Horacio Cabrera Sifontes y la otra historia
Entre los escritores venezolanos que han sido olvidados o mal estudiados, Horacio Cabrera Sifontes (1910-1995) es una clara muestra de este descuido, tanto por el Estado como por las instituciones académica de investigación literaria.
Escritor con una densa obra literaria que se vio arrastrado, por las circunstancias de la época, a participar en los movimientos contra el dictador, Juan Vicente Gómez, a participar en movimientos políticos para luego ejercer cargos en la administración pública. Historiador que estuvo en su temprana juventud orientado por el maestro Bartolomé Tavera Acosta, uno de los más importantes investigadores de la historiografía de la Guayana venezolana.
Gran parte de la novelística de Cabrera Sifontes está marcada por la temática histórica. Lo indican dos de sus mejores novelas, El conde Cattaneo y la querencia de Guayana, y El profeta Enoch: su travesía por Guayana en el año de la ‘humareda’.
El libro sobre Antonio Gastone Francesco Giuseppe Luigi Wenceslao Cattaneo Quirin, conde de Sedrano, (Italia, 1880-Caracas, 1970), o como fue conocido generalmente, conde Cattaneo, narra las aventuras de este personaje quien vivió parte de ella en las selvas guayanesas. Antes, como hijo de la nobleza italiana en Pavia, estudió en la academia militar y prestó servicios como oficial de la monarquía. Posteriormente fue enviado al servicio consular en la corte de los zares, en la Rusia de finales del siglo XIX. Por sus brillantes servicios prestados a la monarquía zarista fue distinguido con el ‘Águila blanca’, y con una excedencia diplomática y agasajo de Estado en el palacio del Quirinale, en Roma, donde se vio envuelto en un oscuro hecho de sangre, por el amor de una joven noble, que le hizo tomar la decisión de irse del país.
A partir de entonces, el conde Cattaneo abandona su patria y se aventura a conocer otras realidades. Recorre gran parte de Sudamérica, se interna en Centroamérica. En Nicaragua apoya las causas libertarias del general Zelaya. Intenta regresar a su amada Italia y en su regreso, el vapor que lo lleva tiene unos desperfectos mecánicos y debe atracar en Puerto Cabello por varios días.
El presidente de entonces, Cipriano Castro, al saber que este magnífico militar, conocedor de cartografía se encuentra en el país, le extiende una oferta de trabajo para delimitar las costas venezolanas, entre Paria y el Cabo de la Vela, en la Goajira, oferta que acepta y que por varios años le tiene en constantes desplazamientos por el territorio nacional. Posteriormente se traslada a la selva de Guayana, como miembro del equipo que fija los límites internacionales entre Venezuela y Brasil, y entre Venezuela y la Guayana inglesa (hoy Guyana).
Estos y otros relatos los va narrando Horacio Cabrera Sifontes en esta muy interesante novela de una factura, que diríamos, de mirada cinematográfica (quizás por su experiencia en sus días en los estudios de cine en California), que definen a esta obra como de un denso y extraordinario guion literario.
De una ágil lectura y con un mundo construido de metáforas donde el fondo siempre será la diversidad de verdes de una selva que deviene sujeto, ente protagónico que se contrapone y a la vez, sirve de soporte a la legendaria figura del conde Cattaneo. Podríamos afirmar que es esta una de las biografías más completas que se han escrito sobre este genial personaje de nuestra historia moderna.
Otra de sus novelas, El profeta Enoch: su trtavesía por Guayana en el año de la ‘humareda’, publicada en 1982, es una historia fascinante al tiempo que introduce hechos que en verdad sucedieron (entre 1925-26) vinculados, tanto a acontecimientos históricos, como a eventos catastróficos: huracanes, terremotos, sequías, y la extraña aparición de una intensa niebla (humareda) por la quema de extensas sabanas, que azotó gran parte de los pueblos guayaneses por varios meses.
Es en esos tiempos cuando aparece un personaje que se hizo llamar, Enoc (también Heno, Henos o como le llama Cabrera Sifontes, Enoch). Nadie supo a ciencia cierta de donde venía. Las reseñas de la época en los diarios indican que venía de Nicaragua y entró al país por los lados de La Paragua, en la Guayana venezolana. De allí se dedicó a predicar por pueblos y caseríos, donde aparecía con su misma indumentaria: pantalón de caki arremangado casi hasta las rodillas, una camiseta de algodón crudo y una pequeña bolsa, además de unas sandalias que nunca se desgastaban, siempre lustradas. De tez morena, largos cabellos y profundos y negros ojos.
En las plazas, esquinas y bajo grandes árboles, el profeta Enoc iniciaba sus arengas siempre mencionando los versículos de san Pablo. Parroquianos y hasta el propio jefe civil del pueblo de El Manteco, quien le realizó un escueto dibujo, manifestaban que el profeta venía a vaticinar el fin del mundo y la aparición de grandes calamidades. Hablaba del inicio de grandes tribulaciones, inmensos y desastrosos fenómenos geológicos, como terremotos y erupciones volcánicas, además de plagas y la aparición del ‘caballo rojo’ que desataría la gran guerra en Europa.
Otras personas contaban que por su paso cerca de las orillas del río Caroní, profetizó que más adelante esas tierras serían abiertas para ser inicialmente saqueadas y devastadas. Otras más, indicaban que Enoc había mencionado que él venía a ‘sellar por varias décadas’ el suelo granítico guayanés, soportado por oro, diamante y otras riquezas. Que sería la nueva Jerusalén de la eternidad.
En resumen, El profeta Enoch nos muestra una historia que en su ‘verosimilitud’ encuentra por estos y otros tiempos, la verdad construida por un escritor que introduce una dinámica narrativa de factura trascendente, bien documentada y de grata lectura.
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