Vivir y morir con pasión, importa…
Ernesto Sábato analiza la crisis que atraviesa la cultura moderna rastreando las causas del nihilismo existencial en el que ha caído la humanidad hipnotizada por el progreso fugaz, la despersonalización y la falta de solidaridad. Los avances de la ciencia y la técnica han transformado al hombre en el simple engranaje de una máquina de producir y consumir, donde el poder es un instrumento de dominación.
Esta dramática preocupación por lo económico, la creciente idolatría a la técnica y la explotación del hombre por el hombre llevan inexorablemente al desprecio de las emociones, a la intolerancia globalizada, a la pérdida de identidad y la infiltración cultural.
El antídoto contra esa sociedad cada vez más anónima es el arte, la literatura y la recuperación del pensamiento clásico de San Agustín, Pascal, Buber, Jaspers y otros pensadores existencialistas.
Entre Apps y Bitcoin… los salvadores somos nosotros
Las nuevas generaciones van por lo inmediato. Dan por hecho la libertad, la luz, el dinero y el bienestar. Con sólo aplicar un botón todo pasa. La vida es un algoritmo. No un poema, ni coser, ni cantar. Sería perder el tiempo. Por eso dijo Dostoievski, en su diario de un escritor, “me sería muy difícil relatar cómo se han transformado mis convicciones, más aún no siendo ello, probablemente, muy interesante. Para un milenio la fenomenología del espíritu [una de las obras más discutidas de la filosofía de Hegel] no es sabiduría, no es conciencia, es obsoleto. Eugenio María de Hostos decía “Los espíritus bien dirigidos son siempre espíritus jóvenes”. Hoy tengo mis dudas…aunque me siento con bríos juveniles.
El derrumbe de la civilización occidental es reducido por los comunistas como un mero derrumbe del sistema capitalista.
Pero la verdadera crisis de la civilización es el quiebre de la razón, que convierte al hombre en un artefacto bien para obedecer [dogmas, religiones, ideologías], bien para producir. El justo medio de Confucio [la recta razón], quedó desechado por el pensamiento binario, tautológico, digital.
“Al decir adiós al siglo XIX, con Stephenson y su máquina de vapor; su electricidad, su pujante economía capitalista, su optimismo cósmico, depositamos en el siglo XX todos los esfuerzos para que los males fuesen resueltos mediante la ciencia y el progreso de las ideas”. Pero la paz se convirtió en guerra y la luz en misiles. Quedó atrás el reto clásico de San Agustín, los hombres que en el tiempo interpretarían su propio tiempo. La paz, la justicia y la libertad fueron secuestradas por la retórica. Parafraseando a Sábato, “preocupados por la máquina, la ciencia y la técnica” hoy la fascinación por una app o el blockchain, hacen del valor del pensamiento, una ecuación se traga los DDHH y la democracia.
Por eso soy optimista. Veo la botella llena porque, así como Pascal, William Blake, Dostoievski, Baudelaire, Lautréamont, Kierkegaard o Nietzsche intuyeron que algo trágico se estaba gestando en medio del optimismo.
Lo que ahora intuimos los padres de milenios es que una buena dosis de poesía, idealismo y conciencia liberal dará cuenta de la despersonalización progresista. No es cierto que la globalización humaniza. La globalización uniformiza, por lo que se trata de rescatar el saber del sujeto consciente, diferenciador, a través de la fuerza del intelecto.
Regreso al futuro…
Franz Kafka expresó la sensación de desamparo del hombre de nuestro tiempo. Y aunque la soledad del hombre es perenne -no sociológica sino metafísica- únicamente una sociedad apasionada podrá relevarnos del aislamiento. Duele decirlo, pero el romanticismo, el idealismo, la ternura, la pureza del pensamiento altruista y elevado, ha diezmado a las nuevas generaciones. Cuando desaparecía de las nuestras reeditaron los clásicos de Locke, Stuart Mills, Jean-Batiste, Bernard Vaudeville, Smith, Bentham o más recientemente, Berlín, Hayek o Friedman, abogando por un individualismo racional y responsable ¡Y no fue el fin de la historia!
Preferir el mundo meta [a cuatro dimensiones] en vez de la tempestad de Shakespeare no es reprochable. Lo incalificable es el desprecio por la literatura, la historia y la cultura, que como expresa Sábato, son los primeros eslabones de los vínculos identitarios, forjadores de espíritu, ética y saber, que es cultura.
La soledad del hombre de ayer como la de Ford, los hermanos Wright o Charles Babbage [inventor de la computadora/1943], embriagados de cálculos e industrialización, fue fundamentalmente cuantitativa, no cualitativa.
En la medida que podían “contar”, sumar, multiplicar, producir y derrotar lo artesanal, existían. Nos dice Sábato: “El mundo feudal era un mundo cualitativo: el tiempo no se medía, se vivía en términos de eternidad y el tiempo era el natural de los pastores, del despertar y del descanso, del hambre y del comer, y del amor y del crecimiento de los hijos, el pulso de la eternidad; era un tiempo cualitativo, el que corresponde a una comunidad que no conoce el dinero […]” Es el tiempo el que, sin medirlo, convierte el capullo en flor y a la flor en fruta. Una dinámica eterna, perdurable, sabia cómo la naturaleza. Pues tenemos que recuperar el sentido de la eternidad…
La necesidad de medir el pulso del tiempo, que es dinero -imperecedero e irrecuperable- nos universalizó y nos despersonaliza. A mayor acortamiento de las distancias menos acercamiento familiar y ciudadano. Este proceso de despersonalización y aislamiento global dio paso al discurso utilitario, al socialismo proletario y el estado benefactor. Un discurso uniforme, desenfadado…
La narrativa socialista y redentora le gana la batalla a la percepción individualista y egoísta del mundo liberal, hacedor y competitivo. Ya lo advirtió Dostoyevsky, “nuestras convicciones [conscientes, racionales, legalistas, democráticas, competitivas, naturalistas, espirituales] dejaron de ser interesantes… siendo desplazadas por la lírica del poder de las masas, el odio y la revancha, donde la diatriba étnica o de género matter [es la que importa]; donde el mar, la flora y la fauna son más relevantes que la familia, la democracia y la libertad.
Por eso aquellos que apasionadamente aclamaron, yo tuve un sueño, y murieron por ese ideal, sin cuantificar, hoy viven eternamente en nuestros corazones, siendo sus convicciones, su razón, su espiritualidad, indeclinablemente interesante…
@ovierablanco