Los días de abril 2002 y el epílogo de una nación con el alma rota

Opinión | abril 20, 2022 | 6:26 am.

En tan solo 48 horas Venezuela conoció el tránsito de un país que aspiraba a no perder la democracia, a otro donde la incertidumbre y el rumbo a lo desconocido se ataron de la mano.

El 11 de abril era el pueblo desparramado en calles y autopistas que disfrutaba el atrevimiento de su coraje con la renuncia presidencial, visualizando momentos de vértigo donde el tiempo y las amenazas de muerte se podían tocar con los dedos, para que en solo dos días se abriera una herida en las entrañas de la nación hoy todavía sin cura.

Otras naciones en diferentes circunstancias han sufrido trances cruciales en su destino, siendo luego superados con extremos sacrificios para poder restablecer el tejido nacional, como lo vivido en España con el franquismo tras 40 años de dictadura, han podido labrar un sendero paciente de reconciliación. En otros términos la Alemania del Holocausto fracturada en dos países, y unificada luego de 45 años al superar al apocalipsis nazi de la Segunda Guerra Mundial, o el caso de Chile quien todavía conoce los coletazos  de la dictadura de Pinochet. Todas estas experiencias concluyeron con el restablecimiento del sistema de libertades y fortalecimiento de la democracia y con el desarrollo de economías de potente inserción en el mercado global.

En nuestro caso el efecto en estos veinte años ha sido devastador, al impactar a cada una de las instituciones y organizaciones de la sociedad civil, al demolerlas a conciencia para instaurar el nuevo orden, cuya ejecutoria ha revertido la condición humana a niveles de regresión económica, social, política, cultural, sin parangón alguno en América Latina.

La barbarie comenzó con el ejercicio del poder al imponer el canallesco modelo autoritario que integra el estado, el partido político, al poder ejecutivo en nombre de la revolución y del socialismo del siglo XXI, instaurando el poder por encima de la constitución y las leyes, convirtiendo al presidente en un Mussolini tropical y propiciando la conducta criminal en gobernadores, alcaldes y en gerentes públicos. En definitiva, todo está justificado por la fraseología “revolucionaria y antimperialista” sellada como credo a la sociedad normalizada.

De ese nuevo orden no escapa la dirigencia opositora, que descerebrada no atina a presentar un programa político de reconstrucción nacional creíble, que enamore a la población en la reconquista de la democracia. En realidad, el ideario político venezolano transcurre todavía en torno a dos propuestas, el chavismo gobernante y el antichavismo y esto no es suficiente para desplazar la tiranía gobernante, ya que resultan limitados los argumentos de “éramos felices y no lo sabíamos”, “rescatemos el espíritu del 23 de enero” con un relicario de sandeces impublicables.

De esa onda expansiva no escapa el sindicalismo venezolano, al asumir en tales circunstancias un rol de protagonismo como actor político sustituto de los partidos, la sociedad civil le endilgó una tarea sobre sus hombros que no le correspondía, ni tenía la capacidad para semejante encargo, terminando en esa aventura señalado como golpista en el escenario internacional. Aun cuando jugó un rol primordial en el paro cívico nacional de diciembre 2002.2003, a analizarse en su momento, no ha podido recuperarse del traspiés, que tuvo como consecuencia la extendida fragmentación y debilidad que exhibe hoy.

Las ejecutorias posteriores a abril 2002 demostraron el rasero de la camarilla gobernante, quien asumió a Venezuela como un botín a repartirse entre bandas criminales, sumisas al eje del mal global promotor y protector de tiranías de diferente pelaje a nivel planetario, cuya característica fundamental es fomentar la pobreza como mecanismo de dominación social.

Estas cruentas políticas han determinado en nuestro país, la diáspora de casi 9 millones de venezolanos a lo largo del siglo XXI, quienes agobiados por la precarización y huyendo del hambre, miseria y muerte, han resuelto irse de un país saqueado por una casta criminal que ha roto el alma de la nación, fragmentándola en partidarios incondicionales de la tiranía contra la mayoría aplastante que desea reconquistar la democracia.

En esta brutal ofensiva la tiranía se ha llevado por delante a las universidades, la empresa privada, a nuestra cultura, nuestra identidad, nuestra idiosincrasia, y lo más sagrado, el derecho a la vida de millones de venezolanos, demostrando así el desprecio absoluto por el destino de la población.

Restablecer la nación herida es una tarea de todos, para lograrlo debemos terminar con el régimen opresor, quien pretende presentar una imagen de país feliz por una semana santa de playas, de conciertos musicales y de bodegones, aun cuando se extinga en la precariedad y la pobreza.

Movimiento Laborista