Los autócratas no necesitan información para gobernar
Nadie duda que tener información confiable sobre algún tema de interés es útil. Como lo dice un reconocido libro sobre periodismo: “Necesitamos información para vivir la vida que nos es propia, para protegernos, para establecer vínculos, y para identificar a amigos y enemigos”.
También es cierto que los humanos, desde que lo somos, sentimos una especie de piquiña por estar informados. Si no existieran la televisión, la radio o las redes sociales, igual en las panaderías y plazas de cada pueblo y ciudad se seguiría hablando de lo último que hizo el cura o el líder político, quién insultó a quién, también qué enfermedad circula por el pueblo y cuál es la cura, o el precio de un litro de leche en el mercado. Así ha sido toda la vida porque (aunque a los más jóvenes les parezca una locura) los humanos hemos vivido sin televisión, sin radio, y sin redes sociales por siglos y siglos.
Todo esto es cierto, pero si plantamos la mirada en la Venezuela de hoy —la del exprópiese; candelita que se prenda candelita que se apaga; el galáctico; sabotajes, el salario digno y un largo etcétera que lleva 23 años —, el cuento cambia.
¿De qué sirve saber cuántos enfermos de malaria, fiebre amarilla, diarreas hay en el país cada semana? Ese Boletín Epidemiológico del Ministerio de Salud no le gana a las declaraciones de Delcy Rodríguez o al Ministro de Comunicación Ñáñez sobre el Covid.
¿No es reconfortante saber que la matrícula escolar era de 7.664.869 para el año 2018 y que desde esa fecha, nyet, como dirían los rusos?
¿O que nuestro Índice de Desarrollo Humano, una metodología desarrollada por las Naciones Unidas para calcular el capital humano de un país y compararlo con otros, haya alcanzado 0.7464 pero en el año 2013 y desde ese momento para acá nada de nada?
Compadezco realmente a los investigadores de la Encovi que desde el 2013 han dedicado mucho sudor, recursos y neuronas para hacer lo que un gobierno normal en un país normal debería hacer: publicar información útil para que todos tengamos una idea de dónde estamos y ellos tomar decisiones racionales.
Pero no. Nuestros encumbrados líderes en Miraflores tienen una mejor idea y un adjetivo para los del Encovi: “fake news”.
¿Para qué publicar información, realmente?
La politóloga Hannah Arendt cuenta que los soviéticos perfeccionaron esta estrategia a tal punto que se descubrió que no hacía falta ni siquiera generar la información y mantenerla escondida en una gaveta del cuarto de Joseph Stalin para luego compartirla con el politburó del politburó del politburó del petit politburó del Partido Comunista. Nada de eso.
Simplemente la inventaban.
Llegaba un alto Komissar a una planta de acero y anunciaba, del aire pero con bombos y platillos, que la producción el año pasado había alcanzado 10 millones de toneladas de acero líquido. Esa era la versión oficial. La Biblia comunista, pues.
Y el invento continuaba. Los encargados de la planta anunciaban entonces aumentos salariales. Luego, según la conseja que circuló en la Unión Soviética de ese entonces, los encargados fingían que pagaban el aumento y los trabajadores fingían que trabajaban.
En conclusión, a los gobiernos autoritarios no les interesa publicar información que vaya en contra de la narrativa oficial.
Y no me argumenten que durante 13 años el propio gobierno chavista publicó información oficial sobre cuestiones financieras, económicas y sociales – lo cual es cierto. Porque eso fue antes, antes de que el precio del petróleo volviera a su cauce, antes de que se esfumaran los 900 mil millones de dólares de las arcas de la nación, antes de que el modelo chavista mostrara su verdadero rostro. Y ese rostro, o se maquilla o se desaparece. Y es más fácil lo segundo… Si no hay rostro, no hay piquiña.