El 11 de abril bien vale una misa
El tintero se ha vaciado ante la riada de análisis e interpretaciones de esa fecha crucial de nuestra historia contemporánea. En torno a si fue un golpe de estado, crisis institucional, sublevación popular, en el contexto de un menú de sesudos análisis y rebuscados argumentos, cuyos aportes pudieran ser útiles si son considerados luego de 20 años al momento de revisar los rumbos extraviados.
Por otra parte, vale la pena detenerse en los sucesos de ese día. Un jueves que remarcó la nueva fase política iniciada en 1999 con la toma del poder por el chavismo, además por ser tan intensa la jornada que enfatizó la relatividad del tiempo, al convertir las horas de ese día, en semanas, meses ante la densidad de los eventos y la vorágine del desenlace.
Opino que ningún sector político, social o militar puede reclamar el protagonismo del 11 de abril. Este fue el resultado de un coctel que resumió la aspiración de todos a vivir en democracia, el despido de los gerentes de Pdvsa, la confrontación contra el decreto 1011, los empresarios manifestando su rechazo a las leyes de la Habilitante que conllevaron al paro de 12 horas del 10 de diciembre de 2001, los trabajadores en defensa de sus reivindicaciones laborales.
Luego del célebre despido de los gerentes de Pdvsa con el pito presidencial, la CTV convoca a paro nacional de 24 horas el 8 de abril, que luego se tornará en indefinido a partir del 10, ante el rechazo del régimen de atender las peticiones laborales de los trabajadores del sector público.
La motivación de los trabajadores a participar en la manifestación del 11 de abril, se origina en la pérdida de su poder adquisitivo y del desconocimiento de los contratos colectivos, del reconocimiento a la libertad sindical y a los beneficios de la seguridad social.
Esa decisión de los trabajadores se sumó a ese fenómeno de conciencia ciudadana jamás conocido en nuestra historia política, similar a un gigantesco tornado, a un huracán que arropó a un país, que lo conllevó a la gran movilización de más de un millón de participantes, que sobrepasó los discursos de los convocantes.
Aun cuando los discursos de la tarima de Chuao convocaban a Miraflores, con anterioridad la marejada humana ya había enrumbado su destino a la sede del poder presidencial, no se debió a la arenga de algún liderazgo político, militar, sindical, empresarial, periodistas.
Simplemente partió de la intuición popular del peligro en ciernes ante un mandatario, que a las primeras de cambio mostraba sus colmillos dictatoriales. Circunstancias que aguijonearon la valentía del pueblo venezolano en defender la experiencia de haber vivido 40 años en democracia con todos sus defectos.
Pudiéramos decir que fue una movilización sin el peso de un liderazgo reconocido, por el contrario, la inmensa fuerza de la gigantesca marcha tuvo la contundencia de tumbar a un presidente, quien trémulo y fundido renuncia ante el evidente rechazo popular.
La tragedia del pueblo venezolano se visualiza ante la incapacidad de la cúpula opositora que conspiraba a espaldas de la devoción popular, determinando que privaran los intereses subalternos antes que la decisión y la lucha de millones de venezolanos, quienes han sufrido en carne propia el rumbo torcido de la historia, impuesto por aquella naciente tiranía, que padecemos hoy todavía a dos décadas de tan magna gesta.
Movimiento Laborista