El 11 de abril de 2002: El día que Venezuela se partió en dos (I)
El 11 de abril de 2002 nos persigue, interfiere en nuestras vidas sin mostrar signos de fatiga. Nos ha dejado una marca indeleble. Arrastramos su impronta conscientes o no de ello, aunque a veces tengamos la ilusión de haber cerrado los episodios de esos días echándolos al olvido o creyendo haber saldado las deudas pendientes de entonces con perdones o reconciliaciones. Los efectos desatados ese abril continúan afectando la sociedad venezolana, suele pasar con las grandes conmociones históricas que siguen determinando por largo tiempo la existencia colectiva.
En lo que va del siglo XXI venezolano ningún otro acontecimiento ha impactado tanto a la población como ese 11 de abril, extrañamente la ausencia de consenso sobre los sucesos le ha dado singularidad histórica a ese dramático día. A quienes lo vivimos directamente, nos remite a la narrativa con la cual cada quien se siente identificado que depende de la postura política de cada persona. Está arraigado en la memoria colectiva nacional pese a la naturaleza altamente polémica de lo ocurrido, va y viene en nuestras mentes de modo bastante confuso. Hay muchas versiones, zonas grises y oscuras que quizás permanezcan así por siempre, al menos mientras no se produzca un desenlace definitivo de la nueva realidad política que produjo.
Cada venezolano que lo vivió tiene una forma de mirarlo. A grandes rasgos, la mía se resume así: una inmensa y sorprendente, nunca antes vista, rebelión civil de visos épicos que desafió y derrocó al poder autoritario; un inefable golpe de estado de militares convertidos en factor de decisión política acompañados de una elite civil que creyó mover los hilos de la historia con su poder económico, toda una conjura con incógnitas por despejarse; y el inesperado regreso de Hugo Chávez a la presidencia de la república también a instancias de los hombres de armas y por la incapacidad de los civiles conjurados para impedirlo, pero también en hombros de un grueso sector popular bien importante.
Fue una vertiginosa sucesión de acontecimientos, registrados con espectacularidad -y no sin manipulación- por los medios de comunicación de ambos lados en conflicto, en cuyo contexto ocurrieron 19 muertes y más de un centenar de heridos.
Pero sobre todo -y aquí va la clave para comprender su impacto- el 11 de abril es el momento más nítido de nuestra historia reciente en el cual la sociedad venezolana, asombrosamente, se partió en dos mitades, chavistas y anti chavistas.
Las dramáticas imágenes sobre el Puente Llaguno en la avenida Rafael Urdaneta del centro-norte de Caracas, a un par de cuadras del Palacio de Miraflores, sede de la Presidencia de la República, sean quizás las más emblemáticas de esa terrible ruptura que permanece sin soldar sobre la cual han quedado las imágenes del periodista Luis Alfonso Fernández y su camarógrafo que recogieron una versión de los hechos y el documental «La revolución no será transmitida» que representa la visión del gobierno. Fue un día que se extendió por tres días y que también, por muchas razones, pudiera decirse que es el día que aún no ha terminado.
La sacudida del 11 de abril lo ha convertido en una fecha histórica sui generis. Dos décadas más tarde, todavía no existe consenso en la sociedad sobre la valoración y significado de los hechos. Se le abrevia omitiendo el año de ocurrencia como suele suceder con los grandes momentos históricos de la nación y su mención no nos resulta ajena.
A veinte años, los efectos del 11 de abril prosiguen determinando el funcionamiento de la sociedad, sin saber hasta cuándo. Por ahora, sin embargo, no nos ocuparemos de contar nuestra visión. En esta crónica solo narraremos, y trataremos de explicar, algunos hechos previos que le dieron punto de partida a la tragedia que vivimos ese día.
Haremos un recorrido por los vericuetos de ese arranque que llevó a la erupción de ese furioso volcán. Una explosión que estremeció una sociedad que apenas diez años atrás todavía se enorgullecía de ser la «democracia latinoamericana más antigua y estable», estabilidad contruida gracias al maná petrolero, enorme riqueza que ese día, justo ese mismo día, 11 de abril de 2002, estuvo en disputa violenta su control como factor de poder clave de la lucha por la hegemonía en Venezuela.
«Cuando yo agarré el pito aquel …»
La tarde del jueves 15 de enero de 2004 el presidente Hugo Chávez, durante su mensaje anual a la Asamblea Nacional, dijo con jactanciosa sorna que él había incitado la crisis que condujo a los violentos sucesos del 11 de abril de 2002. Sorpresivas y no menos repugnantes palabras que sirven punto de partida de la crónica que va a continuación; en particular, porque todo lo sucedido entonces, quiérase o no, gira en torno a este carismático personaje.
Nadie puede rebatir que, para bien o para mal, Hugo Chávez es el centro de esa singular historia. De modo que lo dicho por él sobre los acontecimientos de aquel abril tienen un especial valor para ensayar una explicación. Comenzando por poner en duda la veracidad de esa afirmación, no porque en nuestro ánimo esté la pretensión de negar la culpa principalísima de Chávez en todo lo sucedido, sino por dudar de que esa crisis haya sido producto de un plan suyo.
Que sea el culpable principal de los hechos no lo convierte en el único responsable ni mucho menos en quien orquestó deliberadamente la crisis, su enorme peso en lo ocurrido no excluye la responsabilidad de otros en unos acontecimientos históricos tan complejos.
Por su fama de instigador que crecía como la mala hierba con sus cotidianas apariciones públicas cargadas de insultos, mentiras y manipulaciones, lo dicho ese día por Hugo Chávez pudo haber pasado como una más de sus reververantes incitaciones que llenaban con creces el formato de sujeto pendenciero.
Pero lo dicho no fue cualquier cosa. Fue una confesión. Que no haya sido así, tal cual la presenta, es otra cosa. Aquella aceptación de responsabilidad determinante en lo sucedido durante esos dramáticos días, dieron a sus palabras especial significación. Ni más ni menos, Chávez asumía haber sido el promotor convicto y confeso de la crisis del 11 de abril, la más crucial de lo que va de siglo en el país. Se confesaba como el sórdido cerebro que la produjo. En su peculiar estilo dicharachero, Chávez:
-“Bien, ahora otro elemento que surgió el 2003 y también producto de la crisis, en el idioma chino creo que se escribe wang hig, significa crisis o riesgo, peligro y oportunidad, toda crisis trae eso, por eso es que las crisis muchas veces son necesarias incluso a veces hay que generarlas midiéndolas por supuesto, lo de Pdvsa era necesario aún cuando nosotros, bueno, no es que no la generamos, sí la generamos, porque cuando yo agarré el pito aquél en un Aló Presidente y empecé a botar gente, yo estaba provocando la crisis; cuando nombré a Gastón Parra Luzardo y aquella nueva Junta Directiva pues estábamos provocando la crisis. Ellos respondieron y se presentó el conflicto y aquí estamos hoy y era necesaria la crisis; nos sorprendieron, no, claro que nos pusieron a pasar algún trabajo, y se probó la fortaleza de un pueblo, la fortaleza militar, la conciencia de la Fuerza Armada, la conciencia de un pueblo y también comprobamos algo: no era cierto, como decían algunos, que todos los técnicos de Pdvsa estaban vendidos a la tecnocracia, no, un buen número de técnicos se quedó allí y los que no pudieron quedarse aquellos días por las presiones y las amenazas retornaron pronto a la empresa y ahí están y sobre todo los trabajadores, qué grado de conciencia los trabajadores de Pdvsa «.
¿Confesión o manipulación?
Las palabras de Chávez fueron tomadas por la oposición como la «confesión» de un delito. El analista Armando Durán, en un libro publicado en 2004, escribió: «El jueves 15 de enero de 2004, en su discurso anual de rendición de cuentas ante la Asamblea Nacional, Chávez confesó que el nombramiento de una nueva Junta Directiva de Petróleos de Venezuela, ajena a la tradición meritocrática de la industria, así como el groseramente despido de un grupo de sus más calificados gerentes, habían sido provocaciones suyas para precipitar la crisis» (Armando Durán, Venezuela en llamas, p. 21).
Muchos repitieron la vieja máxima jurídica de «a confesión de partes relevo de pruebas» y sintieron tener un poderoso elemento entre manos para proponer juzgarlo por crímenes de lesa humanidad a la menor oportunidad ante los tribunales internacionales. En general, lo asumieron como una «torpeza», caída del cielo, con la cual se inculpaba por todo lo sucedido. Era una declaración muy útil para que muchos pudieran desembarazarse de su participación en el golpe de Estado de aquellos días señalando a Chávez como el «único» culpable de aquella insólita crisis.
Aunque no todos lo vieron de la misma manera. Pedro Carmona, en quien se centraban las principales acusaciones del chavismo por el golpe de Estado y las no pocas recriminaciones del antichavismo por los errores cometidos que permitieron el regreso de Chávez, en un libro publicado en junio de 2004, se refirió a la declaración con cierta cautela.
Al momento de examinar los despidos públicos de la gerencia petrolera, hechos por Chávez pitó en mano, Carmona se pregunta «¿Fue esa una estrategia deliberada de Chávez para provocar la crisis como él lo aseveró públicamente con posterioridad? ¿Formó ello parte de un complot, complementado con la masacre y la crisis militar? Son quizás aspectos no dilucidados de los complejos eventos de abril» (Pedro Carmona, Mi testimonio ante la historia, p.78). Ponía en duda que eso fuera exactamente del modo en que Chávez lo había hecho.
Pero las palabras de Chávez eran sobre todo una manipulación para acentuar la polarización del país presentada en un momento preciso muy conveniente para él. Lo dicho por Chávez se produce en una fecha (15/01/04) en la cual él ya tiene el control absoluto de Pdvsa, tras haber derrotado el golpe de Estado y el paro petrolero. Su gobierno comienza a derrochar los dineros de la empresa en su proyecto populista, es un momento de acelerado ascenso de los precios petroleros, que va a iniciar la acentuación del clientelismo político para procurarse una base electoral que le permita enfrentar la creciente amenaza de un referéndum revocatorio movido intensamente por la oposición que, derrotada en sus intentos por derrocarlo por la fuerza, ahora pretende transitar el camino democrático y constitucional. Pero la presunta confesión de Chávez asumiendo la responsabilidad de todo lo sucedido es además un signo de arrogancia para envanecer a los suyos y enervar a sus contrarios. Pues por mucha capacidad de incidencia sobre los acontecimientos es obvio que hay muchas responsabilidades compartidas en todo lo sucedido aquellos días de abril.
¿A dónde iba dirigida la presunta confesión de Hugo Chávez: a su gente, la oposición o ambas? ¿Por qué asumir una presunta responsabilidad sobre esos dramáticos hechos? ¿Es verdad que Chávez provocó lo sucedido del modo tan deliberado y calculado que insinúa?
Con su histrionismo y capacidad envolvente, sin decirlo, Chávez le puso cierto tono épico al momento de revelar su secreto de haberlo provocado todo, acentuando sibilinamente la idea de que cuanto pasó era una suerte de guerra de buenos contra malos.
«En lo económico el 2003 nos regaló a Pdvsa»
Chávez, sin duda alguna, había sido el principal culpable de todo lo sucedido. ¿Quién en su sano juicio, libre de compromiso político, pudiera negarlo? Pero de ahí a que fuera el gran director de orquesta de la misma, el que había desatado deliberadamente toda aquella ola de conflicto era a todas luces un ejercicio de narcisismo maquiavélico en perfecta combinación. Lo interesante de ese hecho, más allá de las consideraciones y el repudio a esa particular patología de egocentrismo, ni siquiera saber exactamente por qué lo había dicho sino proceder a desmontar esa mentira que muchos repitieron obstinadamente porque les permitía tener cómodamente un culpable. Por supuesto, su ánimo de aquel día era muy distinto al del año anterior en que le correspondió hablar sobre «ese año tan difícil, (…) ese año 2002 que quedará grabado como muchos otros años en la historia Republicana», según dijo entonces, en un momento en el cual enfrentaba, además, el difícil paro petrolero con varios meses en pleno desarrollo agobiando al país. En 2004 Chávez hablaba desde la cómoda posición del que ha superado los peores obstáculos y se siente ganador.
Así que, cuando abordó el tema petrolero, fue particularmente directo y gozoso de lo que había alcanzado durante el año recién culminado. «Ahora miren – dijo -, en lo económico el 2003, a pesar de la terrible coyuntura por la que pasamos nos regaló algo, nos regaló a Pdvsa. Por primera vez y no estoy exagerando señores embajadores, por primera vez en toda nuestra historia Pdvsa es de verdad de Venezuela». Chávez tenía razones de sobra para sentirse triunfador, estaban bajo su absoluto control los dos principales pilares del poder en Venezuela: la Fuerza Armada y Pdvsa, era victorioso frente al golpe Estado del 11 de abril y había derrotado al paro petrolero desarrollado entre finales de 2002 y comienzos de 2003. Sólo le quedaba por resolver el problema del referéndum revocatorio, para el cual ya tenía trazada la estrategia de comprar tiempo suficiente con el ardid de las «firmas planas» y esperar que la «Misión Barrio Adentro» y la «Misión Robinson» tuvieran su efecto clientelar en los vastos sectores populares de la nación.
Fue así como Chávez prosiguió su discurso político de aquel día jueves con una sarta de afirmaciones, que si bien reflejaban su ignorancia sobre la materia petrolera, no era menos cierto que la manera en que las presentaba distorsionando la realidad, mintiendo descaradamente o destruyendo moralmente a sus adversarios, le servían para levantar una versión de los hechos históricos que se ajustaba perfectamente a sus perversos propósitos. -«Cuando ocurrió aquí aquella nacionalización chucuta -dijo al referirse a la nacionalización petrolera de 1976-, que fue una farsa, la nacionalización petrolera y todo aquel boom publicitario esa fue toda una farsa, fue un acuerdo de élites, no fue como lo que si hizo en México en 1938 mi General Lázaro Cárdenas, cuando realmente nacionalizó el petróleo mexicano, aquí no, aquí fue un acuerdo de elites y acuerdo con la transnacionales, entre otras cosas, han debido cancelarnos la deuda ecológica”.
En su habitual pose de salvador de la patria persistiría por siempre en que la «verdadera» nacionalización era la de la Pdvsa «roja rojita» impulsada bajo el mando de Rafael Ramírez como gran zar petrolero, que desató una euforia populista en medio del más gigantesco boom de los precios petroleros para asegurar su permanencia en el poder hasta su muerte y más allá de ella.
Pero la manera de cómo se fue incubando el estallido del 11 de Abril en la sociedad venezolana va más allá, es mucha más compleja que esa versión manipulada de Hugo Chávez y la interpretación que de ella se ha hecho. Sobre eso discurriremos en las próximas líneas.