Maduro reparte tapabocas
En el ranking mundial de regímenes que masacran la libre expresión del pensamiento el de Nicolás Maduro ocupa un sitio encumbrado. Desde antes que llegara la pandemia del coronavirus, ya el jefe de la dictadura, para silenciar cualquier voz discrepante, había empezado a repartir tapabocas que los medios de comunicación rechazan invocando la palabra libertad.
De acuerdo con el ranking 2022, en una clasificación de mejor a peor situación de la libertad de prensa en algunos países, hubo el siguiente resultado: Brasil (puesto 111), Cuba (puesto 173), Venezuela (puesto 148), Nicaragua (puesto 160) y El Salvador (puesto 112).
El hostigamiento y la persecución contra periodistas y medios han trepado al último escalón de una escalera que parece interminable. El Observatorio de Seguimiento de Agresiones a Periodistas y Medios del Colegio Nacional de Periodistas (CNP) de Caracas, publicó un documento en el que reseña que en sólo los cuatro meses que van de de enero a abril de este año, se han registrado 68 casos de violaciones a la libertad de expresión e información, distribuidos así: hostigamiento 7, intimidación 8, campañas de descrédito y criminalización contra periodista 11, borrado de material gráfico 3, impedimento de cobertura 21, agresiones físicas 1, decomiso de móvil celular 1, intento de borrado de material gráfico 1, bloqueo de medios digitales 11, cierre de emisoras de radio 3, retención de credencial periodística 1.
Según la ONG Espacio Público, el peor año para la prensa escrita fue 2018, con 40 periódicos cerrados, los pocos que quedan han reducido el tiraje y el número de páginas, y los que han migrado a medios digitales están sometidos a amenazas y frecuentes bloqueos.
Desde que asumió el poder en el año 2013, Nicolás Maduro ha mantenido y profundizado la política de “hegemonía comunicacional” instaurada por Hugo Chávez. Con ese indeseable adorno, celebró el pasado 3 de mayo el Día Mundial de la Libertad de Prensa, fecha declarada como tal por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1993. También pudo hacer ostentación de la joya de la corona: la caza de un diario emblemático como El Nacional, hasta el punto de alzarse con su planta física.
Todas estas fechorías se han cometido, poniendo a un lado cualquier norma o impedimento. El 10 de diciembre de 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que en su artículo 19 establece: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”.
La Constitución Nacional que el chavismo aprobó en 1999, también tiene disposiciones muy categóricas en resguardo de la libertad de pensamiento. El artículo 57, dice: “Tooda persona tiene derecho a expresar libremente su pensamiento, sus ideas y opiniones de viva voz, por escrito o mediante cualquier otra forma de expresión y de hacer uso para ello de cualquier medio de comunicación y difusión, sin que pueda establecerse censura…”; y el artículo 58, reza: “La comunicación es libre y plural y comporta los deberes y responsabilidades que indique la ley.
Toda persona tiene derecho a la información oportuna, veraz e imparcial, sin censura, de acuerdo con los principios de esta Constitución, así como a la réplica y rectificación cuando se vea afectada directamente por informaciones inexactas o agraviantes…”.
Y llega aún más lejos, cuando en su artículo 37 ordena que “podrán ser restringidas temporalmente las garantías consagradas en este Constitución, salvo las referidas a la vida, prohibición de incomunicación o tortura, el derecho al debido proceso, el derecho a la información y los demás derechos humanos intangibles”.
Se nos ha hecho larga esta noche que se ha prolongado por más de 20 años. La libertad –en todas sus formas- brillará de nuevo cuando el pueblo venezolano ya no esté a la sombra de la dictadura que lo oprime y vuelva a ser protagonista de su propio destino.