Juan Pablo Pernalete
El quinto aniversario del asesinato del estudiante Juan Pablo Pernalete, conmemorado esta semana, nos recuerda que el segmento más vulnerable para la vida y las oportunidades durante estos veintitrés años, ha sido el de los menores de veinte años de edad.
Nunca antes en nuestra historia de caudillos, dictaduras y democracia, los niños y jóvenes fueron expuestos de manera tan inclemente a la desnutrición, al deterioro educacional, al desarraigo, a la tortura y a la muerte violenta.
Centenares de jóvenes, entre otros Juan Pablo, Armando, Neomar, Génesis, Geraldine, Jairo, Luis José, vieron sus vidas segadas en las calles por levantar sus voces de protesta frente a los abusos, iniquidades y delitos del régimen. Son nombres que estamos moralmente obligados a no olvidar.
En el futuro, qué esperar de la capacidad intelectual y de discernimiento de 35% de nuestros menores de dos años que sufren desnutrición crónica según el Observatorio Venezolano de Seguridad Alimentaria. Y de 37% de los jóvenes entre 15 y 25 años que no estudian ni trabajan, por la precariedad del sistema educativo en todos sus aspectos y el desmantelamiento de las oportunidades de empleo. Un millón de venezolanos de ese mismo segmento etario están fuera de nuestras fronteras en busca de oportunidades de estudio o empleo. Mientras a diario, es conmovedora la queja de las madres por la menguada asistencia que reciben sus infantes en los centros hospitalarios.
La ampulosa pretensión del profeta lenguaraz y de su sucesor de formar un hombre nuevo ha resultado, como se presagiaba, en cruel patraña, pero además, en la erosión del potencial de nuestra generación milenial. Este legado, uno de los más nefastos de esta banda gobernante, se apreciará a la vuelta de unos años. Una sombra que continuará alargándose en el futuro del país mientras no seamos capaces de reunir la voluntad, el coraje, el desprendimiento y la inteligencia necesarios para contener su proyección.