Petro, Santos, Soros: triada contra la democracia colombiana
No habrá paredón de fusilamiento, ni cárceles abarrotadas, ni exilios forzados, ni medios silenciados o controlados en los próximos meses o años en la sociedad colombiana.
No, quizá hasta haya un cierto libertinaje en la oposición de los partidos e instituciones democráticas a las políticas estatistas, socialistas y globalistas en este proceso “hibrido” con que el “Socialismo del Siglo XXI” remarca su presencia en América Latina.
Y la estrategia de comenzar con un gobierno “blando” según las condiciones lo vayan “endureciendo” funciona, porque hasta los partidos y líderes democráticos más recalcitrantes (como acaba de suceder con el “Centro Democrático” de Álvaro Uribe) salen de los primeros contactos o reuniones con el “caudillo” ganador “gratamente sorprendidos”, “sumamente complacidos” y ofreciendo su colaboración en la calle o las instituciones legislativas y judiciales para que las ideas y el programa de los gobernantes electos sigan adelante.
De igual manera, si hubiera disensos en los anuncios y aplicación de políticas que la oposición no comparte y sale a enfrentar en la calle, pues los partidos que manifiestan podrían encontrarse con la sorpresa de que el gobierno de Petro también puede rectificar y dejar las cosas como están, sin cambios ni reformas que alteren el talante opositor.
En otras palabras, que la gran sorpresa de que si el gobierno de Petro viene con la intención de alterar parcelas, o espacios clave del status quo, será siempre con un respeto sacro e irreprochable a la Constitución y sin reprimir ni enfrentar a las organizaciones políticas y sociales que la defienden o se baten por ella.
Más bien la oposición se va a encontrar con unos revolucionarios laxos y vegetarianos, que si los cambios que pretenden implementar en la economía o la política social son de urgente aplicación, antes que a la violencia, van a recurrir al diálogo, a la negociación, para que no se diga que la Colombia que Petro y sus seguidores traen en sus morrales se está implementando por la vía violenta.
Pero toda esta paz y todo este clima de negociación y diálogo lo veremos en la esfera de la que podríamos llamar la “política pública, abierta o exotérica”, porque en lo que se refiere a la política de “puertas cerradas, oculta o esotérica”, es posible que ni los diálogos, ni las negociaciones, ni los tratos sean tan amables, educados y pacíficos y más bien, por momentos, se coloquen al borde de la “ruptura”, que también puede convertirse en “violencia”.
Nos referimos a las discusiones, choques o desaveniencias que Petro va a encontrar en la “cúpula militar” que, como sabemos, ganó una guerra civil que se libró durante 50 años contra grupos de insurgentes contra la Constitución y las Leyes, para ver ahora como los partidos políticos civiles que los impulsaron a la lucha por la República y la democracia, son los mismos que firman “Un Acuerdo de Paz” con los vencidos y les abren las condiciones para que gobiernen ahora como “vencedores”.
En otras palabras, que menuda paradoja, ironía o patraña para un sistema democrático, como el latinoamericano, que en más de una oportunidad ha lanzado a los ejércitos de la región a luchar contra los grupos de irregulares que insurgen contra la democracia y los derrotan, pero después, a la hora de cobrar el triunfo, no llevan a los tribunales a los culpables de tantos crímenes, sino que los premian incorporándolos a la política y permitiéndoles que se hagan del poder, pero no ya con balas, sino con votos.
Y es en esta torcedura donde estamos viendo cómo el Ejército chileno ha visto impasible la revuelta de grupos izquierdistas que han destruido el modelo de democracia liberal y de economía competitiva producto de un acuerdo entre los partidos democráticos y el Ejército comandado por el general Pinochet que derrotó a Allende y colocó a Chile a un paso de integrarse al primer mundo.
Y también podríamos verlo en Colombia, si los partidos democráticos no impiden que la economía colombiana continúe siendo libre, abierta y liberal y pase a ser estatizada y transformada en un modelo socialista que asfixie la propiedad privada y la sustituya por cooperativas y comunas que, en menos de un quinquenio, esguazaron la próspera y exitosa economía venezolana.
Por eso, el “Centro Democrático” del expresidente Álvaro Uribe y los Partidos Liberal y Conservador (o lo que queda de ellos) deben respaldar a las Fuerzas Armadas colombianas y no permitir que Petro las desmantele, -tal cual hizo Chávez en Venezuela-, corrompiéndolas, o reformándoles su marco legal para enfocarlas en tareas disque sociales que desvirtúan su espíritu profesional y democrático.
Y lograrlo evitará que Petro no pase del gobierno “blando”, al gobierno “ duro”, o en otras palabras, de la “dictablanda” a la “dictadura” y en pocos meses esté convocando a una “Constituyente”, que es la otra herramienta que traen los neototalitarios en el morral para enseñarle a los pueblos el error que comenten cuando, por promesas más, promesas menos, creen que los socialistas pueden rectificar y reformarse y entregarles el poder si los electores los votan mayoritariamente en unas elecciones presidenciales.
A este respecto, no hay un solo país latinoamericano de los que se arriesgaron a votar por socialistas radicales, que no pagaran su error con lágrimas, pues Nicaragua y Venezuela ven impasibles como Ortega y Maduro siguen destruyéndolos, Ecuador y Bolivia siguen sin escapar del caos institucional que significó tener en sus presidencias a Correa y Evo Morales y Argentina y Brasil, aunque sacaron de sus palacios presidenciales a incontrolables como Lula y los esposos Kirchner, no pueden escapar de sus fantasmas.
Pero apenas hemos hablado de la primera amenaza que llega a Colombia con el gobierno de Gustavo Petro, porque la segunda viene de allende de sus mares, del extranjero, y la representan dos personajes, no sabemos si escapados de la picaresca o el gansterismo internacional: Juan Manuel Santos y George Soros.
El uno colombiano, el otro ciudadano del mundo y sin origen ni identidad conocidos, pero inmensamente ricos y empeñados en adscribir a Colombia al club de los países globalistas, donde, por mandato del “Foro del Davos” (y su socio o primo, el “Foro de Sao Paulo”) se debe disolver la familia natural, imponer la ideología de género, el lenguaje inclusivo y, lo más importante, legalizar la cocaina para que se integre a la economía nacional e internacional.
Que ya está integrada, puesto que Colombia es universalmente reconocida como la mayor productora de coca del mundo, con un total de 300.000 hectáreas cultivadas y una producción anual de 1547 toneladas, que al costo de 30 mil dólares el kilogramos, nos lleva a un total de 90.000 dólares anuales.
Un comercio ilícito y a todas luces criminal, que es el responsable de que en Venezuela exista un narcoestado, de que en Ecuador este a punto de crearse otro, y de que el Valle del Cauca, y de la región del Catatumbo (dos republiquetas donde no entra otra autoridad que la de los cocaleros) salgan diariamente cientos de avionetas que surcan el Caribe, Centro América, Estados Unidos, Europa, África y ya se aproximan al mercado chino, que por la prosperidad del gigante asiático, se avizora como el más rentable del mundo.
De modo que ¿cómo no van a estar el más exitoso financista de los siglos XX y XXI, responsable de la quiebra del Banco de Londres en el año 92, y de las crisis del Tequila y el Vodka que le siguieron y su portamaletin latinoamericano, Juan Manuel Santos (universalmente conocido por la traición que ejecutó contra Álvaro Uribe, a quien le pagó su promoción a la presidencia de Colombia convirtiéndose en farista, chavista y castrista) interesados en Colombia, Petro y su gobierno, si todo empezó con el “Acuerdo de Paz”, donde también estaban Soros y el Club Bilderberg, y la Fundación Rockefeller y la Familia Rothschild y todos cuantos ven a Colombia y América Latina como un jugoso pastel que hay que devorar antes de los chinos o los rusos invadan la región?
Porque en lo que se refiere al imperialismo norteamericano o yanqui, eso es siglo XX en estado puro, un tiempo donde también existieron el capitalismo y los combustibles fósiles, el socialismo soviético, la revolución cubana y la familia patriarcal.