La crueldad de lo posible
Me precio de contar en la biblioteca de mi casa algunas obras de reconocidos escritores, las cuales, en la medida en que la vida política y la verdad no se entienden, se tornan interesantes y de mucho valor. Una de esas obras es Los orígenes del totalitarismo, de Hannah Arendt. Despierta mi curiosidad una frase escrita en esa obra copiada por Arendt del escritor francés David Rousset: “Los hombres normales no saben que todo es posible”.
Todo el siglo XX fue una larga demostración de que el hombre era perfectamente capaz de hacer cualquier cosa contra su misma especie. No se trata de que la humanidad no lo hubiera probado con anterioridad, sino de que, esta vez, puso todo su conocimiento, el cual ya era vastísimo, al servicio de la matanza industrial de personas y del perfeccionamiento de la violación de los derechos humanos, que conforman esa dignidad parida de la misma placenta social que alumbró a la Modernidad.
No se trata de que ese horror dado en llamar “todo es posible” sea ajeno a la naturaleza humana, sino de que cuando esa abominación se comprueba, el hombre necesariamente ha vuelto ya al estado de naturaleza. Es decir, la humanidad, tal como la concebimos, demanda existencialmente que no todo sea posible. Esa exigencia no solo es un postulado filosófico, sino, primeramente, una condición cotidiana para que la realidad tenga sentido. Cuando el hombre normal se encuentra ante el espanto de que todo es posible, se enfrenta a lo incomprensible.
Tratando de profundizar en lo inexplicable de la naturaleza humana, Arendt se pregunta por la verdad en el terreno político y advierte que: “Nadie ha dudado jamás que la verdad y la política nunca se llevaron demasiado bien”. Indica la escritora que “tanto la verdad de hecho y la opinión, aunque son vectores distintos de la condición política, sin embargo, están interrelacionadas”.
El asunto de la verdad de hecho pone en relación varias personas diferentes, intercomunicadas en un mismo campo, el de la política, que remite a acontecimientos, eventos y circunstancias unidas por el testimonio, pues este únicamente existe cuando se habla de la verdad. Un gobierno que miente a cada momento echándole la culpa a otro de sus desmanes cuadra perfectamente en la filosofía de Arendt sobre el totalitarismo.
La política siempre tiene como horizonte el reino de la acción y su racionalidad no es la racionalidad de los medios y los fines. La política encuentra su finalidad en ella misma, es decir, “en el desarrollo de cada individuo, en la capacidad de actuar y de discutir ante otros; en la capacidad de pensar, querer y de actuar”, escribe Hannah Arendt. La política es así una actividad desinteresada. Su acción es distinta a la del trabajo entendido desde la razón calculadora que emplea medios para conseguir fines y distinta también de la labor cuyo centro está en la conservación y favorecimiento de la vida humana.
Esa voluntad que interviene para alterar los hechos es la voluntad totalitaria, que como un poder que cambia los hechos a su voluntad, abre el camino de la mentira a la violencia. Pero, es precisamente este camino de la mentira a la violencia el que genera la sospecha sobre la política y sus innumerables dificultades con la verdad. Aún en el caso de que la verdad de hecho tenga cierta proximidad con las opiniones en cuanto a su concurrencia en el espacio común de la política, de todos modos, busca la fuerza para imponerse. Por ello, la verdad de hecho tiene un coeficiente coactivo, despótico, que engendra un desafío para el poder político definido desde la fuerza de la pluralidad.
“Aunque los hechos no son el resultado de un consenso, sin embargo, una verdad de hecho es aceptada y evita la confrontación y la discusión, negando así el sentido de la verdadera vida política”, apunta Arendt. Destruir ha sido precisamente la singularidad de los totalitarismos. En nuestra época, todo régimen político que elimine a los seres humanos para transformarlos en superfluos debería ser combatido a través de pensar la acción como verdadera práctica filosófica.
El pensar como práctica filosófica, se constituye en condición política para continuar el reto de un querer, juzgar y pensar en el reino de la acción, cuya pretensión central debiera ser, la recuperación de la verdadera humanidad plena y radicalmente democrática para la construcción de la paz. Es indudable que la política es un juego complejo y retorcido que afecta a todo el mundo, aunque, casi siempre, a todo el mundo, le resulte difícil entenderla.
Coordinador Nacional del movimiento Político GENTE