiciones y los circuitos”, “Y cuando no ganamos, como en el Edo, Bolívar en 2017, cambiamos los resultados”, “Recuerda la AN de 2015, si perdemos, la anulamos”, “A los diputados, les allanamos su inmunidad”, “A los opositores, personas o partidos, los inhabilitamos, como a la MUD, o se los entregamos a opositores dóciles”, “A quien se nos oponga irreductiblemente, lo metemos preso o lo forzamos al exilio”. Esos mensajes junto con la persecución a periodistas, líderes estudiantiles y políticos opositores, dieron su resultado: temor y contribuyeron a lo que llamamos “desesperanza”. La del país que se “arregló”, un tanto más sutil, es la nueva forma de inducir “desesperanza”, que viene a hacer compañía a las anteriores, cuyos mensajes no desaparecen, se complementan con los del “arreglo” del país.
Pero hay una cara más de la moneda, en la que no voy a abundar, apenas una referencia, y es que la “desesperanza” no solo se estimula desde el gobierno; un importante sector de la sociedad civil y algunos partidos lo hacen desde la oposición, con posiciones como, por ejemplo: “Para qué votar, si van a hacer trampa y siempre van a ganar ellos… y para qué negociar nada, además, no se negocia con bandidos…”
A la abstención de los indiferentes, que son legión desde 1998, sobrepasando el 30%, se le suma la de los abstencionistas ocasionales o estacionales, que salvo dejar de votar, no hacen nada, no emprenden ninguna acción, excepto insultar y recriminar a quienes votan o hablan de negociación, lanzando mensajes, algunos de estos voceros, estimulando supuestas invasiones, a las que nadie está dispuesto −ahora menos que nunca− o alentando rebeliones, estimuladas desde la seguridad que da estar a miles de kilómetros del país, que cuando se dan, parcialmente, son crudamente reprimidas.
No vale la pena comentar más al respecto o darles palestra a ideas que no lo merecen. Muy bien lo explica el ya citado Ángel Oropeza, cuando en otro artículo nos habló y describió a: “la generación tóxica de desesperanza que desde el gobierno y de otros sectores se siembra todos los días entre los venezolanos” (De vuelta a los principios, El Nacional, abril 28, 2022) Dejemos para otra ocasión como combatir la “desesperanza”, baste hoy con denunciarla, para estar conscientes de ella y no seguir estimulándola.
Politólogo
https://ismaelperezvigil.wordpress.com/