Veinte años después
Con permiso del admirado “Zorzal criollo”, eso de que veinte años no es nada depende de la época en que se vive. En el siglo pasado, veinte años en la vida de un humano era mucho tiempo, porque la esperanza de vida rondaba los treinta años. Por el contrario, en la vida de una nación era muy poco tiempo, ya que las cosas marchaban lentas, y no solo en palacio.
Hoy es lo contrario. Veinte años no es nada para un homo que no ha resultado muy sapiens, pero es mucho tiempo para la vida de una nación. Kennedy prometió llegar a la Luna en la mitad de ese lapso, y los Estados Unidos lo logró. En veinte años varios países de Asia han logrado un desarrollo espectacular y, en ese mismo lapso, Venezuela y otros se han hundido.
El 25 de febrero 2002, un remitido en El Nacional alborotó el cotarro político, ya alebrestado por el movimiento Con mis hijos no te metas, así como por los 49 decretos leyes, algunos inconstitucionales, que ocasionaron las protestas de la Confederación de Trabajadores de Venezuela y de Fedecámaras. No era novedad que educadores, sindicalistas y empresarios expresaran públicamente sus desacuerdos con el gobierno. Que lo hicieran 34 altos ejecutivos de la empresa estatal Petróleos de Venezuela fue no solo novedoso, sino una convulsión política.
¡Salvaguardemos a Pdvsa! Fue el grito angustioso de unos trabajadores percibidos como prepotentes, encerrados en su burbuja, indiferentes al acontecer nacional, más identificados con el “imperio” que con Venezuela.
¿Qué los motivó? ¿Sería demanda de aumento de sueldos? ¿Quizá mejor seguro médico? ¿Estabilidad laboral? ¿Mejoramiento profesional? ¿Limitaciones de crecimiento dentro de la empresa? ¿Querer privatizar la empresa? ¿Ambicionar imponer a la directiva?
Nada de eso.
Nadie tenía necesidad de pedir aumento de sueldo; eso venía automáticamente. La gerencia de recursos humanos los fijaba dentro del 75 percentil de las mejores empresas venezolanas, y consideraba el rendimiento del trabajador. Sobre el seguro médico nunca hubo quejas, todo lo contrario. La estabilidad laboral estaba garantizada por la ley, solo no cumplir con las responsabilidades asignadas o cometer un delito implicaba la destitución. El mejoramiento profesional era continuo y se planificaba de acuerdo del potencial del trabajador. Llegar a ser director era una ambición legítima, pero los trabajadores estaban conscientes de que solo el mérito permitía ascensos. La designación de la directiva de Pdvsa es potestad del presidente de la república y nunca estuvo planteado privatizar Pdvsa, ya que la misma funcionaba bien como empresa del Estado. Únicamente el Plan de Jubilación era deficiente, ya que dependía de los cálculos actuariales y del aporte propio. Ese Plan no se indexaba, por lo que era inferior al de la Contraloría, Poder Judicial, legislativo y otros.
¿Entonces, por qué arriesgar todos esos beneficios al publicar un manifiesto advirtiendo a la ciudadanía que la empresa corría grave riesgo de politizarse?
Sencillamente, el riesgo se corrió por defender principios y valores. Esa defensa fue no solo de palabra, sino con hechos. Inicialmente no se protestó la designación de Gastón Parra Luzardo como presidente, a pesar de que no tenía formación petrolera, ni gerencial y, además, era militante de la extrema izquierda. Antes hubo presidentes sin experiencia petrolera, como Andrés Sosa Pietri, Gustavo Roosen y Guaicaipuro Lameda, pero respetados por ser excelentes gerentes y buenos ciudadanos. Parra acató la orden de Chávez de designar cinco profesionales con experiencia dentro de Pdvsa, pero sin méritos suficientes para ser directores. Esa ruptura de la meritocracia fue la que desató la protesta.
El citado manifiesto fue acogido con entusiasmo por los trabajadores, que se organizaron en todas las áreas designando delegados. Fracasaron las gestiones ante los propios directores designados, para que retiraran motu proprio su nombramiento, o que Parra anulara las designaciones.
Por el contrario, arbitrariamente obligaron a jubilarse a dos excelentes gerentes por percibir que no eran afectos a la llamada revolución o por querer designar a personal de confianza.
Eso desató, el 5 de abril 2002, el paro petrolero al que se sumaron el día 9 la CTV y Fedecámaras. Chávez despidió con un pito, en cadena de radio y televisión, a siete de los voceros de la protesta y Parra jubiló a catorce ejecutivos. Carlos Ortega y Pedro Carmona, presidentes de la CTV y de Fedecámaras, respectivamente, promovieron una marcha de apoyo a los petroleros, que culminó con la masacre del 11 de abril y la consecuente presión de los militares para que renunciara el presidente Chávez. Errores cometidos y falta de apoyo político por parte de partidos que estaban muy disminuidos, indujeron a la Fuerza Armada a regresar a Chávez a Miraflores.
Alejandro Dumas, en su novela Los tres mosqueteros describió al cardenal Richelieu como el malo de la partida, pero en su otra novela titulada Veinte años después, lo reivindicó. En nuestro caso no hay reivindicación posible. Los rojos destrozaron al país y a Pdvsa. Ojalá que la dirigencia política proceda a dar los pasos adecuados para que tengan que abandonar el poder. Ya no se puede exclamar ¡Salvaguardemos a Venezuela!, ni ¡Salvaguardemos a Pdvsa! Hay que gritar ¡ Recuperemos a Venezuela!
Como (había) en botica: Hay que rechazar la invasión de Rusia a Ucrania y la solidaridad de Maduro con Putler. Nos sumamos a la petición de que Blyde rechace la presencia de Rusia como facilitador en caso de que se reanude la mesa de México. Muchos venezolanos no saben que le congelan sus cuentas, activos y allanan su residencia a quienes aceptan un cargo designado por el presidente Guaidó. Ese es otro saqueo de los rojos, como lo es el caso del Fondo de Jubilación de quienes trabajaron muchos años en Pdvsa. ¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!