Réquiem por los muertos del 11 de abril de 2002
Este 11 de abril se cumplen 20 años de la masacre cometida por el régimen que presidía Hugo Chávez contra la más grande manifestación popular (más de un millón de personas) jamás realizada en Caracas, que se dirigía al Palacio de Miraflores a solicitar la renuncia de quien ocupaba la primera magistratura del país.
Desde 19 tumbas brotan los dedos acusatorios de los que fueron asesinados ese día. Son como truenos de sangre que latiguean los oídos y atormentan las noches de los herederos de Chávez que actualmente ejercen el poder en Venezuela. Los videos que reposan en archivos muestran para la historia –en forma indesmentible- a los pistoleros de Puente Llaguno y a francotiradores apostados por la dictadura naciente en edificios aledaños, disparando repetidamente contra la gigantesca multitud.
Los déspotas tienen la extraña devoción de escenificar liturgias conmemorativas en los sitios donde consumaron sus demoníacas felonías. Este 11 de abril de 2022, los jerarcas del oficialismo, al igual que en los años pasados, se congregarán al pie del mamarracho escultórico erigido en Puente Llaguno, y alguno de ellos pronunciará palabras fúnebres en alabanza de la carnicería que perpetraron cuatro lustros atrás. Lo mismo hacía Hitler en la estrecha calle Feldherrnhalle de Munich, donde inauguró un monumento, convertido después en santuario nacional, para exaltar el “putsch”, que había iniciado el 9 de noviembre de 1923 con una marcha de treinta mil nanifestantes desde una cervecería de la ciudad.
Desde aquel 11 de abril de 2002, los chavistas andan atormentados, espíritus vuelan sobre sus cabezas, sus almas se estrujan en penas, adonde vayan son perseguidos por el recuerdo de los muertos de Puente Llaguno. Desesperados, dan otras versiones de los hechos, que trasmiten en cadenas radio-televisivas, creyendo que pueden “lavar los cerebros” de la gente.
Pero no habrá operaciones de prestidigitación psíquica que salven a los chavistas de la sangrienta ignominia que los condena ab aeterno por la macabra hazaña que protagonizaron en aquella esquina caraqueña, para la que no habrá olvido.
Fue de tal gravedad la magnitud del crimen que se había llevado a cabo, que el Alto Mando Militar le solicitó a Chávez la renuncia de la presidencia de la república, “la cual aceptó”, como todos los venezolanos fuimos informados por el entonces Comandante del Ejército, general Lucas Rincón, hoy embajador en Portugal, si no me equivoco. Como también fue público y notorio, que Chávez no firmó el documento de la renuncia porque a última hora el Alto Mando Militar revocó el ofrecimiento que le había hecho de enviarlo ese día en avión a la ciudad de La Habana, donde lo esperaría Fidel Castro.
Pero el sucesor de Chávez, Nicolás Maduro, y los que lo acompañan en la usurpación del Palacio de Miraflores, son también responsables de nuevos crímenes. En el año 2014, hubo cinco meses de protestas populares, conocidas con el nombre de “la salida”, que fue otra matanza en la que perecieron 43 venezolanos; y en el mes de abril del año 2017, murieron 37 compatriotas y más de 1.000 quedaron heridos, cuando se celebraban manifestaciones de repudio contra el Decreto 2830, dictado por Maduro, que convocaba directamente a una Asamblea Nacional Constituyente para ponerla por encima de la Asamblea Nacional elegida en 2015, y contra el Decreto 2831 que remitía las bases comiciales a una Comisión Presidencial, sin la realización de un previo referendo consultivo, en abierta violación de los artículos 347 y 348 de la Constitución.
El régimen ha llamado “guarimbas” a las manifestaciones populares de protesta, y para enfrentarlas, como escribió el analista Alberto Barrera Tyszka, “el oficialismo ha convertido el Estado en una máquina de matar”.
Hay un video que está en los archivos, en el que se puede ver que se entrenan guardias nacionales que marchan cantando “quisiera tener un puñal de acero para degollar a un maldito guarimbero”, tal como desfilaban y entonaban arengas letales las juventudes nazis incorporadas a las legiones militares de Hitler, ansiosas de satisfacer su sed de sangre.
En una ocasión, un canciller del régimen venezolano, en reunión con el cuerpo diplomático, atribuyó a la oposición democrática, supuestamente ganada por un “odio al chavismo”, las muertes habidas en las marchas y manifestaciones. Fue como si Nerón hubiera culpado a otros por el incendio de Roma.
Las razzias no han cesado. Pareciera que, por magia del espiritismo, Chávez dicta, desde el Cuartel de la Montaña, reediciones de su política represiva que tuvo una brutal expresión en la masacre del 11 de abril del año 2002.