Despacito se vive mejor
Siempre he estado opuesto a esa tendencia a ‘la rapidez’, realizar las actividades de la cotidianidad con premura y ‘a gran velocidad’, como si el mundo y la vida se terminaran a la vuelta de la esquina.
Vivir atropelladamente es de gente atolondrada, que a la final termina insatisfecha de todo y por todo. Seres que desde que nacen van directo en busca de una perfección, de un cumplimiento de objetivos de vida y de responsabilidades solo por el simple hecho de ser cumplidos y en una torpe manera de entender que ser competitivos no supone, ni debe entenderse, como pasar por encima de quien sea y como sea.
Esa manera de estar en medio de la vida buscando vivirla a mil kilómetros por día solo trae insatisfacciones, traumas y a la larga, mucha incomprensión y soledad. Porque el propio mundo y cada sociedad se mueven a velocidades específicas. Ocurre, por ejemplo, cuando nos desplazamos de una ciudad a cualquier pueblo o caserío, y queremos imponer nuestros propios tiempos, nuestro propio horario y terminamos siendo unos verdaderos seres ajenos a la dinámica de vida de esa población.
En estos tiempos de tanta corredera e incertidumbre lo mejor que uno puede hacer es tomarse el tiempo para detenerse en medio de estas locas carreras por llegar ‘a ninguna parte’ en específico, respirar hondo, aquietarse y pensar en uno, en la magia de seguir vivo y maravillarse por el entorno y el continuo fluir de la existencia. Nos damos cuanto que todo lo que existe en nuestro alrededor tiene una armonía, una lógica y un reposo para estarse en medio del mundo y lo mundano.
Nunca he compartido las voces disonantes y ruidosas que invitan al frenesí de la vida. Esa especie de ‘trabajar’ alocadamente cinco días para entregarse al desenfreno de un fin de semana como si ya acabase la vida y no existiera más que hacer. Creo que el gusto por la vida parte del reposo que lleva a entenderla, al tiempo necesario para reflexionar sobre nuestra misma existencia, darnos el tiempo necesario para pensar, para lograr ese ‘ocio’ previo a la lucidez de crear, construir la ilusión que después veremos plasmados en partitura musical, en colores de una pintura, en hechos tecnológicos y científicos, en la amorosidad de una versificación para una canción.
El gusto de vivir a plenitud parte del reposo, de estar menos en el neg-ocio (negación del ocio creativo) y más en la lucidez de un cultivo del ser, en re-conocernos más como seres que existimos para el placer del tiempo en reposo, donde el ser se aquieta y trasciende en su fluir como humanidad.
No, de las carreras en la vida solo queda el cansancio, reza un dicho popular. Y esto es verdad. Sobre todo, si esa carrera la hacemos para ‘complacer’ a otros, para cumplir con las responsabilidades socialmente aceptadas. Para que el Otro nos acepte como quiere que seamos y jamás como nosotros quisiéramos ser aceptados.
Es necesario reivindicar el derecho al ocio, la exigencia humana al reposo, darnos el tiempo largo de cruzar la vida a la velocidad que nuestro cuerpo y nuestros pensamientos lo quieran. Porque no existe mejor sensación de satisfacción que aquella que sentimos cuando nos ‘echamos en nuestro charco’ por muy puerco, hediondo o perfumado que esté, y sentir el placer del reposo. Allí no importan recompensas ni trofeos. Solo sentir cómo transcurre el tiempo mientras disfrutamos la absoluta informalidad, la dicha de estar vivos, respirar mientras posiblemente el mundo cae a pedazos. Porque hay realidades en la vida que jamás podremos cambiar, que no dependen de nuestras decisiones. Entonces nos damos cuenta que no somos irresponsables ni tampoco seres inconscientes. Que necesitamos reposo, tranquilidad, caminar despacio, detenernos en el sitio menos esperado, alzar la mirada y encontrar entre las nubes los rostros de quienes ya nunca jamás volverán.
La tranquilidad, el reposo y el ocio son dones de la vida. Practicarlos nos acerca a la ruta de algún dios oculto en nosotros, alguna divinidad que siempre hemos deseado visitar. La quietud en quien la cultiva transforma, deviene ser trascendente, de plenitud y mirada luminosa.
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