El peine de carey
Mis primos eran amantes de la música mexicana. Diariamente escuchaban por la radio a Jorge Negrete y Pedro Infante. Pero no solo la escuchaban. También eran de los primeros en las largas filas que se hacían en el viejo cine Paramount, en el marabino sector de Los Haticos, para ver las películas de sus cantantes favoritos.
Yo espié cierta vez a mi primo Ramón cuando estaba frente al espejo y se miraba el cabello. De repente abrió una cajita de metal y extrajo de ella un ungüento que se llevó a la palma de sus manos. Lo frotó y seguidamente se lo colocó en su negrísimo cabello. Sin darme cuenta, mi primo me había divisado mientras se veía al espejo. Silbaba una canción mexicana mientras se colocaba su franelilla blanca y después, una blanquísima camisa de manga corta. Observé que el cuello de la camisa estaba planchado y almidonado. Mi primo se lo acomodó con sus dos manos.
Después, a través del espejo, me miró sonreído y con su dedo índice me llamó. Escuché entonces el timbre de su voz, entre un andino de montaña y marabino citadino. –Juancito, me dijo. Estabas mirando y creías que no te estaba viendo, jajaja. Yo enrojecí y no supe qué decir. –No importa. Solo falta terminar de peinarme. Acto seguido, sacó de una gaveta un extraño objeto y lo tomó con sus dos manos. –Este es un peine. Es de carey original. Los hombres usamos este peine para que las mujeres nos admiren. Además, tienes que usar cuando estés grande, tu latica de brillantina para que tu pelo siempre se vea brillante y firme. -¡Y no olvides jamás de usar un pañuelo blanco y perfumado! Yo uso Yardley que es el mejor, y brillantina Brylcreem para el cabello.
-Pero de lo que jamás te debes olvidar es de usar tu peine de carey. –Lo metes en el bolsillo de tu camisa, justo al lado del corazón. De inmediato, como en un movimiento de cámara lenta, mi primo Ramón llevó sus manos que sostenían el peine de carey hasta un lado de su cabeza. Vi cómo el peine se deslizaba suavemente entre sus cabellos en giros que iniciaban al frente de su cabeza y se iban hasta la parte de atrás. Luego por el otro lado. Luego volvía a iniciar como en un mágico ritual mientras con su mano izquierda, de manera lenta y como acariciando su cabeza, deslizaba la palma de su mano por la suave cabellera.
Veía sin decir una palabra ese extraño y a la vez, maravilloso acto que era peinarse el cabello con un objeto que por vez primera conocía. –Toma, Juancito. No lo aprietes demasiado porque se puede romper. Entonces pude palpar ese objeto artesanal y reluciente, vi que tenía no uno sino poco más de dos colores, como de marrón amarillento y negro. Unos pequeños filamentos como agujas sin puntas que, sin embargo, eran parte de un todo. Me sorprendió su poco peso y la suavidad de su textura. De inmediato mi primo me interrumpió y tomó el peine.
-Bueno. Ya lo viste. Y continuó peinándose deslizando el peine de carey por su cabello. De vez en cuando se observaba al espejo y con la palma de su mano izquierda, se acomodaba los laterales de la cabeza. Se acomodó su gran copete tocándolo apenas con las yemas de los dedos de su mano izquierda mientras me sonreía por el espejo.
De repente, frotó con el pulgar de su mano derecha los dientes del peine y escuché un sonido agudo y breve, muy similar a algún objeto musical. -¡Listo! De seguidas llamó a su hermano. -¡Germán! ¿Estás listo? –Es que ya se nos está haciendo tarde y no quiero perderme la nueva película de Pedro Infante.
Sí. El peine de carey lo trae mi memoria mientras me acuerdo, tiempo después, cuando mi madre me regaló uno, muy similar al de mi primo. Pero ya habían pasado algunos años y, además, era una imitación de los originales. Los hacían de plástico y cuando quise escucharlo, no emitió sonido alguno.
Creo que contar anécdotas que poco importarían a otros pasa por darnos cuenta que la principal fuente de fantasía siempre estará en nuestras primeras experiencias de vida. Porque no es tanto la historia que escribo lo que interesa sino entender que vivimos aferrados a nuestra memoria. Son los recuerdos de nuestra primera vez eso que nos sostiene y mantiene vivos por el resto de la eternidad.
Los recuerdos nos permiten volver, una y otra vez, a los primeros tiempos, a reencontrarnos con nuestros primeros sentimientos, nuestras iniciales texturas, aquellos primeros colores, los primeros sonidos y olores. La primera vez que miramos la luna, el mar y su inmensa fuerza. Ubicarlos, fijarlos para siempre en nuestra memoria mientras los vinculamos a un ser amado, a un momento, un instante que ya nunca jamás regresará.
Vivimos de recuerdos. Esa será siempre nuestra fortaleza. La memoria inmensa de los días infinitos.
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