La africanización de Venezuela
Hace algo más de dos décadas la hambruna en África nos parecía un tema lejano, conmovedor, pero ajeno, aunque viviesen muchos pobres entre nosotros.
En 2005 según reporta el diario El País de España, casi cinco millones de personas estuvieron al borde de la muerte a causa del hambre en Malawi. Este país, de 12 millones de habitantes, fue el centro de una hambruna que asoló el este y el sur de África. La principal causa: el Gobierno del país dejó de destinar recursos al desarrollo de la agricultura nacional, basada en el maíz. En 2010 la región del Sahel sufrió una devastadora hambruna. En Mali, Burkina Faso, Níger y Chad, dos millones de niños menores de 5 años murieron a causa de la malnutrición. La sequía, las plagas de langostas y las inundaciones ocasionales en la zona han provocado desde hace décadas crisis alimentarias en ese continente.
Hoy en 2022, Venezuela, país productor de petróleo, muestra signos de africanización. La producción de alimentos y la capacidad de compra del salario han perdido total relevancia. Y el hambre se convierte en un espacio de manipulación política cuyo fin es esclavizar la población con medidas totalmente populistas/ clientelistas.
La caída de los sectores productores de proteína animal no tiene precedentes: ganado bovino, caprino, entre otros y el subsector lácteo. Los rubros generadores del componente energético están igualmente en desaparición, la caña de azúcar solo produce el 21% del consumo y el segundo más importante, el maíz, el 18%.
El trabajo, como medio de sustento, ya no constituye un referente de valor. El salario mínimo integral de Venezuela para 2022 es el más bajo de Latinoamérica – representa $39,58. Los venezolanos solo pueden costear de los 36 productos establecidos en la Canasta básica alimentaria menos de 10 productos. Lo que implica que un hogar, con un tamaño promedio de 5 persona y un ingreso de 39,58 dólares podría comprar en un mes: un kilo de bistec, un kilo de harina de maíz, un kilo de arroz, medio cartón de huevos, un kilo de queso, un kilo de pollo, un kilo de caraotas negras, sal, azúcar, café, aceite y unas pocas verduras.
El sector productor de alimentos ha sufrido los embates revolucionarios, expropiaciones, invasiones, control estatal anti-productividad, adjudicación de manera sesgada de semillas y fertilizantes necesarios para la siembra, sin asistencia técnica, escasa o nula disponibilidad de combustible y repuestos para la maquinaria, corrupción de funcionarios, ocupación militar de empresas y la inseguridad, secuestros y amenaza permanente a los productores.
Solo nos queda el Clap, gran política clientelista, símbolo de la hambruna. Según Susana Raffalli, esta medida de entrega de bolsa de alimentos no tiene verdaderamente un objetivo alimentario. Por el contrario es un programa de dominación y control social. Quién no sea afín al régimen difícilmente obtendrá una bolsa de alimentos.
La FAO ha expresado su preocupación por los 21,2 millones de venezolanos que se encuentran en una “situación de inseguridad alimentaria”. Venezuela es el país de la región que registró el mayor retroceso en la lucha contra el hambre.
Esta disminución del consumo de proteínas en el país durante los últimos años coincide con el aumento de los casos de desnutrición infantil leves, moderados y graves registrados por el Centro de Atención Nutricional Infantil de Antímano (Cania). 48.4% de los casos durante el año 2018 fueron de pacientes pediátricos con algún grado de desnutrición.
Los economistas y politólogos Daron Acemoglu y James A. Robinson en su famoso libro ¿Por qué fracasan los países? señalan que la causa de la caída y retraso de muchas sociedades es el carácter extractivista de sus instituciones.
En lugar de unir, integrar, incorporar, excluyen a las grandes mayorías en beneficio de grupúsculos, apoderados y beneficiarios únicos del poder político y el control económico, muy parecido a nuestro caso venezolano. Susana Raffalli de forma contundente declara “El retardo de crecimiento que sufre nuestra infancia es la dimensión más miserable del extractivismo. Es haber saqueado la infancia de esos niños, en Venezuela la incidencia de la desnutrición infantil”
La desnutrición infantil sube y baja siguiendo la tendencia del valor del bolívar, el precio del petróleo, la destrucción del sector agropecuario, agroindustria, la pérdida de valor del salario, la irresponsabilidad moral de su liderazgo y del régimen gobernante, el resultado más obvio e imperdonable es la decisión del grupo en el poder durante las dos últimas décadas de negar la protección a su infancia, los adultos del mañana.
Mientras Unicef lanza la voz de alarma sobre la salud y el bienestar de 10,4 millones de niños africanos que sufrirán desnutrición aguda el próximo año en la República Democrática del Congo (RDC), noreste de Nigeria, Sudán del Sur y Yemen, así como en la región del Sahel Central, en Venezuela ocurre lo imperdonable “un 35% de los niños menores de dos años, en Venezuela, presentan desnutrición crónica, caracterizada por retardo en el crecimiento, según el Observatorio Venezolano de Seguridad Alimentaria”.
¿Vamos a detener la africanización?